Opinión
¿Cambio, statu quo o ninguno?
Colombia quedó atrapada en un nuevo equilibrio de bajo crecimiento, alto endeudamiento, altos déficits públicos y de cuenta corriente, y niveles elevados de tasa de cambio en forma persistente.
Sin duda en Colombia el Estado y su peso en la economía es mayor que el que había, por ejemplo, en 1980, pero eso no significa que un mayor tamaño sea un mejor Estado en los tiempos actuales. En particular, si no es más funcional, expedito, capaz o ágil para los ciudadanos.
También es cierto que la visión predominante entre finales del siglo pasado y comienzos de este siglo ha sido que el anhelo de libertad termina siendo contrario al de igualdad. Las personas para ser más iguales deben ser menos libres y para ser más libres podrán y terminarán por ser más diferentes.
Sin embargo, ese debate se zanjó bajo una premisa: podremos ser menos iguales, pero igual construir mayor bienestar general y colectivo a través de maximizar la eficiencia que genera una mayor libertad. Aun así, la historia reciente y la estructura productiva del país reseñan que, aun con un modelo de mayor libertad económica, persiste la baja productividad y no se ha logrado la tan codiciada eficiencia.
De ahí que el debate no se ha decantado. Tal vez no se logre si no alcanzamos a respondernos razonablemente lo siguiente: ¿Cuáles eran los problemas del modelo proteccionista y cuáles los del modelo aperturista? ¿Existen factores de base estructurales independientemente del paradigma que se escoja y que, por ende, serían comunes en ambos modelos? ¿Qué tanto esos factores comunes explican la tendencia a ser un país de bajo crecimiento y poca diversificación productiva? ¿Podría haber elementos para que, con independencia del tamaño del Estado, no se logre consolidar un modelo de libre mercado y libre y robusta competencia? ¿No se observa ello en que una importante parte de la población no cuenta con nuevas fuentes de empleo, ni de movilidad empresarial y sí con una mayor dependencia de subsidios estatales sin importar su nivel de educación? ¿Por qué bajo un modelo que propende por libertad económica el sesgo antiexportador se acentúa y profundiza, al tiempo que el rezago en el desarrollo de la infraestructura es mayor? Sería razonable esperar que, en un modelo de creciente libertad económica, las fuentes de financiación se diversifiquen y, entre los avances, se observe que hay un relevante desarrollo del mercado de capitales que le permite a ese mercado ser de verdad una competencia en la financiación de la economía y la innovación productiva frente a la banca tradicional, pero hasta eso viene en reversa.
Es sensato preguntarse lo anterior cuando uno comprende que en este siglo Venezuela implementó un modelo tan estatista, mientras que aquí lo hicimos con un sesgo promercado, pero ambos países terminamos siendo tan sobredependientes del petróleo y de las rentas estatales derivadas de esa generación de riqueza extractiva, con economías tan doblegadas a la contratación pública y estatal, y con tanta necesidad de generar una amplia cohesión social a través de subsidios asistencialistas que pesan mucho en el entorno económico.
Esas inquietudes han ido ganando notoriedad en mí después de 2014. Con el desplome de los precios internacionales del petróleo, fue muy evidente la dependencia nuestra, que se auguraba una profunda y dolorosa recesión. La tasa de cambio actuó como estabilizador natural de la economía, pero generó con su fuerte devaluación una fuerte subida de la inflación. Fue necesario subir las tasas de interés sustancialmente, generando un mayor y doloroso ajuste económico del sector privado.
Sin embargo, a diferencia de las recetas del Fondo Monetario Internacional del siglo XX, no se apuntó a un ajuste de la balanza de pagos ni una política fiscal contractiva. El Gobierno propendió por un “ajuste inteligente”, es decir, un mayor endeudamiento y un aumento del gasto público a través de los planes de reactivación Pipe I y Pipe II, dirigidos a la construcción para reactivar lentamente la demanda interna. Bajo ese nuevo equilibrio económico hubo un alivio transitorio y poco profundo en las importaciones de consumo, mientras que las exportaciones no minero-energéticas no reaccionaron a pesar de la fuerte devaluación.
Aunque los resultados de la política económica de Colombia de este siglo, de lejos, superan los de Venezuela en todos y cada uno de los capítulos que se evalúen, el país no puede ser complaciente. Colombia quedó atrapada en un nuevo equilibrio de bajo crecimiento, alto endeudamiento, altos déficits públicos y de cuenta corriente, y niveles elevados de tasa de cambio en forma persistente, con un mercado laboral poco dinámico.
El país que quiere advertir sobre los peligros de la estatización de la economía y que quiere defender las ventajas y conveniencias de una alta dosis de libertad económica va a tener que revisar cómo es que propone una versión despojada de las ineficiencias y los obstáculos que se han recreado en su “modelo promercado” defectuoso, pues no dinamiza la movilidad empresarial y social, y mantiene escasas la diversificación productiva y las novedosas fuentes de empleo bien remunerado.