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Colombia cansada

Debemos saber que no estamos condenados para siempre a vivir tan insoportable situación que para algunas personas se les ha vuelto un caballito de batalla en cada elección electoral y, en otros casos como la corrupción y la violencia, en una forma de vida.

Angelino Garzón
26 de septiembre de 2024

¿Qué pasa con Colombia? Colombia está cansada, cansada de la corrupción en todas sus modalidades, al igual que del despilfarro. Corrupción que desvía los recursos públicos (recursos de todos y que son sagrados) para los bolsillos de personas o grupos particulares, entre ellos, altos servidores públicos en detrimento del desarrollo y bienestar social del pueblo colombiano.

Está hastiada y fatigada por la violencia que, junto con el narcotráfico, ha segado tantas vidas, por el dolor, el odio y los resentimientos que han producido, como también por las desigualdades sociales y la pobreza.

Su naturaleza y medio ambiente llora y se resiente de la destrucción y las contaminaciones ambientales y de las ciudades cada vez más agresivas contra la gente.

La existencia de avivatos de cuello blanco, que ven al Estado como su vaquita lechera, ya tiene cansada y hastiada a Colombia y, por lo tanto, a todas las personas de bien que hemos nacido o habitamos en ella.

Esa triste realidad no la vamos a cambiar con la política de la quejadera y menos acusándonos unos a otros, sino sabiendo unirnos en la diferencia, tanto a nivel nacional como a nivel regional y local.

Debemos saber que no estamos condenados para siempre a vivir tan insoportable situación que para algunas personas se ha vuelto un caballito de batalla en cada evento electoral y en otros casos como la corrupción y la violencia, en una forma de vida, así la estén disfrazando con discursos en favor de los cambios políticos, económicos y sociales que tanto necesita Colombia.

En ese orden de ideas, una tarea que deberíamos acometer personas de la diversidad política, social y económica desde el mismo lugar en que vivimos, es contribuir a decir públicamente y de manera valiente: ¡basta ya de tanta ignominia que afecta la dignidad de Colombia!

En ese propósito, una buena oportunidad la tenemos en las elecciones presidenciales de 2026, manifestándole públicamente a cada una de las personas que aspira a ser candidato o candidata a la Presidencia de la República, que dejen de estar responsabilizando al presidente Petro de todos los males que tienen cansada y fatigada a Colombia, porque la mayoría de ellos no nacieron en este gobierno y menos los vamos a resolver promoviendo una política de odio, descalificaciones o discursos gubernamentales que nos recuerdan a aquellos que —en las plazas públicas de los pueblos— tenían la cura para todos los males que sufrían las personas.

Esa responsabilidad pública de los candidatos y candidatas debe ir acompañada de compromisos éticos de ellos con la población, y de claras manifestaciones públicas sobre su manera de gobernar a Colombia y de relacionarse tanto con la población como con la comunidad internacional, en caso de ganar las elecciones presidenciales.

No creamos en aquellas personas —sean de izquierda, centro o derecha— que con tal de ganar unas elecciones no tienen ningún inconveniente con su propia dignidad y la de su familia de recurrir a la práctica de comprar o cambiar favores por votos, y menos de ser capaces —como se dice popularmente— de vender el alma al diablo.

Para corregir esa situación, es conveniente y necesario revisar la legislación electoral y la constitución de sus organismos para garantizar imparcialidad, objetividad, experiencia y solidez de conocimientos y principios éticos.

En la lucha constante contra los males que tanto tienen cansada y fastidiada a Colombia, necesitamos candidatos y candidatas, tanto al Congreso como a la presidencia de la República, que con su práctica cotidiana nos enseñen desde ahora —con sus nortes éticos— que lo fundamental en la vida no siempre es ganar y que en un país con tanta pobreza y necesidades como es Colombia se comprometan públicamente a no gastar más de cinco mil millones de pesos, o sea un millón doscientos mil dólares aproximadamente, en su campaña electoral, a no tener tanta ostentosidad publicitaria en sus campañas y a declarar ante el Consejo Nacional Electoral los bienes económicos y materiales que reciban y el origen de los mismos.

En el logro de esos propósitos son fundamentales, entre otros, los acuerdos públicos éticos de los medios de comunicación, de los gremios empresariales y de los partidos y movimientos políticos que avalen a cada uno de los candidatos o candidatas. Sólo así, iniciaremos el largo camino que tendremos que recorrer para lograr una Colombia libre de todos esos males.

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