OPINIÓN
Carta desde la frontera amazónica
Se van despejando las inconsistencias del Estado a medida que las arenas voladoras del Sahara, que vienen a fertilizar selvas, van desapareciendo en la atmósfera y se desmorona la confianza en la institucionalidad.
Persiste la inclemente deforestación en medio de la pandemia y sentimos una profunda ira por la atrocidad cometida contra la niña embera, por ese machismo alfa de los siete soldados y de otros muchos más, educados por el Ejército Nacional para la guerra. Todo esto suma para que se desmorone la confianza en la institucionalidad. Como dice Max Henríquez, amigo meteorólogo, "mejor creer solo en los pronósticos de corto plazo".
Con tantos sentimientos enconados, me nace compartir la misiva de una querida amiga sobre la situación selva adentro. Lena Estrada Añokasi, del pueblo uitoto, investigadora y PhD en Sostenibilidad de la Universidad Politécnica de Cataluña, me escribe desde Leticia, donde logra conexión a internet: “Con profunda preocupación y tristeza te escribo esta carta desde mi hogar en el Amazonas.
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Cuenta Lena que en febrero, de paso por Barcelona, donde nos conocimos hace unos años cuando adelantaba su doctorado, le ilusionaba regresar al Amazonas, que parecería lejano e intocable a la agresión de la covid-19.
“Cuando aterricé solo por unos días en Leticia para gestiones laborales y personales, estando en reunión de la Macro-Amazonia de la Onic, a la delegación de Caquetá le avisaron que pronto cerrarían el aeropuerto de Florencia. Empezaron las preocupaciones entre los líderes indígenas de las comunidades. Luego siguió la Convención Mais Amazonas, que duró tres horas porque la Policía cerró el recinto y clausuró el evento por seguridad. Nadie entendía la magnitud de lo que vendría. Un par de días después entramos en cuarentena, antes de que empezara la cuarentena nacional. A finales de febrero me quedé con la maleta hecha para volar a Bogotá".
Los indígenas recurren a la medicina tradicional ante el precario sistema de salud del Amazonas. Foto: Fundación Gaia Amazonas.
"Ante el cierre del aeropuerto y el puerto fluvial fronterizo con Brasil y Perú, quedamos aislados. Nuestra decisión de familia fue irnos a casa en la comunidad de los takana, a 40 minutos de Leticia por carretera y luego 15 minutos de camino por trocha. Aislados, sin ninguna comunicación, ni teléfono ni televisión. Solo entran, ocasionalmente, una emisora de Leticia, otra de Bogotá y una de Tabatinga".
"Como en otras partes de la selva, se pensó que nunca llegaría la covid-19 a nuestro pueblo, untado hasta las narices de corrupción. Te cuento, Margarita. Estaba con la ilusión de firmar un contrato para continuar sobreviviendo. No hubo tiempo de pensar ni medir las consecuencias para estar alerta. Ese fue el inicio de la suma de momentos abrumadores que no terminan.”
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Lena cuenta sobre la situación en su núcleo familiar: “Primero, acogimos en casa a un primo muy querido, Jacobo Rodríguez, extrabajador de Parques Nacionales Naturales y líder indígena. Llegó a Leticia en avioneta ambulancia para ser hospitalizado justo antes del inicio de la cuarentena; al salir del hospital lo destinaron a un albergue mientras esperaba su traslado a Bogotá, Cali o Medellín para sus exámenes. Pero las condiciones en los albergues son complejas, así que estuvo en mi casa. Jacobo no podía casi caminar ni hablar por su avanzada hepatitis, que nunca supimos de qué tipo era ni el grado en que estaba la enfermedad. Esperando sus exámenes, falleció en plena cuarentena. Lo vimos salir de casa y aún hoy no vemos su tumba porque el cementerio continúa cerrado".
Gracias a las chagras y el río, los indígenas han logrado obtener el alimento necesario para subsistir. Foto: Fundación Gaia Amazonas.
