Columna de opinión Marc Eichmann

Opinión

Alerta para Colombia

El camino hacia esa lamentable situación inició con el mandato de lucha de clases de Hugo Chávez, que después de llegar democráticamente al poder, se hizo al control de los poderes legislativos y judiciales, además del de las fuerzas armadas.

Marc Eichmann
30 de julio de 2024

A estas horas de la madrugada del lunes aún no se ve el panorama claro con respecto a las elecciones de Venezuela. El régimen de Maduro, por medio de sus alfiles habituales, Diosdado Cabello, Vladimir Padrino y Jorge Rodríguez, declaró su victoria en unos comicios en los que no se atendieron los más básicos principios de legalidad.

Todo parece indicar que de nuevo el régimen chavista se anclará en el poder, como una mafia todopoderosa que fundamenta sus derechos en su capacidad de ejercer violencia. No fue suficiente que ejercieran una prohibición de ingreso a los observadores internacionales ni que silenciaran la prensa. No fue suficiente que impidieran que María Corina Machado participara en las elecciones con fundamentos sesgados. El día de las elecciones el régimen impidió que los testigos electorales accedieran a las actas de las mesas, envió a sus fuerzas castrenses a robar las urnas con los sufragios e intimidó a la población con sus colectivos, todo con el fin de preparar el gran golpe de teatro: el anuncio de la victoria de Nicolás Maduro con el 51,2 % de los votos contra 44,2 % de Edmundo López.

El camino hacia esa lamentable situación inició con el mandato de lucha de clases de Hugo Chávez, que después de llegar democráticamente al poder, se hizo al control de los poderes legislativos y judiciales, además del de las fuerzas armadas. Hoy el poder de las armas es el que mantiene a Maduro, con la máscara de legitimidad que le dan en sus leyes y sentencias los poderes que coartó su predecesor.

El escenario: la década de los setenta, en que un personaje externo al gobierno derrocaba un régimen por medio de un golpe de Estado cambió radicalmente en el siglo XXI. Hoy el modus operandi son los golpes desde adentro, ejercidos por quienes llegan al poder democráticamente y, con el poder que les da el control de los recursos públicos, se enconchan en él por décadas y con facultades no consideradas en las constituciones de los países.

Un buen amigo, durante las elecciones a presidencia de Colombia de 2022, se burlaba de los discursos de algunos líderes de derecha que alertaban sobre los riesgos de que el país se enrumbe en el camino del castrochavismo - Farc, lo cual desde su postura de izquierda le parecía imposible. Sin embargo, hay múltiples señales de que el Gobierno Petro está enrutado en la misma dirección.

Primero, la cercanía de Petro con el gobierno Maduro es indudable. El jefe de Estado colombiano realizó por lo menos seis visitas a Miraflores, oficiales y no oficiales, su partido mantuvo cómplice silencio con respecto a Álex Saab y ha privilegiado la importación de gas del vecino país por encima de la exploración y explotación en Colombia.

Segundo, previo a las elecciones, dos de sus alfiles, Clara López, aquella que manifestaba que en campaña se pueden prometer cosas y luego arrepentirse, y Gustavo Bolívar, curiosamente trinaron sobre las bondades del sistema electoral venezolano. Tercero, no ha habido manifestación ni menos condena alguna del presidente de Colombia sobre el evidente fraude que está ocurriendo en el vecino país.

El Pacto Histórico, comandado por Petro, ya ha tomado en Colombia varios de los pasos en la dirección de la realidad venezolana. En primera instancia, ha hecho todo lo necesario para controlar más fondos, que le ha sacado de los bolsillos a los colombianos, para cumplir con sus propósitos. Le subió a la gasolina, se tomó el sistema de pensiones y el de salud, nos metió una tributaria que grava hasta las arepas y hace esfuerzos enormes porque se le permita romper la regla fiscal.

Por otro lado, por medio de los grupos guerrilleros que defiende a ultranza, ya conformó sus colectivos, aquellos grupos paraestatales dispuestos a tomar las armas en el bajo mundo a sus órdenes. Finalmente, desbancando a la cúpula de las fuerzas armadas y cortándoles el presupuesto ha logrado ponerlas en cintura para que sirvan con sus propósitos.

No nos hagamos ilusiones. Un fraude como el del domingo en Venezuela no es irreal en Colombia, sobre todo con la evidencia de que el gobierno está comprando congresistas e inmerso en enormes esquemas de corrupción. Si no queremos terminar por décadas sin libertades individuales, el país tiene que reaccionar para evitar que se nos instale en el poder una mafia sempiterna como la de nuestros vecinos.

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