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Columna de opinión Marc Eichmann

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Colombia dormida y desenfocada

Pronto serán visibles los líderes que enfocarán el país hacia el desarrollo y no hacia las mezquinas prioridades particulares.

Marc Eichmann
18 de junio de 2024

La rutina adormece. Aquel que entra en ella se acostumbra a su olor, a su calor y su cercanía. Deja de preguntarse cosas y se encierra en ella, muchas veces sin volver a mirar hacia afuera.

Entrar en rutina es dejar de vivir; en parte, es cerrarse a nuevas oportunidades y caminos. Seguir por la misma senda sin enfrentarse a mundos desconocidos en los cuales se pueden encontrar oportunidades que llenan y decepciones que revuelven. Es dejar de sentir, de alimentarse de la complejidad de nuevas realidades, coadyuvada por el bienestar que provee el sentimiento de creerse sujeto de derechos inalienables.

Es mi convicción que, profesionalmente, quien no trabaja en diferentes sectores de la economía, quien no descubre en qué oficio se desempeña mejor y saca más satisfacción por medio del ensayo y el error, deja de lado grandes satisfacciones. Lógicamente, esa búsqueda de nuevos horizontes debe realizarse con la rigurosidad y estrategia de lo que funciona bien, un concepto no tan novedoso desde que se aplicaba en la época de la Ilustración del siglo XVIII.

Cuando se trata de un país, entrar en rutina es aún más peligroso. Colombia, en el último siglo, se acostumbró a la violencia, a los políticos corruptos, a los negocios ilegales y a la pobreza. Se acostumbró a no crear oportunidades y a una desigualdad rampante, donde el marco legal que nos gobierna tiene gran parte de la responsabilidad. Se encerró en un mundo en el que la clase política es incapaz de dirigir, en que los intereses individuales priman sobre los colectivos. Peor aún, con la Constitución del 91, la del Estado social de derecho, en que el esfuerzo no es una variable para considerar, se alejó definitivamente de los principios que, desde la práctica demostrada, generan una mejora en la calidad de vida de sus ciudadanos.

La rutina de Colombia país se puede derrotar. Tratemos de imaginarnos, por ejemplo, una Colombia con igualdad de oportunidades, con educación de calidad, con empresas competitivas a nivel mundial, con una justicia que funcione. ¿Es tan difícil salir de nuestra trampa y enfocar nuestros esfuerzos hacia allá? La historia nos demuestra que muchos países lo han logrado, pero que es necesario respetar ciertos principios para lograrlo.

Hong Kong, Singapur, Corea del Sur y Taiwán experimentaron una rápida industrialización durante treinta años desde la década de 1960, por medio de una industrialización orientada a la exportación y no para el consumo interno, en sectores que tenían potencial de crecimiento como la industria pesada, la electrónica y la tecnología. En ese instante eran países pobres.

Estos países invirtieron en educación relevante para su objetivo y particularmente en ciencia y tecnología, para crear una fuerza laboral calificada que pudiera apoyar la industrialización e invirtieron en infraestructura, lo que facilitó el crecimiento industrial y atrajo la inversión extranjera. La orientación de su economía siempre fue en reformas favorables al mercado, reduciendo las barreras al comercio y la inversión. Mantuvieron un entorno macroeconómico relativamente estable, caracterizado por una baja inflación, políticas fiscales prudentes y tipos de cambio estables, lo que proporcionó un entorno propicio para el crecimiento económico. Hoy tienen un ingreso per cápita entre cinco y trece veces superior al de los colombianos y gozan de una estabilidad soñada en nuestro país.

Desde ese punto de vista, Colombia necesita un giro de 180 grados. La Constitución del 91, en vez de exigirnos como ciudadanos, nos hace unos ciudadanos quejumbrosos que creemos tener derecho a todo. Debe ser reformada para darles más protagonismo a los empresarios y más responsabilidades y menos derechos a los ciudadanos. Los intereses de los grupúsculos sociales que no cumplen con sus responsabilidades deben ser revocados, como por ejemplo los privilegios de una clase política que tanto en la izquierda como en la derecha se ha lucrado de sus empresas electorales. No más Fedcodes a costa de la formación de los niños, no más permisividad con los paros ni con las guerrillas que impiden el desarrollo del país y, por lo tanto, el bienestar de los colombianos.

El gobierno petrista actual, en una de sus gigantes equivocaciones, la ha emprendido contra el sector privado y el mercado, con una agenda estatizadora en la cual la clase política manda cada vez más. Bajo este régimen sus intereses particulares priman más que nunca, a costa de los de millones de colombianos. Las condiciones para atraer capital son ahora inexistentes y la inversión sigue en picada ante el manejo azaroso del Estado.

El principal enemigo de los colombianos es el gasto público y unos dirigentes que se preocupan más por una bolsa de denarios y por hacerse reelegir que de hacer de Colombia un gran país. Pero no perdamos la fe, seguramente en el futuro próximo, basado en un discurso de esperanza, serán visibles los líderes que nos guiarán hacia una sociedad en paz y desarrollada. Dejemos de comernos el cuento del conflicto entre clases sociales y pongámonos en serio a producir.

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