OPINIÓN

Carta a Guillermo Cano

Sé que si no te hubieras empeñado en sacar esa foto, posiblemente Pablo Escobar habría llegado a ser un político prominente y habría lavado su imagen como muchos otros lo han logrado.

María Jimena Duzán
24 de diciembre de 2011

Querido jefe pluma blanca:

Me parece estar viéndote por los pasillos de la sala de redacción de El Espectador de la sede de la 68. Tu figura jorobada, tus manos en los bolsillos, tus llamadas de atención implacables pero certeras, tu obsesión por saber al detalle desde la información más delicada hasta el chisme más jugoso, tu pasión por el Santa Fe y por los toros, tu humor mordaz a la hora de abordar descarnadamente los temas espinosos que teníamos que cubrir, tu timidez a veces infranqueable y tu obsesión por comprar todos los días de tu vida la lotería a pesar de que nunca, nunca, te ganaste ni una.

De todo eso me acuerdo ahora, cuando se cumplen 25 años de tu asesinato, perpetrado, como tú ya sabrás, por órdenes de Pablo Escobar, el mismo siniestro personaje que tú lograste desnudar por cuenta de tu prodigiosa memoria.  Me parece verte diciéndonos una y otra vez a los redactores que tú sí recordabas haber visto una foto en la que Pablo Escobar aparecía reseñado como si hubiera estado preso. Muchas de esas fotos llegaban a El Espectador y siempre iban a parar a los escritorios de los jefes de redacción. Guillermo Cano, que era en el fondo un hombre metódico, siempre tenía la costumbre de pasar a revisarlas. Las veía de cerca y, luego de unos minutos, las volvía a poner en su sitio. Si había alguna que le llamara la atención se la llevaba para ponerla en primera o para hacer con ella un fotomontaje.

Probablemente viste miles de fotos a lo largo de muchos años. Y hasta ahora no entiendo cómo fue que te acordaste en especial de esa foto.

Ahora que se cumplen 25 años de tu asesinato, me he preguntado qué hubiera pasado si no te hubieses empeñado en buscarla ni en poner a casi media redacción en el trabajo de esculcar foto por foto en el archivo. Probablemente habrías tenido más tiempo de disfrutar de tus nietos y de tus nietas y hasta habrías alcanzado a conocer el internet. Pero también sé que si no te hubieras empeñado en sacar esa foto, posiblemente Pablo Escobar habría podido llegar a ser un político prominente y habría conseguido lavar su imagen como muchos otros hoy lo han logrado. Pero no. Tú con tu obstinación insististe en buscarla, mientras en tus columnas enfilabas tus baterías contra esta mafia que tú ya distinguías cuando otros no la veían. Lo cierto es que después de mucho buscarla en el desordenado archivo de fotografía de El Espectador, el responsable de judiciales la encontró. Recuerdo ese momento por la gran algarabía que se produjo en la sala de redacción. Según la foto, Pablo Escobar no era el congresista adinerado con sensibilidad social que decía ser, sino un narcotraficante.  

Sin saberlo, tú le diste el peor golpe el día en que decidiste desnudar su trayectoria como narcotraficante y publicaste esa foto en la que aparecía siendo reseñado en una cárcel de Antioquia por el delito de narcotráfico. Desde ese día a Escobar no le quedó más remedio que renunciar a su promisoria carrera política y le tocó vivir, desde entonces y hasta su muerte, en la ilegalidad, en la clandestinidad, a tal punto que terminó convertido en un monstruo del mal y en un vivo ejemplo de la degradación humana.   

En varias ocasiones he estado tentada de preguntarte a ti, que siempre supiste advertir los peligros que se cernían sobre el país cuando nadie aún los divisaba, qué hubieras hecho de haber estado vivo cuando se destapó el escándalo del proceso 8000 o el de la parapolítica, para no hablar del estupor que habrían causado en ti las imágenes de los secuestrados por las Farc, enjaulados como animales... O cuál habría sido tu reacción al saber que el presidente Uribe, en ese momento un liberal de la cabeza a los pies como lo eras tú, nombró a un primo hermano de Pablo Escobar como su consejero presidencial. Ni cuál habría sido tu sensación al saber que uno de sus hermanos, según versiones periodísticas, habría tenido presuntamente que ver con el pago a los sicarios que te dieron muerte. Siempre admiré en ti tu capacidad de asombro y de conmiseración con el país en el que nos había tocado ser periodistas. ¡Qué falta nos haces!

Pero no quiero agobiarte con reflexiones de cosas que no fueron. Te escribo esta carta para decirte que siempre te recuerdo de manera entrañable y que tu muerte impune me sigue doliendo.

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