OPINIÓN

La imbecilidad de una intervención militar en Venezuela

He venido sosteniendo que el socialismo acaba con la economía de los países por cuenta de perseguir la propiedad privada, expropiar empresas y adoptar la planificación imperativa; y que el extremismo conservador –desde el fachismo hasta el comunismo- acaba con los derechos humanos.

Jesús Pérez González-Rubio , Jesús Pérez González-Rubio
10 de octubre de 2018

El “Socialismo del Siglo XXI” ha realizado la hazaña de acabar con ambos en Venezuela. Y, en consecuencia, en pocas palabras, con la Democracia, a pesar de que los presidentes Chávez y Maduro fueron elegidos popularmente. Las elecciones son un requisito de esta pero no son suficientes, pues la democracia no existe si no hay respeto por el Estado de derecho, que es lo contrario al “Estado de opinión”; si no hay separación de poderes y garantías electorales y políticas para la oposición, hasta el punto de que su calidad depende del lugar que se le conceda a esta en el sistema político. En Gran Bretaña, por ejemplo, el gobierno y la oposición están en pie de igualdad. El uno es el gobierno de su majestad y la otra es la oposición de su majestad. Es la civilización.  

Pero no por ser una Dictadura que da o daba refugio a guerrilleros, tenemos que optar por una solución bélica contra “el bravo pueblo” que “es nuestra más inmediata semejanza”. Esa sería una guerra civil, como tantas que hemos tenido en Colombia si incluimos los conflictos armados que todavía subsisten como consecuencia de la inclinación por la violencia de cierta guerrilla y de cierto sector conservadurista colombiano que “tiende a ser benévolo con la coerción y con el poder arbitrario al que puede llegar a justificar si usando la violencia, cree que alcanza `buenos fines´”, como lo explica Vargas Llosa al resumir el pensamiento de von Hayek en la “Llamada de la Tribu”. (p.136)  (Negrillas, mías)

En este orden de ideas el expresidente Uribe afirmó que si no había atacado a los jefes guerrilleros asentados en territorio venezolano, como lo hizo con Raúl Reyes en Ecuador, fue porque no le había alcanzado el tiempo. En la Universidad Autónoma de Medellín afirmó: "Yo tenía dos opciones: quedarme callado o hacer un operativo militar en Venezuela. Me faltó tiempo". ¡A Dios gracias! ¡Gracias también a la Corte Constitucional! Nos evitamos una guerra.

Debería ser un propósito nacional ponerle coto a esta inclinación a la agresión y la violencia que, tratándose de otros países, es contraria al Derecho Internacional. No podemos entrar en una carrera armamentista que va en contra de la solución de nuestros problemas sociales, a pesar de la campaña en ese sentido del embajador que: “Piens(a) como los gringos”, Francisco Santos quien se lamenta de que “Nosotros no tenemos misiles antiaéreos” y agrega: “aquí lo que hay es una patria boba, de muchos comentaristas y de muchas personas que no se dan cuenta del peligro en el que hoy incurrimos al no tener capacidad ofensiva… tenemos un dictador inestable al otro lado de la frontera, a un narcotraficante que gobierna un país, entonces cualquier cosa puede pasar. Colombia tiene que prepararse. Y hoy, la verdad, no estamos preparados”. (El Tiempo, 8 de octubre 2.018, p.1.4) (Negrillas, mías) Colombia, por el contrario, tiene que alinearse con el Grupo de Lima y optar por la diplomacia y no por las armas.

No queremos operativos militares en Venezuela ni contra Venezuela. Pero parecería que estuviéramos jugando con la idea. Es así como un día el infatigable embajador nos notifica que “todas las opciones están sobre la mesa”. Desde luego, todas son todas.  Posteriormente Colombia se niega a firmar la “Declaración del Grupo de Lima” que en lo pertinente dice textualmente: “Los Gobiernos de Argentina, Brasil, Costa Rica, Chile, Guatemala, Honduras, México, Paraguay, Perú y Santa Lucía, países miembros del Grupo de Lima…  expresan su preocupación y rechazo ante cualquier curso de acción o declaración que implique una intervención militar o el ejercicio de la violencia, la amenaza o el uso de la fuerza en Venezuela” (Negrillas, mías). Nunca se nos ha explicado porqué específica razón real, valedera y creíble Colombia se negó a firmar esa declaración,  evidentemente incompatible con las querencias del embajador en Washington.

Afortunadamente el canciller, Carlos Holmes Trujillo, entrevistado el 29 de septiembre de 2018 en el programa Oppenheimer Presenta afirmó, refiriéndose a Venezuela, algo que no ha sido suficientemente divulgado: “rechazamos toda actitud bélica y toda actuación violenta y vamos a seguir actuando conforme a esos principios”. Y aunque no dijo en ningún momento de manera enfática que rechazaba cualquier intervención militar en Venezuela a pesar de la insistencia del entrevistador por arrancarle esa declaración, como hubiera sido lo deseable, fue, sin embargo, suficientemente clara su afirmación: “rechazamos toda actitud bélica y toda actuación violenta”.

A su turno, el presidente ha declarado: “Yo no he sido partidario de caer en el juego de un discurso belicista porque es el típico mensaje que la dictadura quiere aprovechar para crear un demonio y valerse de su existencia para aferrarse al poder. Son muy importantes las sanciones… al anillo cercano de la dictadura”. (El Tiempo, 30 septiembre 2018, p.1.6) (Negrillas, mías) La conclusión inevitable de ese planteamiento es evitar toda agresión inclusive verbal que le sirva al dictador para unir al pueblo de Venezuela detrás suyo. En esto debería pensar un poco más nuestro mandatario. Ello es prudente.

Nos hubiera gustado que el presidente dijera que no todas las opciones están sobre la mesa y que Colombia en ningún caso apoyará una intervención en el hermano país. No lo hizo, pero queremos creer que ese es el verdadero alcance de sus palabras cuando rechaza “caer en el juego de un discurso belicista”, que parece ser el del embajador en Washington y el del señor Luis Almagro, secretario general de la OEA, quien no descarta una intervención militar, como tampoco la descarta el señor Donald Trump. Olvidan que la clave de la paz internacional es el respeto al principio de no intervención en los asuntos internos de otros países. También olvidan que las relaciones internacionales no son con los gobiernos sino con los Estados. Recordarlo me parece clave para la paz en este hemisferio.

La falta de un rechazo específico y categórico a una posible intervención en Venezuela es quizá la causa de las siguientes preguntas que se formula con razón María Isabel Rueda en probablemente el más lúcido de sus artículos del año, ‘La guerra con Venezuela‘: “¿A qué horas llegamos a semejante imbecilidad de ponernos al frente de la tesis de que una guerra con Venezuela es factible y posible?…¿A qué horas Colombia se está quedando del lado y hasta liderando a los que la consideran una opción viable?” (El Tiempo, 30 septiembre de 2018, P.1.19)  (Negrillas, mías).

Sí, definitivamente sería no solo un error imperdonable, una guerra ridícula, sino una tragedia para las actuales y futuras generaciones colombianas. Y definitivamente una “imbecilidad”. Como dijera alguna vez el expresidente López Michelsen, una guerra con Venezuela puede durar unas horas o unos días, pero sus consecuencias durarán un siglo. A eso no podemos llegar, y el Gobierno debe ser bien claro al respecto.   

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