OPINIÓN

El alumno Duque

¿Por qué no medir su gestión desde la dimensión del estudiante que se esmera y no del estadista que fracasa?

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
11 de agosto de 2019

La idea de escribir una columna a favor de Iván Duque me surgió cuando leí la última portada de SEMANA. Aparecía el Presidente Efímero en una foto luminosa, bajo la cual se leía un titular que le hacía justicia: “El año del aprendizaje”, decía, no sin razón, porque al final ¿qué es todo fracaso sino una bella forma de aprendizaje?

Con la revista en la mano, entonces, me llamé a la reflexión: ¿y si he sido duro con un pobre muchacho que apenas está aprendiendo?, me pregunté, acosado por la culpa; ¿acaso he sido injusto al juzgarlo como si fuera un presidente hecho y derecho, y no este practicante aplicado que seguramente llegará lejos en la carrera pública? El hombre está en formación. ¿No merece un compás de espera mientras termina sus pasantías en el Palacio de Nariño? ¿Por qué no medir su gestión desde la dimensión del estudiante que se esmera, y no del estadista que fracasa?

Iván Duque llegó a la Presidencia hace exactamente un año, y con él estrenó Colombia una nueva forma de gobierno, novedosa y pionera: la del presidente que obedece y no solo manda; la del hombre bonachón, pero formado, que convirtió a la Universidad Sergio Arboleda en todo un centro de pensamiento, y no solo de mujeres bonitas.

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Desde entonces, un chorro de frescura recorrió los pasillos de la casa privada como no sucedía desde las épocas de María Paz y Simón. Aún hoy, cada vez que el niño del Rochester desenfunda su guitarra Fender y se convierte por un rato en el cantante de esa “teenager band” que siempre soñó liderar; cada vez, en fin, que invita a Palacio a un artista como Maluma y lo llama “hermano”, el edificio adquiere la magia juvenil que había perdido desde los días del kínder de Gaviria.

Y, como él, sus compañeros de promoción merecen un importante reconocimiento. Alumbrados por el asombro del primíparo, todavía se toman selfies en el aeropuerto de Catam y comparan, incrédulos, el tamaño de los esquemas de seguridad que les asignaron. Pero bajo la guía del presidente rockero, su aprendizaje ha tomado vuelo, literalmente, y cada vez se muestran más hombrecitos de Estado. Miguel Ceballos, Felipe Buitrago, Francisco Barbosa: he ahí una generación que abre sus olorosos pétalos hacia el futuro, y aprueba, ella también, las calificaciones en este primer año de aprendizaje. Han cumplido con los logros asignados: desde no confundir el nombre del presidente con el de Álvaro Uribe hasta acomodarse al agobiante soroche con que los castiga la apretada agenda de viajes intercontinentales.

Porque he ahí otro aspecto a destacar: el presidente ha cursado a satisfacción actividades extracurriculares como excursiones por todos los lugares del mundo, y se prepara para irse de intercambio al cierre de su mandato. Lleva 22 viajes en el primer añito de gobierno. Ha logrado que sea noticia cuando pernocta en Colombia. Y lo ha hecho él solito.

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El planeta, al igual que sus blazers, comienza a quedarle pequeño, gracias a la magna gestión de su canciller, el doctor Carlos Holmes Trujillo. El bugueño se tragó el mundo en apenas 12 meses. Después de la exitosa gira presidencial por la China, en la que el presidente en persona negoció la compra de 30 paneles solares, y como parte de su compromiso con la economía del mismo color probó el pato a la naranja, el canciller tiene el duro reto de superarse en lo que resta del periodo. De continuar el ritmo, para el último año solo le faltará montar viaje oficial a la Luna. Los diseñadores Leal y Daccarett preparan el traje que lucirá la primera dama, inspirados en el mismo que vistió ante Donald Trump. Surcará el espacio la comitiva de siempre, dentro de la que brilla Pachito Miranda, la secretaria privada María Paula Correa, la totalidad de asesores egresados de la Sergio Arboleda y de la Universidad de San Marino. Y, naturalmente, el hermano presidencial, Andrés, de quien el senador Pulgar destacó sus capacidades succionadoras en plenaria reciente.

Pero lo más destacable del presidente Duque en este primer año son sus ganas de aprender. El mismo hombre que, cargado de prejuicios, a los 21 añitos criticaba en el periódico Tolima 7 días a su mentor, Álvaro Uribe, por haber auspiciado las Convivir, es ahora su alumno más aplicado. Ha tenido que aprender de química en los informes que le filtra su universidad para legislar sobre glifosato; de derecho, para objetar la JEP; de matemáticas, para contar las horas de la caída de Maduro. Un extraordinario aprendiz.

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En síntesis: en este primer año, Duque demostró que está para grandes cosas. Obtuvo buenas notas en la materia de canto y en las electivas de gastronomía y trabajo manual (en la que está aprendiendo a hacer recortes). No cabe duda de que, tras la experiencia que obtendrá al final de su cuatrienio, el presidente quedará preparado para ocupar altos cargos estatales: ser ministro de Cultura, como quería cuando era santista; ser vicepresidente. O, por qué no soñar en grande, ser canciller. Y tragarse el mundo en un año, como el doctor Trujillo.

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