Opinión
Carta a Petro que nunca leerá
Como si estudiar en el exterior, con todos los privilegios que otorga la posición del progenitor, no fuese un premio.
Deje ya de hacerse el mártir. Y de utilizar políticamente a su hija. Y de poner excusas falsas ante sus ausencias laborales. Si trabajase en una empresa, ya le habrían sacado.
Desconocemos por qué no cumplió con su deber de estar en el Encuentro de la Justicia Ordinaria, en Quibdó, el 29 de agosto. Lo evidente es que no faltó a la cita con los magistrados por llorar sus pesares, como luego dijo.
Y si el desconsuelo hubiese sido la causa real, tampoco estaría justificado. Un padre va a trabajar, máxime si es el jefe, aunque le duela el alma, sobre todo cuando no se trata de ninguna tragedia vital.
Al día siguiente de su incumplimiento, el lenguaje corporal y la dicción en su infausto discurso en Nuquí más bien indicaba que hablaba bajo el efecto de algún exceso que no había podido superar. Laura Sarabia sabrá si era café o qué, pero no eran las palabras ni el estado adecuado para presentar, de manera respetuosa, a la nueva defensora del pueblo. Y menos aún para obligar a difundir su deshilvanada carreta un domingo, en hora estelar.
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Fue un pésimo modelo para la juventud observar a un presidente, carente de la sobriedad que exige el cargo, destilar odio, disparar exabruptos, distorsionar la historia para adecuarla a sus argumentos desquiciados y mentir sin perturbarse lo más mínimo.
Uno de sus flagrantes embustes, y lo expongo porque encuentro abusivo que utilice su maquinaria propagandística para afianzar una falsedad, fue la referencia que hizo sobre la salida del país de su hija adolescente, extremo que no hace sino perjudicarla.
Mejor sería que guardara el silencio de otras ocasiones que desapareció sin avisar ni dar explicaciones.
Es indudable que el sistema presidencialista puede suponer una pesada carga para los hijos de mandatarios y depende de los papás protegerlos del foco social y mediático, labor que nunca será sencilla, más ahora con las redes sociales.
Tampoco ayuda cuando los progenitores no separan la vida pública de la privada. Usted lo demostró en su ostentoso paseo por el centro de la capital panameña con una desconocida. Sólo usted sabrá qué mensaje doméstico quiso enviar y por qué hizo quedar mal al país. Estaba invitado a una cena oficial y prefirió desairar al anfitrión con la insolente función teatral que millones vimos, incluida su familia.
Tampoco entiendo ese afán de acusar a otros de sus errores y defectos. El 4 de mayo pasado, publiqué una columna, en forma de carta a su quinto retoño, en la que le advertía sobre el mal ejemplo que usted supone para ella y para la juventud, dada su agresiva manera de entender la política. Le aconsejaba que no lo imitara, que fuese una joven de mente abierta, tolerante y serena.
Acepté las críticas de quienes opinaban que no debía dirigirme a una menor de edad. Todo es debatible. Lo extraño es que ese fin de semana la columna pasó inadvertida y sólo cuando orquestaron desde el poder uno de sus ataques a periodistas, una semana después, tuvo enorme repercusión mediática la misiva de respuesta que publicó la chica.
Pensé que usted se habría quedado satisfecho con los aplausos, desde todas las orillas, que brindaron a su hija y las miles de invectivas que recibí en redes tanto de altos cargos, como de internautas y de colegas. Y con llamarme “franquista” en uno de sus trinos, así como las innumerables peticiones de que me deporten. A la guerra que desde Palacio me declararon en redes con sus bots, le sumaron Señal Colombia. Pese a la escasa relevancia de aquella columna y el tiempo transcurrido, Hollman Morris dedicó un espacio de su televisión para que él y sus invitados me apedrearan.
Lo absurdo es que usted, presidente, siga pretendiendo hacer creer a su fanaticada que un simple escrito o los gritos de ¡Fuera Petro! en un estadio fuesen la razón de la partida de su hija. Como si estudiar en el exterior, con todos los privilegios que otorga la posición del progenitor, no fuese un premio antes que un castigo. Cuántos padres colombianos de estratos bajos y medios no sueñan con eso mismo para sus hijos.
Distintas son las consecuencias traumáticas para una familia presidencial el airear problemas privados; escuchar a Nicolás declararse corrupto, vivir el distanciamiento de la primera dama, que ya parece que perdió las ganas de ser presidente, o las fugas secretas del jefe de Estado.
De pronto va siendo hora de dejar tantos ruidos y gobernar.
Nota: cuando mandé la columna, su hija anunció en redes que regresa a Colombia para seguir en el país sus estudios. Ojalá le vaya muy bien y tenga presente que cualquier crítica que hagamos a Petro presidente, cualquier expresión contra usted, nada tiene que ver con ella. No tiene culpa de las embarradas del gobierno.