Opinión
Conan Doyle y el judío injustamente condenado
La mentira la habían vuelto verdad (como en el caso actual de la Justicia colombiana contra Carlos Palacino). La policía y los jueces no estaban dispuestos a reconocer que habían falsificado los hechos.
A primera vista, el asesinato en Escocia de una matrona rica y huraña, en el año 1908, no es un tema que permita hoy escribir un libro apasionante, salvo que la misión se encomiende a una investigadora grandiosa como Margalit Fox, antigua periodista del New York Times, donde escribió 1.400 necrologías. El personaje central no es la matrona de 82 años, sino sir Arthur Conan Doyle, el creador del detective de ficción más famoso de la historia, Sherlock Holmes. El doctor Conan Doyle –era médico de profesión– logró demostrar que el judío alemán condenado a cadena perpetua y a trabajos forzados por el asesinato era en realidad inocente. En este asunto Conan Doyle actuó como detective en la vida real, aplicando los conocimientos que infundió a Sherlock Holmes.
Oscar Slater, nacido en Alemania en una familia pobre, buscó fortuna en varios países. En Glasgow lo vieron en clubes populares de juego y en casas de empeño. Pero no sabía de la existencia de la matrona que vivía en esa ciudad y jamás la conoció. Alguien informó a la policía, después del asesinato, que una persona llamada Oscar había tratado de vender un recibo de empeño de un broche. El recibo estaba fechado un mes antes del homicidio; de todas formas, la policía se propuso localizar a Slater. La criada de la matrona precisó que el broche de diamantes de su señora, que desapareció la noche del delito, era distinto al de la prendería. No obstante, la policía desató la persecución contra Slater, pues estaba ansiosa de presentar un sospechoso en un caso que conmocionó al país. Y el sospechoso era extranjero, judío y jugador, sin profesión respetable. Slater había empeñado el broche de diamantes de su propiedad para viajar de Liverpool a Nueva York en el Lusitania.
Pocos días después del asesinato, él y su compañera viajaron de Glasgow a Liverpool en tren y pernoctaron una noche antes del zarpe. Slater se registró en el hotel con su nombre verdadero. No era lógico hacerlo si tuviera las manos untadas de sangre. Llegó a Nueva York y fue pedido en extradición; sabiéndose inocente, aceptó voluntariamente volver a Escocia. Estuvo más de 18 años en una prisión sacando granito de una mina. Conan Doyle escribió un libro sobre la inocencia de Slater poco después de la condena, pero no logró su libertad en ese momento. La mentira la habían vuelto verdad (como en el caso actual de la Justicia colombiana contra Carlos Palacino). La policía y los jueces no estaban dispuestos a reconocer que habían falsificado los hechos. El error judicial “quedaría inmortalizado entre los clásicos del crimen como el ejemplo supremo de incompetencia y obstinación oficiales”, escribió sir Arthur Conan Doyle. Uno de sus biógrafos señaló que el caso Slater “le ofreció a Conan Doyle la oportunidad de desempeñar un papel similar en Inglaterra a la intervención de Zola en el caso Dreyfus en Francia”.
En 1925, un compañero de Slater fue liberado de la prisión. Llevaba en su caja de dientes, envuelto en papel satinado, un mensaje de Slater para Conan Doyle pidiéndole que de nuevo insistiera en su libertad. El doctor movió sus influencias. Era una de las personas más famosas del Reino Unido. Escribió el prólogo de un libro publicado en 1927 por un periodista que recordó el fiasco del broche y denunció la falsificación de los registros policiales y otras incongruencias. En 1928, Slater fue liberado. Recibió del Gobierno una cuantiosa indemnización que le permitió vivir 20 años más en Escocia, hasta su muerte.
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Sus padres fallecieron mientras él estaba en prisión. El libro de Fox cita apartes emotivos de las misivas de su madre: “Puedes estar seguro, queridísimo hijo, de que cuento cada día el tiempo que falta para que nos lleguen tus cartas. No debes abandonar tu esperanza hasta tu último aliento. Tarde o temprano se reconocerá tu inocencia. Un hijo que se ha portado como tú con sus padres puede esperar de Dios que algún día se reconozca su inocencia. Con frecuencia pienso en el asunto Dreyfus, donde al fin triunfó la justicia”. Muertos los padres, Slater empezó a recibir cartas de sus dos hermanas y después de sus sobrinos. Las hermanas murieron durante la Segunda Guerra Mundial. Como judías que vivían en Alemania, su suerte era ineluctable. Una murió en el campo de exterminio de Treblinka, la otra, en Terezín.
Margalit Fox, Arthur Conan Doyle, investigador privado (Tusquets, 2020).