Opinión
Atrapados por la fantasía
Petro y sus seguidores ven los efectos perversos de sus actos en la salud, la economía, la violencia, el narcotráfico, la corrupción de sus alianzas, pero han invertido demasiada vida y saliva en sus fantasías para renunciar a ellas.
A la manera de don Quijote, Petro, las élites de izquierda y sus seguidores de a pie han pasado la vida alimentando una extensa y compleja fantasía mental.
En ella, los gigantes, monstruos, fantasmas, ejércitos enemigos, el caballero de los espejos, son por turnos los ricos, los gringos, los fascistas, los empresarios, los paracos, los políticos, los consumidores, los transportadores, los ganaderos, en fin, todo el mundo. Su fantasía está poblada de malos, mentirosos y canallas, y ellos, los de las izquierdas, son los caballeros andantes del marxismo que tienen por “oficio y ejercicio andar por el mundo enderezando tuertos y desfaciendo agravios”.
La fantasía del relato quijotesco atrapa a Petro, sus seguidores y secuaces con potente fuerza mágica. Es más fácil vivir en el relato que confrontar la realidad.
Superada la fase de conquista del poder, y ya posesionados de la Presidencia, el relato se estrella con la realidad tozuda del subdesarrollo, la incultura, las talanqueras propias del Estado de derecho, lo finito del presupuesto y lo infinito de la codicia de quienes acompañan al caballero de la triste figura.
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La obsesión con el relato fantástico, a la manera de la locura del Quijote, hiere y causa daños a quien tiene la mala fortuna de cruzársele en el camino. Y quien se le queje al de la triste figura o sus seguidores será desoído con cajas destempladas. Como le sucedió al bachiller Alonso López cuando el Quijote lo hace caer de su mula como “diablo del infierno” y el bachiller, con la pierna rota por el animal, le reclama: “No sé cómo pueda ser eso de enderezar tuertos—dijo el bachiller—, pues a mí, de derecho, me habéis vuelto tuerto, dejándome una pierna quebrada, la cual no se verá derecha en todos los días de la vida; y el agravio que en mí habéis deshecho ha sido dejarme agraviado para siempre y harta desventura ha sido topar con vos, que vais buscando aventuras”.
Y así va el país. Todo sector económico, industria o sistema que se topa con la locura andante de Petro termina “tuerto”, o torcido en el español del Siglo de Oro, agraviado o quebrado para siempre.
Y confrontado por los males que causa su gobierno, Petro, como el Quijote, no duda en culpar a la víctima, desoyendo la realidad de lo sucedido, revirando impune y enajenado con sus percepciones fantásticas: “El daño estuvo… en venir, como veníades… yo no pude dejar de cumplir con mi obligación, acometiéndoos… aunque verdaderamente supiera que érades los mesmos satanases del infierno; que por tales os juzgué y tuve siempre”.
Como Sancho, o el cura o el barbero, muchos alrededor de Petro saben del delirio de su jefe. Lo cultivan y aprovechan porque, como Sancho, “andaba ocupado desvalijando una acémila de repuesto que traían aquellos buenos señores bien abastecidos de cosas de comer… haciendo costal de su gabán, y recogiendo todo lo que pudo y cupo en el talego…”.
Tal vez solo Borges, en su grandeza, se atrevió a cuestionar el adorado delirio del Quijote. En su cuento Un problema, inventa un recuento que señala que en sus viajes y combates el Quijote finalmente ha matado a alguien. Y Borges nos interroga sobre cuál habría sido la reacción del de la triste figura al enfrentar las consecuencias de su entrega a la locura.
Supone primero Borges que en el “mundo alucinatorio de Don Quijote la muerte no es menos común que la magia” y por ello no tiene el loco caballero por qué perturbarse. Después plantea Borges una segunda opción: que el Quijote despierta de su locura y retorna a su condición de Alonso Quijano. La culpa de los efectos de su locura lo despierta de ella.
Pero lo más probable para Borges es que, frente al muerto, don Quijote “no puede admitir que el acto tremendo es obra de un delirio”. Por eso inventa, consciente, alguna causa para poder mantenerse en su locura y fantasía.
Petro, y muchos de sus seguidores y adeptos, están en este último escenario. Ven los efectos perversos de sus actos en la salud, la economía, la violencia, el narcotráfico, la corrupción de sus alianzas, pero han invertido demasiada vida y saliva en sus fantasías para poder renunciar a ellas. Prefieren seguir adelante con su destructora fantasía que asumir la vergüenza de su error o las consecuencias disciplinarias y penales de sus actos u omisiones.
La destrucción transversal y sistemática del país seguirá. La apropiación de los centros de poder se hará cada vez más urgente y apremiante. La fuite en Avant, la huida hacia adelante, es inevitable y cada vez más peligrosa.
Los Sanchos de Petro seguirán engordando y caminando a su lado, cínicos. Como en la segunda parte de la novela inmortal, en la segunda parte del mandato convencerán a Petro, confrontado por los efectos de su locura, que la finja con más veras y que vuelva al camino a inventar demonios y derrotarlos en su imaginación, mientras ellos llenan las alforjas.
Los convencidos del petrismo, ese 30 % de adeptos de las encuestas, preferirán también quedarse en la fantasía antes que admitir la estupidez de haberlo promovido y apoyado. Para escapar a la vergüenza, se unirán, apoyarán y compartirán febriles las arbitrariedades que vendrán para asegurar que la triste figura se perpetúe en el poder. Así, como en Venezuela o en la Alemania nazi, se mantendrá ese peligroso núcleo duro de creyentes que prefieren vivir la fantasía a costa del bienestar de la mayoría.