OPINIÓN
Anarquía
El presidente Iván Duque fue elegido con esperanza por millones de colombianos. Pero no ha cumplido lo que prometió, porque no ha podido o porque no se ha empeñado a fondo.
Es doloroso lo que está pasando en Colombia. Vivimos una agitación social como nunca antes en las últimas décadas y enfrentamos una sangrienta ola de violencia. Se perdió la autoridad. No hay firmeza para garantizar el orden público ni carácter para perseguir la delincuencia organizada y el narcotráfico. Mientras las marchas pacíficas justas están infiltradas por grupos armados y vándalos, el abuso de la autoridad es permanente. Las instituciones tienen poca credibilidad, como la Justicia. La sincronía entre los pilares del Estado se vino al piso. Una puja de odios se está llevando el país por delante. Los valores sociales están invertidos y quién sabe qué nos espera en 2022.
El presidente Iván Duque fue elegido con esperanza por millones de colombianos. Pero no ha cumplido lo que prometió, porque no ha podido o porque no se ha empeñado a fondo. Gobierna sin carácter, con desidia y una prudencia que parece miedo. La sensación generalizada en el país es que NO hay Gobierno.
La ciudadanía no se siente protegida y escuchada. Eso estimula la rabia y el resentimiento. Sé que el presidente tiene buenas intenciones. Pero eso no es suficiente. Mejor verlo en las regiones, gobernando por fuera de Palacio y del estudio de televisión. Algunos quieren tumbarlo; otros simplemente apuestan a que no termina su mandato por la presión social.
De su gabinete se salva uno que otro. Pero en general tiene unos ministros ausentes y erráticos. La canciller parece un fantasma, está en el cargo, pero no se ve. El ministro de Hacienda no pone la cara, sabemos que existe por la indolencia de sus políticas económicas. El rescate aprobado para Avianca con dineros públicos fue un despropósito. Más aún cuando se conoció que sus ejecutivos se pagaron 7 millones de dólares en bonos, mientras que la compañía en quiebra hacía despidos y bajaba salarios.
El ministro de Defensa tampoco pasa por su mejor momento. Todo está al revés: la vida no vale nada, las masacres se cuentan por decenas este año. Javier Ordóñez fue asesinado brutalmente por policías en un CAI, las protestas por estos hechos dejaron 13 muertos más. Cuando el país esperaba el perdón del ministro de Defensa, como ordenó la corte por los abusos del Esmad, un soldado mató con su fusil a Juliana Giraldo en Cauca. Veinticuatro horas después un trino del ministerio decía desafiantemente “Gloria al soldado”. Nuestros soldados y policías merecen un mejor liderazgo.
Mientras tanto, nadie se conduele con las agresiones a los miembros de la fuerza pública que nada tienen que ver con los abusos. Poco importan los uniformados muertos o heridos. No pasó nada con las imágenes de los 17 soldados del desminado humanitario en Tuluá, tirados en el piso, desarmados, humillados y grabados por las Farc. Los miembros de la fuerza pública se sienten abandonados. Pero no es poniéndose su chaqueta como se les respalda. Es brindándoles educación y un mejor entrenamiento, salarios dignos y castigos ejemplares de la Justicia para quienes violen la ley.
Aquí ya nada tiene lógica: mientras a los niños de noveno de un colegio de Envigado su maestra les puso de tarea una sopa de letras donde Santos es bueno y Uribe es malo, Smith Duarte, condenada por ser cómplice de rebelión, terminó dándole cátedra en derechos humanos a la policía en Neiva. Así mismo, el comandante Uriel, del ELN, manda mensajes con número de teléfono a bordo y responde. ¿Por qué no lo capturan? La economía sufre la peor crisis de los últimos tiempos. El hambre crece en las calles, las empresas quebradas abundan y el desempleo supera el 20 por ciento; millones de personas perdieron su trabajo. La pandemia deja más de 25.000 muertos, y hemos retrocedido décadas en materia económica y social.
Sin embargo, Duque no es el primer presidente que enfrenta dificultades inesperadas y su deber es estar a la altura del momento, como lo han hecho muchos líderes a través de la historia. En los últimos días las escenas violentas en las calles demuestran que el país cambió. Colombia está en alerta roja amenazada por la anarquía. ¿En qué momento llegamos a este punto? Es cierto, estamos en manos de un Gobierno que ha sido inferior a las circunstancias. Pero gran parte de lo que vivimos hoy se originó en 2010, cuando Juan Manuel Santos se convirtió en presidente.
Con todas las falencias y lunares, el país iba bien. Pero Santos dio un timonazo inesperado que cambió 180 grados el rumbo de Colombia. Su obsesión por el Nobel de Paz y los aplausos internacionales lo llevó a negociar en La Habana sometiéndose a las demandas de los narcoterroristas de las Farc. Santos empoderó a la extrema izquierda, dividió a los colombianos y dejó una herida profunda en el país cuando les hizo conejo a los del NO que ganaron el plebiscito. La fuerza pública perdió la moral y la efectividad porque Santos convirtió a nuestras fuerzas armadas en villanas y a los criminales de las Farc en héroes. Hoy vemos las consecuencias de esa subversión de los valores.
El afán de Santos por firmar la paz con las Farc en 2016 lo llevó a una implementación desastrosa. Pocos entendemos para qué se desgastó cinco años en una supuesta negociación. Bastaba con haberles preguntado qué querían, aceptar y firmar. Al fin de cuentas eso fue lo que pasó.
Duque debe restablecer el orden y la seguridad, con autoridad. Emprender una lucha decidida contra el narcotráfico, recuperar la confianza en la fuerza pública, llegar a los territorios abandonados. Su mayor esfuerzo debe concentrarse en reactivar la economía, auxiliando a los más vulnerables y salvando las pequeñas y medianas empresas. Que la gente lo sienta cerca. De lo contrario, el país estará perdido.