OPINIÓN

Cafres

El diagnóstico se ratifica cada día sin que nadie hasta el momento haya podido desmentir a Darío Echandía, el político liberal del siglo pasado que sentenció de manera lapidaria que Colombia es un país de cafres.

Ana María Ruiz Perea, Ana María Ruiz Perea
21 de febrero de 2017

Para ejercer de cafre político no basta con ser bárbaro y brutal en el más alto grado, como dice doña María Moliner. No. La característica del cafre, digo yo, es que después de actuar como le corresponde para serlo, es capaz de preguntar sobre los escombros de lo que acaba de volver mierda: ¿pero quién podría hacer semejante cosa? El cafre da media vuelta, se ajusta la corbata y sigue sin pudor su camino hacia el poder.

La frase de Echandía de tiempos chulavitas y frentenacionalistas catapultó a Colombia como una nación que a pulso y a diario se forja los méritos para ser el país con la mayor cantidad y los más avezados cafres de la región, y a fe que lo logra. Hay cafres en todas partes del mundo, en todos los estratos, en todos los países y en todos los gobiernos. ¿Qué de raro tienen los cafres colombianos?

Por ejemplo: El escándalo Oderbrecht se regó como pólvora por toda América Latina; se ha llevado por delante a ex presidentes, hijitos presidenciales y ministros de bolsillo desde Argentina hasta México. Pero el tsunami por acá nada que arrasa porque mientras desde la Fiscalía se anuncian verdades a medias, el Gobierno pone velos para distraer la agenda política y los congresistas se deleitan revolcándose en la negociación del “tapen, escondan, disfracen” del que nadie habla pero todos comen.

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Claro que nada de esto es nuevo, ha pasado ocho mil veces en este país donde los cafres surfean sobre el sistema electoral y la justicia y se llevan los botines para elegirse después en absoluta impunidad. No soy abogada ni he estudiado el asunto con juicio, pero veo diferencia en la manera como en otros países se investiga y se avanza en los fallos, e incluso en las sanciones sociales. Pero se me ocurre que si la corruptela de Odebrecht aquí no sacude lo que en otras partes, tal vez sea porque en Colombia nos toca sobrevivir al ejercicio en simultánea de cafres muy cafres que campean detrás de muchos asuntos dramáticos, criminales y corruptos que destrozan a la nación.

Por ejemplo: Alcaldes, gobernadores y funcionarios se han dado por décadas un impúdico festín con los recursos de la gente de La Guajira. Hoy el departamento clama por la declaratoria de calamidad, ante el desastre humanitario que significa la muerte de cientos y cientos de niños por física hambre. Se robaron las arcas, traquetearon por encima de las comunidades y sin escrúpulos permitieron que una corporación se robara el río, única agua fuente de vida para un enorme territorio indígena. Mientras, desde muy lejos del desierto guajiro, un partido de “gente bien” sigue avalando a todos los corruptos, a sabiendas de la calaña de socios que son, para que sigan exprimiendo sin pudor cada peso guajiro. Hay que ser muy cafre para postularse a los más altos designios políticos aupado en estas clientelas untadas de mafia, corrupción y muerte.

O estos otros: Los cafres que ordenan mantener en armas a los paras de toda sigla, con el interés supremo de amenazar y matar a la gente de izquierda, de la UP y Marcha Patriótica, a los que defienden los derechos humanos, a los líderes indígenas y comunitarios, a los que piden restitución de sus tierras. Hay que ser muy cafre para echar el cuento de que esta matazón desgranada, selectiva pero sistemática, no existe; para vociferar desde las curules que el Acuerdo de Paz es ilegítimo y que lo van a tumbar, mientras 6.000 hombres y mujeres están en pleno proceso de entregar las armas con la esperanza de llegar a la vida civil con ciudadanía plena.

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Los vampiros de las obras públicas, que se inyectan intravenoso el billete de los puentes, túneles y carreteras, son ladrones a secas. Sinvergüenzas impúdicos. En términos de corrupción, cafre no es el que roba sino el que manda a robar para luego, sin pudor y en campaña, clamar ante los micrófonos por justicia y transparencia.

Visto así el panorama electoral que se avecina, con la perspectiva de Echandía se desnuda la legión de cafres que empieza a hacer camino hacia la Presidencia. Sin dudarlo, desde ya toca tomar partido por candidaturas a las que este adjetivo no les defina. Que las hay, las hay.

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