OPINIÓN

Choque de extremos

Sanders es el candidato de los jóvenes que en el nadir de la crisis económica pretendieron “ocupar Wall Street”, y el preferido de las mujeres (así le pese a Hillary).

Antonio Caballero, Antonio Caballero
23 de enero de 2016

En el Partido Republicano de los Estados Unidos, el Grand Old Party que fundó Lincoln, hoy todo es ultraderecha. Hay matices, sí, pero referidos solamente a las creencias religiosas: derecha evangélica, derecha carismática, derecha multidenominacional, que hace cuatro años puso por candidato presidencial a un mormón; o a las preferencias geoestratégicas: derecha aislacionista, derecha partidaria de bombardear el resto del planeta, derecha protectora del Estado de Israel para que llegue pronto la gran batalla apocalíptica de Armagedón y la consiguiente Segunda Venida de Cristo. En el Partido Demócrata, en cambio, las tendencias internas son prosaicamente políticas: derecha (Hillary Clinton), centro derecha (Bill Clinton), centro izquierda (Obama, Carter), izquierda propiamente dicha (Bernie Sanders).

Todos los precandidatos republicanos a la Presidencia son de extrema derecha, pero con matices: el uno es más tal, el otro es más cual. Solo Donald Trump ocupa todo el espectro: en lo religioso se ha declarado sucesivamente episcopaliano, evangélico, católico, miembro de la Iglesia reformada holandesa y de la presbiteriana de Jamaica; y rabiosamente antiislámico. En lo geoestratégico es a la vez aislacionista (“America First”, y promotor de la construcción de muros en las fronteras de México y Canadá y de la instauración de barreras arancelarias) y, al mismo tiempo, partidario de las intervenciones militares norteamericanas en el mundo entero. Y, por supuesto, protector de Israel como cabeza de puente de la civilización norteamericana en el bárbaro mundo del islam.

Trump empezó siendo considerado un payaso. Creo que yo fui uno de los pocos que, desde estas columnas, lo tomamos en serio: dice lo que todos los blancos norteamericanos piensan. Por eso ha venido subiendo constantemente en las encuestas, y por eso acaba de recibir el respaldo de la derecha analfabeta del Tea Party en la persona de Sarah Palin, la exreina de belleza que fue candidata a la Vicepresidencia con John McCain hace ocho años.

Los precandidatos demócratas son solo dos (pues el tercero, O’ Malley, cuenta poco en las encuestas; aunque tiene futuro, dado que es 25 años más joven que sus dos rivales). En cabeza va Hillary Clinton, que representa la derecha del partido –hasta el punto de que es casi republicana: una halcona (pues insiste en su superioridad de género) bombardeadora e intervencionista: apoyó desde el Senado todas las guerras de Bush, incitó desde el Departamento de Estado todas las guerras de Obama (Libia, Siria, Yemen), respaldó el golpe militar contra Zelaya en Honduras, amenazó con intervenir (“ayudar”, dijo) en México contra los carteles del narcotráfico. Es la candidata de los banqueros de Wall Street, que son los principales financiadores de su campaña. El otro candidato es una sorpresa: Bernie Sanders. Un independiente incrustado en el ala izquierda del Partido Demócrata que se describe a sí mismo como demócrata-socialista. Casi un ‘rojo’ en la terminología política norteamericana: es decir, casi ‘Un-american’, o antinorteamericano. Buena parte de la prensa ha dado en presentar la oposición entre Sanders y Clinton como la de un “ideólogo” contra una “pragmática”, cuando lo apropiado sería decir lo contrario: la “ideóloga” es Clinton, neoliberal en lo económico y neoconservadora en lo político; y el “pragmático” es Sanders, que se limita a señalar la decadencia de los Estados Unidos en el último medio siglo con la concentración del ingreso en la ínfima minoría de los muy ricos, la pauperización de los proletarios y el empobrecimiento de las menguantes clases medias. Por eso Sanders es el candidato de los jóvenes que en el nadir de la crisis económica pretendieron “ocupar Wall Street”, y el preferido de las mujeres (así le pese a Hillary): inspira más confianza su figura de viejo profesor cascarrabias que la de la ex primera dama con sus sonrisitas condescendientes de exsecretaria de Estado y sus risotadas repentinas de loca. En los debates televisados de la campaña Sanders parecía estar diciendo siempre la verdad, y Hillary siempre parecía estar mintiendo. Y así, contra todo pronóstico, la intención de voto por él ha venido creciendo mes tras mes frente a ella. A escala nacional está en un 40 por ciento (de los demócratas) frente a un 50 para ella. Y la empata en el estado de Iowa y la supera ampliamente en el de New Hampshire, que son los primeros que celebrarán elecciones primarias la semana que viene.

Salvo que Hillary Clinton recupere su impulso institucional, y salvo que del lado de los republicanos sobrevenga un terremoto, las elecciones presidenciales norteamericanas de este año van a convertirse en un choque sin precedentes entre los dos extremos del espectro político: Donald Trump versus Bernie Sanders. Y las definirán, votando por primera vez, los abstencionistas consuetudinarios, que son más o menos la mitad de los electores potenciales de los Estados Unidos.

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