OPINIÓN
Caja de Pandora
La suerte de la JEP: “Palo porque bogas y porque no bogas”
Para vengarse de Prometeo que robó el fuego -alegoría del conocimiento- para entregarlo a los hombres, Zeus, el padre de los dioses, se vale de Pandora a quien entrega en una caja todos los males posibles para que los haga circular entre la raza humana, aunque en el fondo de ese recipiente dejó oculto un solo bien: la esperanza. En cierto sentido, la JEP está abriendo la caja que contiene las historias que muchos no quisieran oír. Comenzó con las imputaciones a la cúpula de la antigua guerrilla por los secuestros masivos de personas indefensas, las cuales, en muchas ocasiones, terminaron con su muerte. Otros casos notables en curso son los falsos positivos, el exterminio de la Unión Patriótica y la utilización de niños en el conflicto armado.
La incriminación de los líderes farianos ha sido bien recibida. Quizás eso mismo no suceda cuando dentro de unos meses las acusaciones recaigan sobre comandantes de la fuerza pública. Aún si los crímenes cometidos contra falsos combatientes fueren apenas un tercio de los 6.400 que registra la JEP, podrán ser numerosas las imputaciones que se formulen a integrantes del estamento castrense. Y como la mayor parte habrían ocurrido durante el gobierno de Uribe, los escritos de imputación que se produzcan serán factores nuevos de fricción en el proceso electoral.
Algunos dirigentes afirman que podríamos derogar la JEP o modificarla en aspectos sustanciales. La fuente jurídica de esa posibilidad -se nos dice- consiste en que “las cosas se deshacen como se hacen”. Este camino no es promisorio: bien fuera que se intentara por la vía del Congreso, o de un referendo popular, cuya convocatoria éste tendría que aprobar, serían necesarias unas mayorías parlamentarias hoy de casi imposible obtención.
En todo caso, si decidimos aniquilar la JEP, la Corte Penal Internacional podría concluir que Colombia no es un país serio e iniciar procesos contra nacionales colombianos, incluidos jefes de Estado, los cuales -es importante señalarlo- gozan de inmunidad ante la JEP. Las consecuencias políticas internacionales serían igualmente deplorables; recuérdese que el acuerdo con la guerrilla fariana fue acogido por la Asamblea General de Naciones Unidas y cuenta con un grupo de países garantes que velan por su cumplimiento.
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En realidad, no es fácil asimilar el establecimiento de la JEP. A partir de la creación del Tribunal de Nuremberg para juzgar a los jerarcas del régimen nazi al fin de la Segunda Guerra Mundial, todos los demás dotados de competencias similares han sido imposición de los vencedores en guerras internacionales, o creados por la comunidad de las naciones para castigar crímenes gravísimos cometidos en el decurso de conflictos internos. En este último caso cuando el sistema judicial del país respectivo ha colapsado o no constituye garantía de eficacia e imparcialidad.
Lo digo con cautela, pero creo que la JEP es, para bien o para mal, un caso singular en el mundo: un Estado, cuya estabilidad no estaba en riesgo, decidió negociar con un movimiento subversivo, en condiciones de elevada simetría, un sistema judicial ajeno al que la Constitución contempla. Ese debate, sin embargo, carece hoy de sentido. Debemos limitarnos a pedir a esa magistratura que actúe con prudencia, mientras que, de modo recíproco, nos debemos comprometer a analizar sus determinaciones con ecuanimidad. Para ello hay que entender las características centrales del sistema.
La JEP debe juzgar primordialmente la ocurrencia de dos tipos delictuales establecidos en el derecho internacional, los crímenes de guerra y de lesa humanidad cometidos en el transcurso del denominado “conflicto interno”. Para asignar responsabilidades, de manera semejante a la establecida con relación a la Corte Penal Internacional, se debe concentrar la acción punitiva en los máximos responsables, sin que sea necesario establecer su culpabilidad por delitos cometidos contra personas determinadas. Basta, por ejemplo, demostrar una masacre o un desplazamiento forzado, independientemente de quienes sean las víctimas, para procesar a quienes, así fuere por su conducta omisiva, permitieran que esos delitos tuvieran lugar.
Ese énfasis en las cúpulas de la subversión y del estamento castrense se funda en el principio de responsabilidad por línea de mando. Por esta razón, las imputaciones por los secuestros cometidos por las Farc se han dirigido a los comandantes de la guerrilla. Lo mismo sucederá en el expediente sobre los falsos positivos. La JEP seguramente va a imputar cargos a comandantes de batallones, brigadas y divisiones; es posible que apunte más arriba en la estructura jerárquica de las Fuerzas Armadas.
Mientras el derecho penal ordinario otorga a los jueces márgenes acotados para determinar las penas, las normas que regulan la JEP confieren a sus magistrados amplia discrecionalidad. Las penas restrictivas no privativas de la libertad que ella imponga, y cuya duración máxima es de ocho años, no están definidas en la ley y pueden ser benévolas en comparación con las ordinarias. Esta es una estructura muy interesante que permitirá a los jueces definir con celeridad la situación de muchos imputados, sin que sea preciso vencerlos en el Tribunal de la Paz, a condición de que cuenten la verdad y contribuyen a la reparación de las víctimas, entre otros factores.
No está definido si la imposición de las penas restrictivas de la libertad a los dirigentes del hoy partido de los Comunes es compatible con su condición de miembros del Congreso. Será la JEP, en cada caso, la que resolverá esta cuestión que no es sencilla: son graves los crímenes que han de confesar esos antiguos guerrilleros para no ir a la cárcel, y explicable la ira de muchos si pueden conservar sus curules. De otro lado, no deberíamos perder de vista que firmaron la paz para hacer política.
Se lee en el Portal de la JEP que “Nuestra misión es administrar justicia para consolidar la transición hacia la paz y restaurar el tejido social”. Ojalá. Recordemos que en el fondo de la Caja de Pandora Zeus mantuvo guardada la esperanza…
Briznas poeticas. Wislawa Szymborska, voz de inaudita profundidad, cuyo mensaje, esta vez, no comparto: “En algún lado debe haber una salida, / eso es más que seguro. / Mas no eres tú quien la busca, / ella te busca a ti”.