OPINIÓN
Ayuda humanitaria para Venezuela: Publicidad política pagada
Porque ¿por qué prestarles asistencia humanitaria a los hambrientos de Venezuela, y no en cambio o por igual a los hambrientos de Colombia? ¿O, de pasada, a los cientos de miles de refugiados venezolanos que pasan hambre en Colombia?
Ahora se inventan, llevando la hipocresía a su más extremo extremo, que la intervención de los Estados Unidos en Venezuela es ayuda humanitaria. Bueno: no se lo inventan ahora, en realidad. Hasta bombardeos humanitarios fueron capaces de inventarse hace veinte años, cuando las guerras del desguace de la antigua Yugoslavia. Y también han llamado humanitarios los actuales ataques aéreos sobre Libia y Siria. Por lo visto lo que justifica las intromisiones de unos Estados en otros, de los fuertes en los débiles, es la intención: si es buena y pura –¿y quién la juzga?–, pues adelante: paso de vencedores.
Puede leer: El patio trasero
Pero volviendo a Venezuela (y con la advertencia de que escribo esto en la mañana del viernes, víspera del sábado 23 de febrero para el cual está programado el circo de la entrega de la ayuda en varios puntos de la frontera): por ahora lo que se le manda al régimen de Nicolás Maduro no son bombas explosivas, sino paquetes de comida y de medicamentos. Avionados repletos de ellos donados generosamente por los Estados Unidos y generosamente traspasados por Colombia, por el Curazao holandés y por la frontera del Brasil. Avionados a los cuales se enfrentan otros avionados iguales enviados también generosamente por Rusia y ya ofrecidos además por Turquía y por la China. Compitiendo todos ellos en generosidad desinteresada, en altruismo dadivoso: qué buenos son todos los gobiernos del mundo.
Porque ¿por qué prestarles asistencia humanitaria a los hambrientos de Venezuela, y no en cambio o por igual a los hambrientos de Colombia? ¿O, de pasada, a los cientos de miles de refugiados venezolanos que pasan hambre en Colombia?
El gobierno venezolano recibe unos dones, los de sus amigos, y rechaza otros, los de sus enemigos, con perfecto ajuste al derecho internacional en ambos casos: ningún Estado está obligado a aceptar la ayuda ajena, aunque la necesite, ni pueden los donantes obligarlo por la fuerza a aceptarla. Sin duda los maduristas exageran grotescamente cuando aseguran, como lo hace la vicepresidenta Delcy Rodríguez, que los alimentos regalados están envenenados, aunque muchos casos se han visto en la historia de semejante horror. Pero en términos simbólicos tienen razón: el despliegue mediático dado a la ayuda la envenena de la más cruda propaganda política.
Le recomendamos: Quién los mata
Como es propaganda, igualmente simbólica, la organización de conciertos de cantantes a lado y lado de la frontera: el uno por un millonario inglés, y el de enfrente por Nicolás Maduro. Otro símbolo es también que los dos conciertos enfrentados para socorrer a Venezuela tengan nombre en inglés: Venezuela Aid Live el del lado colombiano de la frontera, y Hands off Venezuela el del otro lado. Como es igualmente propaganda la asistencia a los actos de los congresistas norteamericanos que los impulsan, y de los presidentes latinoamericanos, encabezados por el colombiano Iván Duque, que quieren también robar pantalla pero a quienes no se les ha ocurrido nunca organizar ayudas parecidas para los miserables de sus propios países. Para Colombia, por ejemplo, ¿quién lo hace en su lugar? Nadie menos que el presidente venezolano Nicolás Maduro, que anuncia el envío de 20.000 cajas de alimentos para paliar la miseria en Cúcuta. De nuevo: propaganda.
Porque ¿por qué prestarles asistencia humanitaria a los hambrientos de Venezuela, y no en cambio o por igual a los hambrientos de Colombia? ¿O, de pasada, a los cientos de miles de refugiados venezolanos que pasan hambre en Colombia?
Le sugerimos: Parque
Todos ellos, y muchos más en medio mundo, la necesitan, y no la reciben. Y a lo mejor es imposible dársela a todos, en la práctica (aunque eso habría que discutirlo). Pero entonces habría que proponer otra imposibilidad: que no se les permita a los gobiernos –al de Donald Trump en los Estados Unidos, al de Nicolás Maduro en Venezuela– disfrazar su interés de altruismo. Sino que se los obligue a poner en cada uno de sus paquetes de ayuda humanitaria la advertencia: “Publicidad política pagada”.