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Buena semana para la democracia

Ojalá Petro entienda lo que pasó en Argentina y en Perú. Los límites de su poder y de su ego. Y deje un sendero claro para una izquierda democrática que haga a un lado ese populismo barato y construya una sociedad más equitativa pero con políticas sostenibles.

Francisco Santos
10 de diciembre de 2022

Dos noticias refrescan el panorama político del continente, golpean el populismo de izquierda y dejan lecciones a quienes están hoy en el poder y a quienes se les oponen. La primera fue la condena por corrupción, robo de la pendejadita de 1.000 millones de dólares, de la expresidenta y actual vicepresidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner. Y la segunda fue el golpe de Estado más corto de la historia, el del presidente del Perú, Pedro Castillo, quien en un discurso ordenó cerrar el Congreso y el Poder Judicial y, tres horas después, estaba destituido y capturado por las autoridades.

Sobre Argentina es claro que el poder de la sociedad civil y de los medios, la tenacidad de una fiscalía que a pesar de las amenazas y los muertos siguió investigando el caso hasta llegar a acusar y la independencia de unos jueces le dieron una lección a todo el continente. Que Brasil ya había dado con Lula, sin embargo las patrañas que deshicieron el caso por tecnicismos lo liberaron pero no lo limpiaron de ser la cabeza de unos de los casos más rampantes de corrupción, el Lava Jato.

La herencia de los Kirchner, y la vergonzante carta de los presidentes populistas, incluido Gustavo Petro apoyándola, es una Argentina quebrada, con 13 millones de ciudadanos dependientes de un Estado que no tiene cómo sostenerlos, con una inflación desbordada y un peso argentino que vale tanto, o un poquito más, que el bolívar venezolano.

Con la salida de la vicepresidenta del escenario político, por ahora, se abre una oportunidad para renovar todo ese espectro del peronismo, ojalá darle fin a ese populismo destructivo y crear una izquierda sana, responsable y que construya. Las elecciones del 2023 allí pueden, y deben, ser el inicio del regreso del péndulo político de esa locura de los Castillo, los Arce, los Kirchner y los Petro hacia una nueva racionalidad en gestión con resultados y no lo que hoy tenemos de discurso con odio.

Y las lecciones de este caso son claras. Cuidar la independencia del Poder Judicial, que es lo primero que el populismo trata de destruir. Ya en Colombia lo que el expresidente Juan Manuel Santos hizo con el fiscal Montealegre y su captura de las Cortes es un pésimo precedente que no debe volver a suceder. Fortalecer la independencia del Poder Judicial; ojo con el nuevo fiscal que debe nombrar Petro en poco más de un año, debe ser prioridad de todo Congreso y todo demócrata.

El papel de los medios fue fundamental. Mantuvieron la investigación viva, develaron todo tipo de presiones y manipulaciones del Ejecutivo contra el Poder Judicial. Y usaron su función de informar para mantener el clima que facilitó que la Justicia hiciera su trabajo.

Lo del Perú es otro ejemplo que deja infinidad de lecciones. Para el Congreso, y ojalá nuestros congresistas vendidos lo hayan entendido, su papel es el de contrapeso. No el de entregarse por un puesto o unos contratos. Desafortunadamente nuestra política se volvió ese comportamiento mafioso de casi todos los partidos y los congresistas.

Igualmente, el comportamiento de las Fuerzas Armadas fue ejemplar. Reaccionaron sin duda alguna y dejaron en claro que su lealtad es con la República, con las instituciones, con la ley, con la democracia y no con el presidente de turno. No se demoraron un segundo en rechazar el golpe de Estado. Y además, con ayuda de la ciudadanía, capturaron al presidente golpista y lo sometieron al Poder Judicial, que se encargará de juzgarlo.

Es el momento para que los generales en retiro de todas la Fuerzas Armadas de Colombia hagan llegar ese mensaje a las fuerzas activas. A los oficiales, a los suboficiales y cada soldado, aviador, marino o policía. No importa quién está al mando, la lealtad es con la democracia. La descabezada de dos generaciones de generales entrenados dejó un sinsabor brutal en las Fuerzas y en la sociedad. Así acabó Chávez las FF. AA. de Venezuela, que hoy son un apéndice de la inteligencia cubana, del crimen organizado e incluso del ELN, con quien operan de manera conjunta. Los militares y policías peruanos le dieron una lección al continente y al mundo. Petro, o Castillo o AMLO son apenas jefes temporales. El poder de las armas está al servicio no de un individuo sino de un poder moral mucho mayor, la democracia, la libertad y la ley.

La ciudadanía al igual fue importante. No solo le bloquearon el paso a Castillo, quien iba para la embajada de Colombia o de México, aún no lo sabemos con claridad, para pedir asilo, sino que lo entregaron a la autoridad. Nunca se debe descartar el poder del pueblo para restablecer una democracia o erradicar a un tirano. Sucedió en Sri Lanka, en Perú y antes en Egipto, en Túnez, en Siria y mucho antes en Rumanía o en Alemania Oriental. Lo que hoy sucede en Irán e incluso en China son ejemplos de ese poder.

Puede que la democracia sea débil, nos divida, no garantice todos los derechos ni genere los cambios a la velocidad que deseamos. Pero como dijo Churchill, “la democracia es el peor sistema de gobierno a excepción de todos los demás”. Lo sucedido en Perú y en Argentina son ejemplos de lo bueno que tiene la democracia, sus valores y sus instituciones.

Ese pesimismo que se dio en muchos sectores de la sociedad con la llegada de Gustavo Petro a la presidencia de Colombia nunca lo compartí. Al contrario, me parece un buen desarrollo de nuestra democracia. ¿La razón? Siempre he confiado en las instituciones de mi país, la segunda democracia más antigua del continente. No esperé, eso sí, la prostitución casi inmediata del Partido Conservador. Pero tampoco ese vigor en la calle que vi en la primera protesta.

Ojalá Petro entienda lo que pasó en Argentina y en Perú. Los límites de su poder y de su ego. Y deje un sendero claro para una izquierda democrática que haga a un lado ese populismo barato y construya una sociedad más equitativa pero con políticas sostenibles. Lo de los Kirchner o Castillo era insostenible. Unos, por la irresponsabilidad fiscal y su ansia de dinero. El otro, por su ineptitud.

Confiemos en nuestras democracias. Lo sucedido esta semana nos debe dar un gran aliento de esperanza.

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