"Entre tanto, mi madre, Felisa Añokazi, educadora y lideresa indígena, mientras lidiaba con las nuevas metodologías virtuales y a distancia que deben seguir los colegios para que sus alumnos no pierdan clase, enfermó entre los primeros grupos de contagio. Por esos días había poca información del tema. El hospital, los servicios de salud y las instituciones colapsaron casi de inmediato, no había camas, medicamentos, respiradores ni UCI; los médicos renunciaron porque se les debían meses de pagos y no tenían garantías de ningún tipo ni había medidas de bioseguridad. El gobernador desapareció y nadie lograba contactarlo, el recinto que se estaba acomodando en unas carpas para afrontar la pandemia se inundó y se cayó en una noche de lluvia. Las cifras de contagios y muertes subían de manera escalofriante".
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"Con ese panorama, nuestra opción fue atender a mi madre en casa, con medicina tradicional, aromáticas, nebulizaciones y baños de plantas medicinales, masajes, soplos y oraciones tradicionales; mañana, tarde y noche. Solicitar la prueba covid ha sido una travesía hacia un mundo lleno de vericuetos, pasando desde los organismos de emergencia para la pandemia hasta las instituciones de salud municipal, departamental, la clínica, el hospital y la EPS; todos tirándose la pelota. Para la primera prueba duramos 20 días entre gestiones y esperas. Para la segunda se ha tardado lo mismo y los resultados aún no llegan. Por fortuna, también amigos médicos en la distancia, desde España, nos orientaron y ayudaron a mantener la calma. Nuestra casa cerró puertas con cinco personas dentro, durante más de un mes. Solo hablábamos con ellos por teléfono".
"Un día me llamó mi madre, hundida en la tristeza por la muerte del abuelo Antonio Bolívar, ese personaje que demostró que el séptimo arte es una ventana amiga para dar a conocer nuestra realidad y cultura. Querido y respetado desde mucho antes de ser Karamakate, fue el aviso de que mucha de nuestra gente empezaría a irse, porque cuando alguien grande se va, se lleva consigo a otros que acompañan su camino. A él, luego de pasearlo en ambulancia en una situación delicada, para ver dónde lo recibían, no solo lo afectó la intubación, sino el hecho de que se había acabado el oxígeno en el hospital".
Las ayudas prometidas por el Gobierno nacional no han sido suficientes para mitigar el riesgo sanitario de las comunidades del Amazonas. Foto: Presidencia de la República.
"Le siguió Camilo Suárez, el ‘diputado de la selva‘. La noticia de su fallecimiento nos dejó estupefactos. No quiso ir a un hospital para no ocupar una cama que podría ocupar alguien más necesitado. Llamó a la ambulancia porque le faltó el oxígeno, pero una vez más la ayuda llegó tarde. Casi todos los líderes de las organizaciones indígenas han caído en cama con síntomas de la covid-19. Solo uno de ellos, que trabaja en la Gobernación, ha obtenido la prueba. Los demás, sin ningún tipo de atención médica, han tenido que lidiar desde casa con su enfermedad y continuar liderando a sus comunidades".
"Ha sido una temporada muy dura para la familia y nuestras comunidades, hemos tenido pérdidas de vidas y las cifras que se muestran no se acercan a la realidad. Se insistió mucho en la vigilancia y el cierre de vías fluviales, pero esto no se ha realizado con seriedad y responsabilidad. Recientemente, los síntomas del virus llegaron a territorios indígenas, comunidades del río Amazonas (frontera con Brasil y Perú), sobre el río Putumayo como Puerto Arica (frontera con Perú) y Tarapacá (frontera con Brasil), nuevos puntos focales de la enfermedad, lugares en los que no hay una aspirina ni pruebas ni balas de oxígeno, ni comunicaciones confiables".
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"En Leticia la vida se ha encarecido. Es difícil saber qué productos se han doblado o triplicado de precio cuando las estanterías de los supermercados tienen hasta el 30 % de sobrecosto en sus productos, cuando tenemos solo cuatro horas a la semana para hacer gestiones en la calles. En ese ajetreo, la gente se ve obligada a comprar al precio que sea. Es realmente un abuso cuando ves que has gastado mucho dinero en una bolsa pequeña de mercado".
