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JORGE HUMBERTO BOTERO

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Bicicleta estática

Para algunos es como si el tiempo no hubiera transcurrido desde que se firmó “la paz estable y duradera”.

8 de noviembre de 2022

Como no está al alcance del ciudadano común la posibilidad de conocer, desde el momento de su presentación y hasta su eventual aprobación, los proyectos que se tramitan en el Congreso, no he podido estudiar todavía el texto definitivo de la “Paz Total”.

Así sucede por la inexistencia de un portal oficial que permita hacer el seguimiento de las leyes con facilidad y certeza. Por eso reina la opacidad, es baja la participación en los debates de la sociedad civil, y proliferan micos y fraudes. Si no fuera por los medios de comunicación, los gremios y otros pocos actores, que se las arreglan para obtener los textos, nada preciso sabríamos en tiempo oportuno para criticar, respaldar o proponer cambios.

De modo general, este problema se resolvería mediante el establecimiento de una versión electrónica de los Anales del Congreso, la cual, por nacer en el mundo digital, no en el papel, permitiría realizar consultas en tiempo real sobre el proceso de formación de las leyes.

Que son, junto con el ejercicio del control político del gobierno, la principal función que los parlamentos cumplen. Lanzo esta botella al mar con la esperanza remota de que su mensaje llegue a las cámaras.

Para darle impulso a la Paz Total se acude al cómodo expediente de echarle a Duque la culpa de que la paz de Santos supuestamente se haya estancado. Caben algunas consideraciones al respecto.

El partido que respaldó su candidatura, y el propio presidente en su condición de senador, habían sido adversos a esa iniciativa. Ya no importan las razones sustantivas de esa oposición; importan sí las procedimentales, cuestión que no es marginal.

El plebiscito que fracasó en las urnas no buscó reconciliar a los ciudadanos, sino generar una confrontación maniquea, entre amigos y enemigos de la paz, un abuso colosal.

Luego, ante el rechazo popular, se acudió al Congreso luego de haber alterado ad hoc los mecanismos legislativos para facilitar su aprobación. No fue ese un ejercicio leal con los adversarios, no ayudó a fortalecer las instituciones, no creó buenos precedentes.

Estas circunstancias explican que Duque haya invertido tiempo precioso en el vano intento de lograr la modificación de algunas cláusulas del acuerdo, aunque puso en marcha acciones para dar cumplimiento a los programas sociales. Los esfuerzos fueron denodados y los resultados magros. ¿Pudo hacerlo mejor? Quién sabe; gobernar es complicado. Poner a funcionar proyectos productivos en regiones pobres y agobiadas por la violencia toma tiempo. Cierto es, de otro lado, que durante el pasado gobierno fueron asesinados multitud de personas en esos territorios violentos.

Pero de allí a decir que esa saga horrenda fue causada por la negligencia del gobierno es dar un paso demasiado audaz. A Duque esos muertos con seguridad le duelen. La JEP y la Comisión de la Verdad recibieron el apoyo necesario para operar y sus competencias fueron respetadas.

Estas reminiscencias sirven para advertir que la paz de Petro debería ser una política de Estado. Este resultado no depende de discursos y, menos aún, de que lo diga la ley. Depende de que, en efecto, exista un respaldo sólido de sectores políticos y sociales que no son cercanos al gobierno. A juzgar por los resultados de la elección presidencial, en ese bando podría militar la mitad del país.

El presidente ha indicado que el eje de su gobierno consiste en la obtención de la que denomina “la paz total”: la superación plena de los conflictos sociales. Esa idea no corresponde a una visión liberal. Ella supone que como individuos, participantes en comunidades y en grupos de interés, interactuamos en búsqueda de nuestros propios objetivos en la vida.

Esas interacciones deben ser pacíficas, y al Estado corresponde garantizar que lo sean, pero, en cualquier caso, serán conflictivas: la sociedad está integrada por ciudadanos libres que persiguen sus propios fines, los cuales no necesariamente coinciden. Si no fuere está una realidad insuperable, las instituciones democráticas, que nos ofrecen amplios espacios para modular diferencias y convivir a pesar de las discrepancias, saldrían sobrando. Colombia ha sido concebida por la Constitución como plural, no monolítica.

La idea de paz del petrismo es totalitaria, en sus fuentes cristianas y comunistas. La Parusía será la segunda venida de Cristo a la Tierra para protocolizar el fin de los conflictos entre los hombres y de estos con Dios. Para Marx la paz total nos llegará cuando desaparezcan las clases sociales. En su libro “La paz perpetua” de 1795, Immanuel Kant elaboró un conjunto de recomendaciones para evitar las guerras.

En este sentido la paz es la ausencia de violencia, no la plena armonía social. Estoy con Kant, no con nuestro presidente. Qué pena.

¿Cuál es la línea divisoria entre los distintos grupos delincuenciales si todos ellos aducen nobles móviles políticos, lo que no les impide desarrollar con notorio éxito actividades ilegales cuyos objetivos son, en esencia, de lucro? ¿Será que los crímenes de unos son altruistas, y merecen cierto grado de impunidad, y los de otros punibles bajo la legislación penal ordinaria? Quizás haya que pensar que las diferencias de tratamiento no deban depender de los fines, reales o aparentes, que esas estructuras ilegales tengan, sino de la evaluación de su capacidad de daño. Por ejemplo, podría resultar más interesante -más político- hablar con el Clan del Golfo que con los desertores del acuerdo con las Farc. Darle prioridad a “Otoniel”, y no a “Márquez”. Este debate vale la pena.

En cualquier caso, soy pesimista. Mientras no se avance en combatir la minería y la deforestación ilegales, que son un problema interno, no habrá mejores condiciones de seguridad. Respecto del narcotráfico, estamos condenados a padecer la violencia que genera mientras la norma mundial siga siendo perseguir las drogas a cualquier precio. La política de “abrazos y no balazos” adoptada por México -que podría ser referente de la que aquí se adopte- no ha reducido los niveles de violencia.

Briznas poéticas. Hacia 650 a.C, Arquíloco de Paros escribe: “… ni al vencer demasiado te ufanes, / ni, vencido, te desplomes a sollozar en casa. / En las alegrías alégrate y en los pesares gime / sin excesos. Advierte el vaivén del destino humano”.