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JUAN MANUEL CHARRY

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Autoperdón de Donald Trump: bananización de la democracia

El autoperdón no excluye a Donald Trump del juicio político y la responsabilidad penal estadual. Estados Unidos víctima del populismo y métodos no ortodoxos.

14 de enero de 2021

Lamentablemente, el nuevo año inicia mal: La pandemia del COVID-19 arrecia los contagios, la vacunación avanza lentamente y una nueva cepa acecha Europa y el resto del mundo; la reactivación económica es incierta y los bancos centrales de los estados desarrollados inyectan dinero a los mercados generando peligrosas burbujas bursátiles, de materias primas e inmobiliarias; y para rematar, la democracia moderna más simbólica, la de Estados Unidos, corre riesgos por la actitud del presidente Trump y de sus seguidores al desconocer los resultados electorales e irrumpir la turba en el Capitolio.

A lo anterior, se suman los comentarios que aseguran que Donald Trump estaría considerando otorgarse a sí mismo un perdón presidencial que lo exoneraría de penalidades y multas por delitos de orden federal. ¿Se trataría de un abuso de poder? O por el contrario, ante la atribución constitucional que solo excluye juicios políticos, el presidente podría concederse tal dispensa. En todo caso, se podría adelantar un segundo “impeachment” contra Trump, lo que no tiene antecedentes en ese país y, además, tendría que responder juicios criminales estaduales, como los que se le adelantan en Nueva York.

La Constitución de los Estados Unidos, en el artículo II, Sección 2, concede al presidente la facultad para suspender la ejecución de sentencias y conceder indultos por delitos cometidos contra los Estados Unidos, salvo en el caso de acusación a funcionarios públicos. De manera que el Poder Ejecutivo puede hacer un contrapeso al Poder Judicial y mostrar clemencia ante situaciones extremas. En principio, el indulto releva del castigo y borra la culpabilidad, de modo que el infractor es inocente como si nunca hubiere cometido el delito, excepto en caso de cometer otro delito, con lo cual se puede tomar el primero como circunstancia de agravación.

Ningún presidente se ha otorgado a sí mismo un perdón, si ocurriera pondría a prueba el sistema constitucional norteamericano, las cortes podrían desconocerlo o se podría generar un peculiar régimen de irresponsabilidad presidencial. Richard Nixon, un mes después de dejar la presidencia, ha sido el único en recibir un indulto por quien fuera su vicepresidente, Gerald Ford, lo que fue ampliamente criticado.

Trump ha concedido 94 perdones y conmutaciones de penas, el 89% relacionados con personas cercanas que lo ayudaron políticamente o que sus investigaciones pudieran afectarlo, como en el caso de la trama rusa.

En Colombia, una situación como esta no podría darse. Primero, el presidente no tiene la facultad de suspender condenas ni conceder autónomamente indultos, estos últimos requieren de una ley aprobada por dos terceras partes de los congresistas, aplicable solo a delitos políticos. Segundo, los funcionarios administrativos, incluido el presidente, deben declararse impedidos cuando tienen interés directo en la respectiva decisión.

Lo cierto es que la democracia de los Estados Unidos fue victima de un cierto populismo predicado por una persona ajena a la política que acudió a métodos no ortodoxos. Los excesos y lamentables espectáculos que ofrecían las mal llamadas “Banana repubics”, hoy pueden verse hasta en las democracias más consolidadas. Al parecer, el mundo se bananizó.

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