Opinión
Carta a Matador (*)
A Ortega la vida le dio un vuelco, pero distinto al de Timochenko. Un error absurdo, imbécil si se quiere, le ha mandado a la cárcel, así le den prisión domiciliaria.
Estará feliz de saber que condenaron a un infeliz a más de seis años de prisión y pagar 30 salarios mínimos por una frase amenazante que no ofrecía peligro alguno. Se la dedicó a usted en 2018, vía Twitter, cuando usted defendía a capa y espada que los autores de crímenes de lesa humanidad no pisaran un solo día de cárcel. Matar niños era un delito que se podía y debía perdonar. De no hacerlo, uno era un buitre de la guerra. Lanzarle a usted una amenaza estúpida, impresentable, suponía cometer un crimen abominable que merecía una condena ejemplar. Ahí no valían ni perdones ni excusas.
Lo imagino más contento aún al ver que nada menos que la Dirección Especializada contra las Violaciones a los Derechos Humanos de la Fiscalía se ha unido al canto de victoria por la dureza del fallo. Se hizo justicia, celebran triunfantes. Pudieron demostrar que el señor Ariel Ortega merece más pena que un Timochenko cualquiera.
“Ante la contundencia del material probatorio técnico y testimonial presentado, la Fiscalía General de la Nación obtuvo la sentencia condenatoria de 6 años y 4 meses de prisión en contra del abogado Ariel Ortega Martínez, como autor responsable de las amenazas a los periodistas Daniel Samper Ospina, María Antonia García de la Torre y el caricaturista Julio César González Quiceno, ‘Matador’”, proclamó el ente acusador como si hubiese atrapado a Gentil Duarte.
Aunque cada uno es libre de hacer lo que le parezca, de tener miedo de la nada, encuentro que no tiene sentido tamaña incoherencia. Por eso me tomo la molestia de refrescar la memoria a los lectores. Y pido perdón de antemano al prestigioso director de El Tiempo, Andrés Mompotes, por revelar una conversación privada que sostuvimos entonces.
Tendencias
Empecemos por los antecedentes del dizque aterrador delincuente. Ariel Ortega tenía un gravísimo antecedente porque había cometido un delito atroz, anterior a los mensajes que mandaba por redes: se hizo miembro del Centro Democrático. Aunque deben ser como cinco fuera de los políticos, fue un paso que sería decisivo para su futuro.
Si hoy en día Matador también encontrará espantoso pertenecer a ese partido, no digamos en 2018, en pleno furor santista y cuando ardía el debate de si los asesinos debían pagar por sus salvajadas o irse de rositas. Y Ortega cruzó la línea roja: cometió la osadía de afiliarse al bando uribista.
Una vez saltó el escándalo, supimos que Ortega trabajaba en las empresas públicas de Cali y que en sus ratos libres tenía la mala costumbre de criticar, insultar y, eso sí que es reprochable, amenazar a algunos de los que dibujaban caricaturas o escribían en contra de Uribe.
Fue cuando cometió la brutalidad de escribir: “Matador es un canalla, qué falta nos hace Castaño para callarlo”. Aunque luego alegó que en el colegio tuvo un profesor Castaño que los regañaba, nadie le creyó y todos concluyeron que se refería a Carlos Castaño, líder de las AUC.
Matador decidió abandonar las redes sociales y pedir protección, por considerar que su vida corría peligro. Lo que comenzó como un copo de nieve creció tanto que Villegas, un íntimo de Santos que oficiaba de ministro de Defensa, corrió a anunciar una investigación exhaustiva porque algo tan terrible “no podía pasarse por alto”.
Obvio que la razón para la alharaca no era otra que la pertenencia de Ortega al Centro Democrático, partido que le expulsó de inmediato. En cuanto conocimos detalles del tipo, enseguida concluimos que se trataba de un pobre hombre incapaz de hacer daño. Pero ya no había vuelta atrás. El mismo país que exigía impunidad para las Farc, pedía a gritos cárcel para Ortega como el peor criminal.
Ortega me mandó un mensaje pensando que, al ser yo de derecha y escribir en El Tiempo, podría echarle una mano. Estaba temeroso y arrepentido. Nunca pretendió provocar miedo y, menos aún, atentar contra nadie, me dijo. Era consciente del error cometido y quería pedir perdón público y privado a Matador. Estaba dispuesto a arrodillarse para que lo perdonara. También me suplicó que escribiera en Twitter que pedía perdón. Le advertí que si lo hacía, lo tildaría de bruto y estúpido, porque me lo parecía. Sonaba tan desesperado, que aceptó de inmediato.
Y ahí es donde entra Mompotes. Era mi contacto habitual para las crónicas que hacía en El Tiempo y como yo no conocía a Matador, le pedí que intercediera por ese infeliz y concertaran una cita. Estaba convencida de que aceptaría. Si defiendes el perdón y nada de cárcel para quienes son capaces de reclutar niños y fusilarlos por querer desertar, ¿cómo iba a rechazar la súplica de un bobazo? Pues no quiso escuchar nada. Se mantuvo en sus trece. A día de hoy, sigo convencida de que le negó el perdón y siguió adelante con la denuncia porque se trataba de un uribista recalcitrante.
A Ortega la vida le dio un vuelco, pero distinto al de Timochenko. Un error absurdo, imbécil si se quiere, le ha mandado a la cárcel, así le den prisión domiciliaria. ¿Tiene sentido?(*) Ya sé que no la leerá. n