OPINIÓN

Caballerizas, 8 de agosto de 2018

O quien quita que el presidente Duque se entere de que existe esta correccional y la mande cerrar. Porque dicen que él es demócrata.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
24 de marzo de 2018

Acabo de ver a lo lejos al doctor Uribe. Venía a verificar si las cosas andaban en orden. Hablaba con Everth Bustamante, el encargado de las caballerizas de este lado. Imagino que le daba órdenes, porque señalaba con el brazo estirado hacia el galpón del sur. Por poco me asomo a través de las rejas y le imploro que revisen mi situación.

Sí, deben tener en la minuta mi comportamiento errático de todos estos años, la forma en que lo critiqué, los chistes, las insinuaciones, el doble sentido de las frases, todo. Y me arrepiento en público si me toca hacerlo, estoy dispuesto a eso. Pero no me parece que hubiera cometido tantos excesos como para que me hayan asignado en la misma celda con Hollman Morris.

Mire, yo me aguanto lo que sea: hasta soportar a Pachito Santos, a quien soltaron para que caminara por entre los pasillos con cables de batería en una mano, y bornes en la otra, para torturarnos psicológicamente. Pero sí han podido asignar las celdas y las caballerizas con un poquito más de criterio; que quedaran petristas con petristas, por ejemplo; exfuncionarios con exfuncionarios. Y nosotros los periodistas en una misma zona.

En el camión en que nos trajeron esta madrugada, el vecino (creo que había sido un contratista) decía que seguro me iba a tocar en el galpón de los periodistas. Pero ¿con Hollman Morris? ¿En serio? Lleva dos horas levantando la ceja, mientras pone esa cara de chusco que siempre hace cuando le toman una foto y me dice que luchemos para que nuestra celda sea la celda Humana. Y a veces se pone a cantar Rasguñan las piedras con la esperanza de que Gustavo Petro esté en la celda vecina y lo alcance a oír.

Hubiera quedado, no digo con una Silvia Corzo, porque acá no se permiten celdas mixtas, pero siquiera con un conocido: con un Daniel Coronell, o, no sé, con un Fidel Cano, que al menos no habla…

Pero me esperan años compartiendo con Hollman y, aunque apenas llevamos medio día encerrados, no aguanto otro relato más de sus hazañas en Contravía, el programa que dirigía. Además hay rumores de que de este lado también quedó Gustavo Bolívar, y soy tan de malas que terminamos los tres en la misma celda, el día que esto se comience a apretar. Cosa que seguro sucederá, cuando la gente hable y agarren a más personas.

Lo primero que nos tocó hacer esta mañana fue una fila. Nos rapó William Calderón, conocido como el Barquero. Utilizaba el mismo uniforme de barbero con que hacía su programa de televisión, que vuelve al aire. Después nos asignaron celdas y, bueno, pasó lo de Hollman. Alguien me dijo que uno podía reclamar. Creo que fue Ramiro Bejarano: no lo reconocí porque ya estaba tusado, y con el uniforme naranja que nos ponen uno se ve diferente. En todo caso, pienso pedir cambio de celda ante la autoridad competente, y cruzar los dedos para que me escuche. Cruzar los dedos de manera metafórica, no como el doctor Vargas Lleras a quien acaban de indultar, bendito él. Lo vi salir en la mañana.

No me rindo. Encontraré la manera de que se me escuche. Uno también tiene sus amigos en ese lado, no se crea que no, de cuando el doctor Uribe militaba en el Poder Popular.

O quien quita que el presidente Duque se entere de que existe esta correccional y la mande cerrar. Porque dicen que él es demócrata. Cuando pintaron una caricatura en que aparecía como Porky (me hubieran dejado en la celda de Matador, por ejemplo), o cuando amenazaban con expropiar Noticias Uno (dicen que quedará en manos de Ernesto Yamhure), el presidente mostró talante tolerante. Se pondrá muy bravo cuando se entere de todo lo que está sucediendo.
Pero vaya uno a saber, mientras tanto, cuántos mundiales estaremos acá guardados. Si sobreviviremos. Cuando nos estampaban los números, alcancé a ver a Juan Manuel Santos… no eran las seis de la mañana y ya le habían hecho el sumario. Lucía demacrado. Gabriel Silva rompió la fila y se lanzó a gritar: “Aguantá, Juan Manuel: ¡a todos nos van a largar!”, como en la película La noche de los lápices. Pero se lo llevaron a rastras a la zona de torturas.

Yo pensaba que en esa zona lo ponían a uno en un potro –con una taza de café– y le estiraban huesitos y carnitas, pero Arizmendi me dijo en la letrina comunal que parece que es peor, que ponen a la gente a oír programas de Fernando Londoño a todo volumen. Me lo decía en voz baja, porque acá hablamos en secreto por miedo a que “nos estén grabando esos hachepés”, como decía un amigo.

No creo que yo clasifique a esa lista. Yo a lo sumo fui insolente. Eran chistes apenas. Chistes cariñosos. Así lo diré cuando me toque. Mi oficio es el de humorista, como el del propio Pacho. Y estoy listo a retractarme y a cuidar las comunicaciones de ahora en adelante.

Por eso busco la manera de que se me oiga. A las seis de la tarde nos forman para la comida. Con suerte consigo a alguien que me ayude con el traslado. Dicen que a Clara López le hicieron el favor. O a lo mejor era el ministro Rengifo: como estamos todos rapados y con uniforme naranja era difícil distinguirlos.

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