OPINIÓN

San Antoñito

Estas beatas del san antoñito de ahora montan una campaña en las redes sociales: “lo que es con Uribe es conmigo”: el tradicional lema de los matones que agreden en gavilla

Antonio Caballero, Antonio Caballero
22 de julio de 2017

¿Por qué a medio país le gusta Álvaro Uribe, con todos sus defectos? Por todos sus defectos. Alguna vez cité aquí mismo, hablando de ese fenómeno morboso, una expresión francesa que explica el clamoroso éxito popular de Uribe como político sinuoso, tramposo, mentiroso, calumniador: “La nostalgie de la boue” (la añoranza del fango). Lo sucio gusta.

Lo estamos viendo ahora en el episodio grotesco de sus insultos al periodista Daniel Samper Ospina, culpable del delito de lesa majestad de burlarse del vanidoso expresidente y senador. En respuesta a sus certeras chanzas, Uribe lo calumnió primero, llamándolo “violador de niños” (en un país tan exaltado por los recientes casos de verdaderas violaciones de niños). A continuación, y al verse denunciado por calumnia y tener que responder ante la Justicia, se medio retractó alegando trucos semánticos, deslizándose y huyendo como una sanguijuela de alcantarilla, para repetir la acertada comparación que hizo la senadora Claudia López cuando Uribe se negó a dar la cara en el Congreso ante el debate que le hacía el senador Iván Cepeda. Lo criticaron entonces unas cuantas docenas de periodistas, y entonces amplió el abanico de sus injurias, tratando de atemorizar no ya solo a Samper sino a todos los periodistas que protestaron por la extravagante y calumniosa invención de violación pedófila. Todos ellos están, razona Uribe, o sobornados por el gobierno, o amenazados y amedrentados por el gobierno, o las dos cosas. O peor aún: son bogotanos. Quieren insultar a Antioquia.

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Cito a dos escritores antioqueños (“de todo el maíz” como se decía en tiempos). Esteban Carlos Mejía decía hace unos días en su columna de El Espectador:

“Álvaro Uribe Vélez encarna lo más ruin, nauseabundo y siniestro de la ‘raza antioqueña’, si acaso existe tal majadería. Es el típico avivato: ventajoso, zalamero, mentiroso, arbitrario, tramposo, hipócrita y cínico”.

Y, más escueto y más amplio, decía hace unos meses Fernando Vallejo: “La maldad de un ser humano debiera medirse en Uribes”.

Podría citar también al patriarca de las letras antioqueñas Tomás Carrasquilla, cuyo satírico cuento San Antoñito parece un retrato premonitorio de Álvaro Uribe. Es la historia de Damiancito Rada, un jovencito antioqueño “sumamente rezandero y edificante”, y que resultó ser un farsante redomado. Como Uribe, que se hace pintar una descomunal cruz de ceniza en la frente para cumplir ostentosamente con el rito católico del Miércoles de Ceniza y se pasma y se traspone ante el cadáver incorrupto de algún curita católico, pero a la vez se conchaba con los pastores protestantes de la Misión Carismática Internacional que le ponen sus fieles a votar y le alquilan baratos sus estadios. Como escribe Carrasquilla que se descubrió del hipócrita san Antoñito: “Hasta donde los protestantes dizque ha estado”. Cuando finalmente lo desenmascaran las viejas beatas que lo han venido protegiendo y engordando –las Marías del Rosario Guerras o Marías Fernandas Cabales o Palomas Valencias del cuento–, van dolidas a buscarlo a su cuarto para hacerle reproches. Pero ya no lo encuentran: se ha escapado por la ventana como una sanguijuela por una alcantarilla. Y no encuentran tampoco “ni la maleta, ni el tendido de la cama”.

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Pero no se limitan a llorar, como aquellas ingenuas mujeres engañadas. Estas de ahora, que no son nada ingenuas, rodean a su hombre sin importarles que sea un farsante (¡c’est mon homme!) para hacer frente a las burlas de un humorista. Y lo hacen en compañía de sus otros candidatos presidenciales in pectore (los tres o cuatro huevitos que cacarea Uribe, incluido Popeye, el jefe de sicarios de Pablo Escobar, quien en su exaltación uribista llama a Daniel Samper Ospina “sicario moral”: exactamente el mismo calificativo por el cual hace 30 años fue amenazado de muerte su padre, Daniel Samper Pizano, y tuvo que irse al exilio). Estas beatas del san Antoñito de ahora no sueltan una lagrimita, sino que montan una campaña en las redes sociales electrónicas: “Lo que es con Uribe es conmigo”: el tradicional lema de los matones que agreden en gavilla. Son las candidatas y los candidatos de Uribe: los amantes del fango, a quienes les encanta que Uribe sea un abusador.

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A propósito de abusadores de niños. Hace mes y medio comenté aquí la columna de Samper que tanto ofendió a Paloma Valencia en su Día de la Madre y a los antioqueños independentistas en el día de la decisión judicial en cuanto al ignoto pueblo chocoano de Belén de Bajirá, diciendo que me parece mayor abuso el chiste grosero que hizo Uribe sobre la niñita Amapola que el chiste ligero que hizo Samper. Samper hizo un juego de palabras sobre su nombre: Amapola, que es una planta de la que se extrae la heroína. Uribe hizo una procaz alusión de doble sentido al acto de ponerle la mano encima al cuerpo de la recién nacida. Transcribo sus palabras, que fueron recibidas con risotadas de éxtasis por sus adoradores, incluyendo a la madre de la niña insultada:

–Tuve ocasión de cargar a Amapola. Y me dije: qué mano le pongo: la dura o la blandita.

La mano dura, la mano blandita. Repito: todos se rieron del chiste salaz del expresidente. Se ve que le tienen miedo.

Daniel Samper Ospina ha dicho que él no le tiene miedo al expresidente Uribe. Yo tampoco.

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