OPINIÓN
La marcha de los que sobran
A Uribe, hay reiterarlo, no le interesa la verdad. A él le interesa seguir defendiendo sus mentiras. Y ese, no olvidemos, es el combustible que alimenta su próxima marcha.
En uno de los capítulos de la icónica serie de televisión de los 90 The X Files se le oye decir a uno de los conspiradores del FBI, dirigiéndose al agente especial Fox Mulder, que “la única manera de esconder una mentira, sin levantar sospechas, es entre dos verdades”. El asunto ha sido siempre así, con la diferencia de que hoy las mentiras no se ocultan sino que se convierten en verdades. El Centro Democrático, el partido que dirige el expresidente Uribe, fue construido sobre una enorme catedral de mentiras. Su líder es un maestro del engaño, un hábil encantador de serpientes y, por supuesto, un mago de las verdades a medias.
Su triunfo, si pudiéramos llamarlo así, ha consistido en repetirlas una y otra vez ante los micrófonos de las grandes cadenas radiales del país, frente a las cámaras de los noticieros nacionales, en los foros y, desde luego, desde el sillón de la sala de su finca en Rionegro. El engaño sistemático es su fuerte. Asegura, sin sonrojarse, que “en Colombia se ha perdido el respeto por la justicia”, que “Santos le entregó el país a la guerrilla de las FARC” y que “el proceso de paz hizo retroceder la inversión extranjera”. Lo grita así, a los cuatro vientos, sin nada que sustente sus afirmaciones, sin estudios previos ni confirmaciones de ninguna índole. Él sabe que una vez dicho lo dicho, sus seguidores lo pondrán a correr de inmediato a través de las redes sociales, sin importar los informes previos de instituciones especializadas como el Banco de la República, Banco Mundial, de Desarrollo, diarios como The Economist y de una organización como la ONU.
El asunto, en realidad, no es que este abuelito, peligrosamente corrupto, que tiene a casi todos sus exfuncionarios en la cárcel, investigados o huyendo de la justicia, diga barbaridades a diestra y siniestra. El asunto no es que este abuelito que no tiene hoja de vida sino prontuario, como aseguró alguien por ahí, organice con su partido y en compañía de figura tan cuestionadas como el exprocurador Alejandro Ordóñez, José Félix Lafaurie y líderes espirituales como Miguel Arrázola, una marcha anticorrupción. El asunto, y aquí la vaina alcanza matices de tragedia griega, es que haya colombianos, llevados de la llevadera, como suelen decir los “pelaos” en la costa, se presten para marchar al lado del hombre que no sólo acabó con la salud pública para beneficiar a sus amigos, sino que defiende, lanza en ristre, a aquellos “compradores de buena fe” que adquirieron sin preguntar las fincas de los campesinos asesinados por los grupos paramilitares y que hoy los descendientes de los muertos le piden a la justicia les sean devueltas.
Hay que ser claro: no es que Santos sea un santo, pues tanto el hoy senador como el actual presidente tienen intereses comunes y defienden, al unísono, el poder. Lo que no podemos olvidar es que el nuevo premio nobel de Paz fue, en su primera administración, candidato a la Casa de Nariño por el uribismo. Es decir, que todas las estrategias, políticas y publicitarias para tal fin, fueron concebidas y puestas a funcionar desde esa colectividad que hoy le pide al primer mandatario la renuncia ante el sonado caso de Odebrecht y sus aportes irregulares a la campaña del 2010.
Por otro lado, ni Uribe ni su partido tramoyero tienen la autoridad moral y ética para pedirle la renuncia a Santos ni a ningún otro funcionario del Gobierno o de la administración pública. Bastaría mirar un video que está circulando por las redes y que esta semana volvió a romper récord de visitas donde se le oye decir al entonces presidente de los colombianos, dirigiéndose a los “honorables senadores de la República”, votar sus proyectos antes de que la justicia los meta preso.
Por eso, no deja de ser chistoso que ese mismo abuelito, acusado en reiteradas ocasiones ante los organismos internacionales de los Derechos Humanos de crímenes de lesa humanidad, presente un proyecto de ley que busca acabar con la vida pública de los funcionarios manilargos y organice para el primero de abril una marcha anticorrupción en compañía de funcionarios que fueron sacados de sus cargos, precisamente, por hechos de corrupción.
A Uribe, hay que reiterarlo, no le interesa la verdad. A él le interesa seguir defendiendo, contra viento y marea, sus mentiras. Ese, no lo olvidemos, es el combustible que alimenta su próxima marcha. Y lo que, al parecer, cientos de colombianos no se han enterado.
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