OPINIÓN
Chiflados
He explicado muchas veces que no odio al senador Uribe, ni a nadie. Es un deber del periodismo denunciar la corrupción y los abusos del poder.
Rafael, mi hijo menor, era el más contento de todos. Nunca había podido ir a ver la Selección Colombia en un estadio. Eso sí, los ha visto por televisión cada vez que juegan. Ha celebrado y llorado con ellos. Los quiere igual cuando ganan o cuando pierden. Era una gran ocasión para él. Se puso la camiseta de Colombia, con la que de vez en cuando va al colegio, los tenis nuevos que compramos en vacaciones y la pantaloneta con la que ha marcado sus propios goles.
Félix, nuestro amigo, había comprado las siete boletas meses antes. Él iría con su esposa y sus dos hijos. Rafa, Tata y yo fuimos invitados por ellos. El partido pintaba de maravilla: Colombia versus Brasil. Las sillas eran muy buenas. Podíamos ver cada jugada, los gestos de los jugadores, la tensión de los técnicos y la expresión de los árbitros.
El juego resultó incluso mejor de lo que nos imaginábamos.
Rafael pasó de la tristeza a la celebración cuando Colombia empató con un penalti cobrado por Luis Muriel. Minutos después, el mismo Muriel marcó el segundo. Mi hijo estaba dichoso. Cuando Brasil empató con el 2-2, que sería definitivo, Rafa no perdió la esperanza. Ver su alegría me reconfortó mucho en una semana que había sido muy difícil.
Sonó el pitazo final y llegó el momento de irnos. Me despedí de unos conocidos que estaban sentados detrás de nosotros. Ellos son personas muy amables –que piensan distinto a mí– pero con las que siempre he podido hablar con cordialidad. Cuando empecé a caminar detrás de Rafa, un joven me saludó y me pidió que me tomara una foto con él.
Cuatro o cinco escaleras arriba empecé a oír los gritos. Eran dos hombres. Inicialmente uno hablaba y el otro grababa con un teléfono. El del teléfono me decía vulgaridades pero sin emitir sonido, solo moviendo los labios, quizás para despertar una reacción mía o de Félix de Bedout sin que quedara grabada la evidencia de su provocación:
Vos sos un periodista mediocre, sin ética… y vos también… –dijo dirigiéndose a Félix, el que hablaba duro y buscaba llamar la atención, quizás tratando de que otros se le sumaran– Le entregaron el país a la guerrilla. Son socialistas, comunistas…
He explicado muchas veces que no odio al senador Uribe, ni a nadie. Es un deber del periodismo denunciar la corrupción y los abusos del poder.
Un corrientazo de ira me recorrió la espalda. ¿Por qué nuestras familias tenían que padecer este momento? ¿Por qué mi hijo tenía que sufrir una agresión a su papá por cuenta de mi trabajo? ¿Por qué soportar en silencio un intento de lapidación pública?
En ese instante, ese segundo afortunado, alcancé a pensar que si respondía, terminaría yo convertido en el agresor. Continué subiendo las gradas del estadio dejando atrás la voz estridente pero solitaria del energúmeno:
-Están en América, deberían vivir en Venezuela…Perros, perros, socialistas, comunistas.
Como ya no estaba viendo al del teléfono vocalizando insultos, decidió unirse a su compinche:
¿Por qué odian tanto a Uribe?, ¿por qué odian a Uribe, el mejor presidente de Colombia?… el mejor presidente... ¿por qué odian a Uribe?
He explicado muchas veces que no odio al senador Uribe, ni a nadie. Es un deber del periodismo denunciar la corrupción y los abusos del poder. Por eso investigaciones mías han probado, por ejemplo, la compra de los votos parlamentarios que hicieron posible la reelección de Uribe, o las decisiones de funcionarios que volvieron multimillonarios a sus hijos durante su gobierno.
Siguiendo los mismos principios hice públicos los negocios de Miguel Peñaloza, ministro de Transporte de Juan Manuel Santos, y mostré –antes que nadie– que Odebrecht pagó ilegalmente gastos tanto de la campaña de Juan Manuel Santos como la de Óscar Iván Zuluaga en 2014. (Por cierto las recientes y pobres autoexculpaciones de Zuluaga se saltan, entre muchas cosas, el papel de Daniel García Arizabaleta, director político de su partido y pariente de altos funcionarios del actual gobierno. Habrá tiempo para volver sobre ese tema).
Por cuenta de mi trabajo he sufrido amenazas, seguimientos ilegales, exilio, campañas de desprestigio y persecuciones económicas.
Después de todo eso, no me van a callar dos personas insultando en un estadio. Aunque eso haya arruinado el día feliz de Rafael.