OPINIÓN

Nueve de abril

Así como el anticomunismo existió en Colombia desde antes de que existiera el comunismo, así también persiste todavía cuando el comunismo ya no existe.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
8 de abril de 2017

Hoy domingo 9 de abril se cumplen 69 años de la muerte de Gaitán. Y en Colombia se está por fin cerrando la etapa histórica que comenzó hace 69 años con ese asesinato.

Porque es un lugar común decir que el Bogotazo del 9 de abril de l948 “partió en dos la historia de Colombia”. Pero no es así. Lejos de partir la historia, el Bogotazo tuvo la consecuencia de impedir que se partiera. La devolvió a los viejos cauces, que las reformas sociales y políticas iniciadas por la República Liberal habían tratado de cambiar. El asesinato del líder populista liberal Jorge Eliécer Gaitán, seguido por la caótica sublevación popular, provocó lo que vino: las dictaduras civiles conservadoras de Ospina, Gómez y Urdaneta, la dictadura militar conservadora de Rojas, el restringido régimen conservador-liberal-militar del Frente Nacional y sus sucesivas “post datas”, como se dio en llamar a la primera (la del “mandato claro” de López Michelsen). Y, con todo ello, la contrarrevolución preventiva de la cual hoy por fin, al cabo de 69 años perdidos, estamos empezando a salir con la firma de la paz con los grupos guerrilleros.

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Se está cerrando esa etapa, si la dejan cerrarse. Porque hay muchos que se oponen en redondo a que así sea. Los mismos, sempiternos, que hace 69 años no solo mataron a Gaitán sino que además acusaron de su asesinato al comunismo, en procura de un pretexto para desencadenar la violencia. O, mejor, para justificarla, pues venía de atrás: exactamente dos meses antes de que lo mataran, Jorge Eliécer Gaitán había convocado en Bogotá una gigantesca Marcha del Silencio para pedirle al gobierno que cesaran las matanzas en los campos: para pedirle “paz y piedad para la patria”. Porque ya había empezado la violencia gubernamental y conservadora, alentada en nombre de la defensa contra lo que el jefe conservador Laureano Gómez llamaba “el Basilisco”: un monstruo híbrido formado por el gran cuerpo del Partido Liberal y su pequeña cabeza rectora y maligna, que según él era el Partido Comunista. Porque los motivos de la violencia conservadora fueron varios y variados, económicos y políticos, y sobre todo prácticos: ganar las elecciones. Pero su excusa ideológica fue el anticomunismo, que existió en Colombia desde antes de que existiera el comunismo.

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El anticomunismo, ya adoptado como doctrina planetaria por el gobierno de los Estados Unidos en su forcejeo con la Unión Soviética, vino a recibir el espaldarazo colectivo de la Conferencia Panamericana reunida en Bogotá en esos mismos días de abril de l948. En esa Conferencia, en medio de la ciudad incendiada, se creó la OEA, la Organización de Estados Americanos que desde entonces ha apoyado todas las dictaduras de derecha del continente, con el mismo pretexto, refinado luego bajo del nombre de Doctrina de la Seguridad Nacional (de los Estados Unidos). Por la misma razón ha condenado la OEA las únicas dos dictaduras de izquierda: hace 55 años la castrista de Cuba y ahora mismo la chavista de Venezuela. Porque el comunismo de entonces es el mismo “castrochavismo” que hoy denuncia aquí la derecha de Uribe y Ordóñez en la compañía proclamada, sin despertar el más mínimo asomo de rechazo, del jefe de sicarios del cartel de Medellín.

Así como el anticomunismo existió en Colombia desde antes de que hubiera comunismo, así también persiste todavía cuando el comunismo ya no existe. Como en aquellas islitas perdidas del Pacífico en que una guarnición de soldados japoneses no se enteró de que ya no había Guerra Mundial, en este país la Guerra Fría no ha terminado. 

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