"Afortunadamente, nos queda Tabatinga, la ciudad vecina de Brasil. En este último mes, con un permiso de las autoridades militares que vigilan la frontera, pasamos una o dos veces por semana, pues mi hermana pequeña, Xirix, que vive con nosotros, estudia allí desde hace un par de años. Su colegio no ha parado ni un solo día. El primer bimestre de pandemia fue complicado el estudio en forma virtual, pero el colegio se ha acomodado a las condiciones. El internet es casi nulo en la triple frontera y los profesores graban las clases en USB que padres o acudientes intercambiamos cada semana con el colegio. Igualmente, los libros van y vienen".
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Gracias a Tabatinga, los indígenas colombianos pueden acceder a productos de mercado mucho más económicos que los que se comercializan en Leticia, donde hay especulación de precios. Foto: archivo/SEMANA.
"Así, a cada paso a Tabatinga, aprovechamos para nuestra jornada de mercado. Es abismal la diferencia de precios. El dinero alcanza para mucho más, desde los alimentos, las bebidas, los artículos de aseo y el hogar, la comida de las mascotas, medicamentos, todo es más barato".
"En un principio, aunque Leticia cerró frontera, Tabatinga no lo hizo. El aeropuerto quedó abierto, pues el prefecto no puede dar la orden directa de cierre, y los casos aumentaron rápidamente. A falta de espacio para pacientes, su hospital cerró puertas al público por un par de días y hubo muchas muertes. Sin embargo, rápidamente se acomodaron centros de salud nuevos en los barrios, se iniciaron jornadas médicas de casa en casa para ubicar focos de contagio, aislarlos y darles tratamiento, y llegaron aviones con ayuda en sanidad incluyendo personal coreano con experiencia".
"Los brasileños han continuado con una vida más tranquila que los colombianos, hay algo en ellos que se llama ‘confianza en la institucionalidad‘, algo que los colombianos estamos lejos de dimensionar. Ellos simplemente confían en su sistema de salud, lo valoran y saben que funciona. Tabatinga bajó la curva mientras en Leticia los casos continúan disparados y no pasa nada".
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"Aquí, quienes han estado en esa primera línea, han sido los médicos tradicionales, las curanderas. Han pasado de casa en casa con sus plantas, remedios y conocimientos tradicionales sin ningún tipo de protección de bioseguridad, atendiendo a personas sin importar si son de bajos recursos o no; sin cita previa ni esperas; sin ser remunerados. Han mantenido a salvo cientos de vidas con una paciencia inigualable, haciendo un trabajo silencioso y sin reclamar nada en absoluto. Han pasado inadvertidos por la institucionalidad que hace inversiones que se esfuman. Continúo a diario viendo a estas personas entrar y salir de casas, tan solo con sus mochilas o maletines al hombro. La medicina tradicional demuestra su eficiencia y solidaridad".
Aunque el Gobierno nacional ha destinado personal del Ejército que circula por las calles de Leticia con sus armas y trajeados de blanco como astronautas para salvarnos de la pandemia, lo cierto es que aquí las comunidades indígenas, al igual que en otras situaciones difíciles, hemos afrontado esto solos, sin acciones razonables por parte del Estado. El conocimiento de la naturaleza, del territorio, de la medicina propia, el pensamiento ancestral, el uso de la chagra, la caza y la pesca permiten que nuestros pueblos pervivan y demuestran la importancia de conservar y abrazar lo nuestro".
"Estos son solo algunos datos de nuestro diario vivir ahora, en Leticia.”
Agradezco a Lena Estrada por recordarle al país el gran valor de la medicina tradicional, sobre todo en esta crisis climática y sanitaria mundial. Y clamar por cambios en la gobernanza de la Amazonia, plagada de nefastas herencias de corrupción, enquistadas en administraciones regionales y locales, las mismas que impiden que se restaure la confianza en las instituciones.
*Consultora Planificación - Comunicación Ambiental