OPINIÓN

¡Castrochavismo!

Según reciente encuesta, para el 55,4% de los colombianos existe una amenaza real de que caigamos en el “Castrochavismo”. ¿Será este resultado consecuencia de mera manipulación mediática por los “enemigos de la paz”?

Jorge Humberto Botero, Jorge Humberto Botero
9 de junio de 2017

Resulta útil para abordar la discusión que sigue y muchas otras del mismo tipo, tener claro que el discurso político no es el mismo que se utiliza en el debate científico. Quien se asome a la Retórica de Aristóteles tendrá claro que en el primer caso se trata de seducir al auditorio aportándole argumentos pero, también, emociones. La discusión científica, por el contrario, busca demostrar proposiciones lógicas o matemáticas, explicar las leyes de la naturaleza, la veracidad de relatos históricos o la idoneidad de determinadas hermenéuticas de la sociedad.

Los recursos de la retórica los usan, como dije, los políticos, pero igualmente hacen parte del repertorio a disposición de los abogados en el foro y de los publicistas cuando diseñan sus estrategias de mercadeo. Por eso no resulta ridículo afirmar que la Coca Cola es la “chispa de la vida”; insistir en semejante aseveración, que el análisis químico no puede demostrar, es idóneo para ganar consumidores.

El examen de los males que esperan a Colombia si cae en el Castrochavismo, debe abordarse en el contexto propio de la retórica. Conforme a sus preceptos, no se trata de establecer verdad alguna sino, apenas, la verosimilitud de una tesis, la cual, para serlo, no puede ser opuesta a la realidad de los hechos que la soportan. Basta que sea creíble.

Acusar a quienes defienden el acuerdo con las Farc de ese pecado funesto es una herramienta eficaz que, sin duda, va a ser usada con intensidad en la campaña en la que estamos entrando. Y lo será por la antipatía visceral que la generalidad de nuestros connacionales tiene por los gobiernos de Cuba y Venezuela. No es una postura gratuita. Ambos son gobiernos totalitarios, aliados entre sí, que, además de haber aniquilado el régimen de libertades, han generado pobreza y sufrimiento a quienes no pueden huir de los paraísos socialistas.

Pero ese rechazo general no es unánime. Las Farc ven ríos de leche y miel al otro lado del Orinoco. En su portal puede leerse: “Venezuela no es más que el ejemplo más cercano, de cómo se convierte en incapaz y totalitario a un gobierno, que mediante un bello experimento de democracia y tolerancia, construye una alternativa económica y política frente al designio neoliberal. A la manipulación de parte de la población sumida en la impaciencia, se une la barbarie de una extrema derecha criminal...”

Que esta fuere la postura de esa guerrilla cuando procuraba aniquilar por las armas el modelo de sociedad bajo el cual vivimos, carecía de importancia. Pero la adquiere, en grado elevado, en la medida en que el partido político que habrán de constituir, perseguirá, pues para eso se crean los partidos, gobernar a Colombia. De hecho, ya cogobiernan; han logrado que el acuerdo que suscribieron haga parte de la Carta Política y controlan el proceso de implementación del mismo a través de un organismo paritario integrado por delegados suyos y del Gobierno. Como lo hemos podido observar, cuentan allí con poder de veto. Además, se les ha concedido (decisión que comparto) un número mínimo de curules en el Congreso que elegiremos en marzo.

Mediante un milagro parecido al de la transubstanciación del pan y el vino en el cuerpo y sangre de Cristo, Chávez terminó convertido en la reencarnación del Libertador. Después de que nuestro Gobierno ha aceptado la tesis de la guerra de más de cincuenta años con las Farc, motivos igualmente válidos habría para que llevemos al altar de la Patria al Comandante Manuel Marulanda.

En nuestra imperfecta democracia, que hay que mejorar pero no destruir, cualquier persona que no haya sido privada de sus derechos políticos puede aspirar a ser elegido presidente. El ex senador y ex alcalde Gustavo Petro, quien, por cierto, ocupa un destacado segundo lugar en las preferencias electorales, escribió primores con motivo de la muerte de Hugo Chávez, que reprodujo La Silla Vacía en marzo de 2013:

"Viviste en los tiempos de Chávez y quizás pensaste que era un payaso. Te engañaste. Viviste en los tiempos de un gran líder latinoamericano", "¿Qué me sorprendió de aquel Chávez humilde, joven y rebelde de 1994? Su parecido a Bateman, a Torrijos, al M-19"; "Se fue un amigo y una esperanza. La gracia de la esperanza es que es una flor que nace en jardines y nunca está solitaria”.

Difícil negar, entonces, que nuestro ahora candidato presidencial simpatiza con el llamado “socialismo del siglo XXI”. Infortunadamente, nadie ha podido explicar en qué se diferencia este neo socialismo del que practicaron Stalin, Mao, Fidel y Polt Pot, cuatro de los grandes asesinos en masa de la pasada centuria.

En síntesis: las fuerzas políticas de las Farc y Petro, que pueden ser muy poderosas, y que posiblemente convergerán en los próximos comicios, han demostrado una afinidad estructural con el llamado Castrochavismo.

De otro lado, una de las causas del triunfo de Chávez en Venezuela consistió en el desprestigio del sistema de partidos como consecuencia de actos de nepotismo y corrupción. Apenas comenzamos a vislumbrar la magnitud de los funestos episodios asociados al caso Odebrecht. Cuando esas revelaciones sean plenas, lo que pronto ocurrirá, la posible pérdida de legitimidad de los partidos que han gobernado en años recientes puede abrir el camino para aventuras populistas como la que padece la hermana República.

No son, pues, disparatados los motivos para temer que Colombia caiga en el Castrochavismo, un modelo político y social que muchos consideran fatídico. Cuestión diferente es establecer qué grado de probabilidad tiene ese riesgo. En mi opinión, es bajo aunque está creciendo.

Para terminar con una banalidad, diré que todo lo que puede suceder... a veces sucede. La elección de Trump, por ejemplo.

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