OPINIÓN

¡AJÚA!

Pinzón entra a la rebatiña de los aspirantes del uribismo recalcitrante, cada día con más precandidatos pero menos votantes.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
18 de julio de 2020

¿A qué juega Juan Carlos Pinzón? preguntaba yo aquí hace unos años, cuando él vociferaba contra los diálogos de paz con las Farc que adelantaba el Gobierno del cual era ministro de Defensa, y después, como si tal cosa, embajador en Washington ante una administración que en ese tiempo, el de Obama, respaldaba la iniciativa a la que Pinzón se resistía. Parecía entonces la misma voz de Acore, la asociación de oficiales retirados de las Fuerzas Militares, que se oponía en redondo a esa búsqueda de una salida pacífica al conflicto interno. Ahora Pinzón no tiene cargo público alguno, pero anda en las mismas. Así, acaba de provocar un alboroto acusando de “no ser creíble” a la Comisión de la Verdad, uno de los varios organismos creados para redondear esa salida. Porque, según él, “La mayoría de los comisionados registran afinidad ideológica o nexos con grupos armados”.

Las inclinaciones ideológicas no son en Colombia –por lo menos todavía– materia criminal, ni de un lado ni de otro. Las acusaciones de relaciones con organizaciones fuera de la ley pueden ser, sin embargo, peligrosas en un país donde se asesina con tanta facilidad y ligereza, e impunidad, a los discrepantes. Por eso la Comisión le exigió a Rincón una retractación pública, alegando que su afirmación “es contraria a la verdad, deslegitima a la institución y pone en peligro las vidas de los comisionados”. Pero lejos de retractarse, Pinzón reiteró su acusación. Y el presidente de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, que por eso se llama así, el jesuita Francisco de Roux, le salió al paso diciendo que “ese juicio es falso, y hace daño grave, dado que ningún comisionado está de acuerdo con la lucha armada”.

Quien sí lo está, por supuesto, es el propio Pinzón. Y él es también el único que registra una “afinidad ideológica” y “nexos” con un grupo armado, aunque el suyo sea el único legítima y legalmente armado del país: las Fuerzas Militares. Pinzón viene, en efecto, de una familia tradicionalmente militar –hijo de un coronel, yerno de otro– y su cercanía con ellas llega hasta el punto de que ha sido llamado, elogiosamente, “un general sin uniforme”. Tal vez por eso su nueva réplica se dio en una larga “declaración pública” publicada por Acore en su página web (Boletín n.º 28 del 13 de julio), en la que su foto aparece rodeada de banderas de Colombia y de las Fuerzas Militares. Allí asegura que no habla en nombre de nadie, ni de los militares en activo ni de los retirados, ni de la fundación privada de la cual es hoy presidente (ProBogotá, financiada por las más importantes empresas de la capital, que se define en esas cursiladas de “misión” y “visión” como “independiente, apartidista y neutral”). Sino que lo suyo es solamente “una reflexión personal como ciudadano del común”. Curiosa coincidencia de extremos, esta expresión “del común” que evoca la nueva versión de la sigla Farc de la antigua guerrilla: Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común.

Pinzón entra a la rebatiña de los aspirantes del uribismo recalcitrante, cada día con más precandidatos pero menos votantes

Aunque, claro, el “Común” y el “común” no son la misma cosa: en eso consisten los extremos. Los dos extremos del populismo.

Con lo cual volvemos al principio. ¿A qué juega Juan Carlos Pinzón? Pues a lo que juegan en Colombia los políticos de todas las pelambres: a ser candidato a la presidencia de la república. Pinzón juega a entrar en la rebatiña cada día más poblada de los aspirantes del uribismo recalcitrante, cada día con más precandidatos aunque con menos votantes, entre Paloma Valencia y Rafael Nieto, entre María Fernanda Cabal y Carlos Holmes Trujillo, entre Dilian Francisca Toro y Alejandro Char. Con su incendiaria acusación logró en estos días una publicidad desmesurada (de la cual involuntariamente forma parte este artículo mío). Y en la actual polarización exacerbada tal vez no estaría mal para un oportunista como él, como carta de visita, presentarse como el paladín de las polémicas Fuerzas Militares:

¡AJÚA! (Arrojo, Justicia, Unión, Abnegación), como gritaría el general Eduardo Enrique Zapateiro, comandante del Ejército.

NOTA: En conferencia de prensa, el general Zapateiro explicó que el sargento que denunció la violación de una niña indígena fue expulsado del Ejército porque su deber, en lugar de denunciar el hecho, era no haberlo permitido. Pregunto: por ese mismo argumento de responsabilidad superior ¿no debería ser expulsado también el general Zapateiro?

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