OPINIÓN
Jóvenes: ¡despierten!
Confieso que esperaba, ilusionada, que el pasado viernes 24 de mayo miles de jóvenes colombianos agenciaran una movilización por el planeta, inspirada en el aguerrido llamado de Greta Thumberg y en las masivas congregaciones juveniles que se han registrado en varias ciudades de Europa. Pero no fue así. Las pocas imágenes que circularon del primer Fridays for Future en Colombia fueron de marchas famélicas en cuatro o cinco ciudades, de más de mil municipios que tiene el país. Descorazonador.
Se ha especulado sobre las causas de la apatía de los colombianos (y quizás, de los latinoamericanos). Sobre lo que nos lleva a callar aunque estemos inconformes, a aceptar nuestra “suerte” con resignación, a obedecer las imposiciones por injustas e inconvenientes que sean, a consentir que unos pocos decidan el rumbo del país, a tolerar la corrupción de los políticos y sus negocios destructivos, y a repetir, como discos rayados, que tenemos los gobernantes que nos merecemos.
Una de las explicaciones más persuasivas es que sufrimos de desesperanza aprendida: un estado paralizante en el que se cree no tener control sobre la situación, y que cualquier cosa que se haga será inútil. El resultado de este estado es el sometimiento y, en última instancia, la destrucción, pues ante el silencio y la pasividad de los buenos, los malvados siguen adelante como aplanadoras. Obviamente, se puede despertar del aletargamiento. Pero solo nos quedan once años para evitar una catástrofe global. Según los estudiosos, no hay más tiempo.
Por eso me resultaba lógico esperar que los jóvenes salieran entusiasmados a las calles, motivados por la incitante y contagiosa determinación de sus iguales, de salvar el mundo. Que se sintieran parte del movimiento juvenil global contra el cambio climático, a sabiendas de que no hay planeta de repuesto. Que levantaran las posaderas de sus mundos virtuales y de noticias mentirosas, y se plantaran en el de verdad. Que dejaran de hacer las tareas (¡cuánta tarea inútil!) y salieran a las calles con la furia revolucionaria que, siempre se ha dicho, es propia de la juventud.
¿Cómo hacer para que las nuevas generaciones no se adormezcan y asuman con entereza los desafíos de la época en la que les tocó vivir? Que lo cuestionen todo: los dogmas, las instituciones, la información en masa; que rechacen la comida que los enferma, destruye el planeta y mata a los animales; que se planteen opciones de vida distintas a casarse y reproducirse; que vean en la austeridad un valor importante, así como en el amor sin discriminación y en la compasión por todos los seres vivos; que abracen la vida en su diversidad y entiendan que los derechos no son privilegios, sino medios para proteger a los más indefensos, empezando por los animales; que hagan del veganismo la única forma justa de vivir y del servicio el propósito de su existencia; que rechacen toda forma de opresión y esclavitud; que entiendan que sus decisiones diarias afectan a otros que, como ellos, quieren vivir con dignidad; que sean rebeldes e incómodos por sus preguntas y elecciones contra el sistema; que redefinan el sentido y las formas de la política como un camino para hacer del mundo un lugar más justo; que se emancipen del deber ser impuesto por las tradiciones, y nos ayuden a recobrar la cordura, si es que alguna vez la tuvimos.
Quienes ya pasamos los 40 no podemos delegarles a los jóvenes la responsabilidad que aún tenemos de meter los frenos de emergencia, alegando que no sabíamos y que el mundo nos quedó grande. Pero tampoco podemos desconocer que hay en ellos una energía vital única (aunque aperezada por hamburguesas y videojuegos, en unos, y atrapada en el abandono del Estado, en otros) y una motivación más fuerte para salvar el mundo: la de llevar vidas satisfactorias en un mundo habitable, si es que les interesa.
El 20 de septiembre está convocada una gran movilización mundial por el planeta. Ojalá los colombianos de todas las edades, liderados por los jóvenes, seamos capaces de salir de la matrix, aunque sea por una tarde, y poner un pie, al menos por ahora, en la impostergable realidad.