OPINIÓN

Una gota de agua

Yo solía criticarle a mi padre que en sus escritos “tipacoquizara” a Colombia. Al cabo del tiempo he venido a entender que tenía mucha razón. Lo grande está en lo pequeño, como el universo cabe en una gota de agua

Antonio Caballero, Antonio Caballero
22 de diciembre de 2018

Se cumplieron en estos días cincuenta años de la creación del municipio de Tipacoque, del cual mi padre, el escritor Eduardo Caballero Calderón, fue el impulsor y primer alcalde. Se trataba de independizarse del gobierno de la vecina ciudad de Soatá, tenido por tiránico y –máximo pecado–, por conservador sobre una población que históricamente se consideraba rabiosamente liberal. La efemérides se celebró con fiestas.

Pero hace ya casi ese mismo medio siglo un libro de mi padre, Yo, el alcalde, que retrata casi día por día sus dos años de gobierno, había pintado el desengaño de su ilusión política sofocada en la espesa realidad, como suelen ser las ilusiones de la política. Reproduzco aquí unos párrafos del artículo que me encargaron los organizadores de las celebraciones para una revista municipal publicada con su ocasión.

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“Gobernar es esperar y desesperar”, escribía Caballero Calderón a los pocos meses de asumir su cargo, y enumeraba sus desilusiones. Desilusión con el remoto gobierno central, que no contesta los telegramas urgentes ni las cartas detalladas; con los institutos descentralizados: el Incora,el Inscredial,el Inderena, el Insfopal, nombres hoy olvidados y sustituidos por otros igualmente inoperantes, que no contestan los informes; con la Gobernación, que no contesta ni el teléfono: un teléfono de manivela que, por otra parte, no funciona la mayor parte de los días. Su primer choque con la realidad de la política burocrática consistió en descubrir que los dos cheques que el gobernador le había entregado eufórico para respaldar la empresa de la creación del municipio eran chimbos. Desilusión, también, con sus propios gobernados y hasta con sus propias fuerzas. Podría haber hecho suya la frase desencantada del Libertador Simón Bolívar cuando, lograda la independnecia de los países de la Gran Colombia, esta resultó ingobernable y se le desbarató entre los dedos. Y dijo Bolívar ante el Congreso de 1830, al que con más ironía que franqueza llamó “admirable”:

“Me ruborizo al decirlo: la independencia es el único bien que hemos adquirido, a costa de todos los demás”.

Yo solía criticarle a mi padre que en sus escritos “tipacoquizara” a Colombia. Al cabo del tiempo he venido a entender que tenía mucha razón. Lo grande está en lo pequeño, como el universo cabe en una gota de agua

Soñar un pueblo para después gobernarlo, es el subtítulo que también tal vez con más ironía que franqueza le puso Caballero Calderón a su libro Yo, el alcalde, que refleja, a la modesta escala municipal, la frustración que pudo sentir Bolívar con su soñada Gran Colombia. Bolívar no tuvo tiempo para reflexionar sobre las decepciones de su éxito. Caballero Calderón, en cambio, pudo escribir algunos años después otro libro aún más desengañado: Tipacoque de ayer a hoy, sobre su tema obsesivo de ese pueblo y esa tierra: la plaza de ferias abandonada, la piscina municipal seca, la iglesia parroquial reedificada cuatro veces y el parque del municipio tres, el vivero de frutales que hubo y ya no hay, los árboles sembrados a la orilla de los caminos y hoy talados para ensancharlos a la medida de las tractomulas. El llamado progreso en su esplendor. Y eso que por aquí casi no dejó huella el narcotráfico, y los frentes guerrilleros bañaron el pueblo casi sin tocarlo.

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Yo solía criticarle a mi padre que en sus escritos de prensa “tipacoquizara” a Colombia: que viera e interpretara al país entero en su política y en su sociología como si lo mirara a través de la lupa de aumento o el telescopio de lejanías del pueblo de Tipacoque. Al cabo del tiempo he venido a entender que tenía mucha razón. Lo grande está en lo pequeño, como el universo entero cabe en una sola gota de agua.

Los tiempos cambian. ¿Para mejor? Hoy yo no podría ser designado alcalde de Tipacoque a dedo, como lo hizo con mi padre hace medio siglo el gobierno central que presidía Carlos Lleras Restrepo. Pero tampoco me elegirían popularmente alcalde, como ahora se estila, dado que desde hace ya muchos años las elecciones de alcaldes en los pueblos de Colombia giran en torno al dinero que se invierta en ellas: a las mangueras para chupar del acueducto, a las tejas de zinc o de eternit, a los rollos de alambre de púas,a los tamales o a los sancochos de gallina, a las botellas de aguardiente que quiera o pueda repartir el candidato, para resarcirse de todo ello después en los contratos municipales de obras públicas. Y en esa corrupción electoral no ha sido distinto el municipio apenas cincuentenario de Tipacoque de todos los del resto de Colombia, más antiguos o más ricos: sigue siendo cierto que todo el país cabe en una sola gota de agua. Es en las mil gotas de agua de sus mil municipios donde nace la corrupción generalizada que carcome a Colombia.

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