OPINIÓN
Confinar es más fácil que desconfinar
El mundo tiene todavía mucho camino por recorrer para poder decir que superamos realmente esta crisis sanitaria, económica y social. Se necesitan planes cuidadosos, decisiones difíciles y mucha cooperación a todos los niveles para lograrlo.
Después de entre cuarenta y cinco y sesenta días de confinamientos nacionales, diferentes países están iniciando el proceso –riesgoso—de levantar de manera progresiva las restricciones. Los retos son más complejos y la implementación más complicada, pues a diferencia de la cuarentena, se requieren medidas específicas y adaptadas para cada sector, cada actividad, cada región. Los gobernantes, preocupados por reducir el impacto del tsunami económico y social que está teniendo y tendrá la emergencia sanitaria, buscan la manera de reactivar la economía sin generar una nueva ola de contagios. Definitivamente confinar es más fácil que desconfinar. Son varias las preguntas que deben responderse para que la salida de la cuarentena sea exitosa.
Escoger el momento. Lo más complejo, lo más crucial, es decidir cuándo. En teoría, las cuarentenas se ordenaron para aplanar la curva de contagios. O por lo menos para posponerla hasta el momento en el que los sistemas de salud y en particular las unidades de cuidados intensivos (UCI) estén preparados para atender a todos los pacientes que lo requieran. En Italia, España, Alemania, el cambio de tendencia es visible. Hay menos muertos y menos contagios diarios, el número de pruebas practicadas aumenta y el de los pacientes en las UCI se estabiliza o empieza lentamente a bajar. Ese no es el caso de otras regiones, en particular en el continente americano, donde la Organización Panamericana de la salud ha dicho que el ritmo de contagios está lejos de haber cedido. Eso hace que la decisión de terminar las restricciones impuestas sea más riesgosa en nuestros países.
En este sentido, los expertos coinciden en que para hacerlo se requieren tres elementos centrales: Máscaras para toda la población y así reducir el contagio; multiplicar masivamente el número de pruebas para poder aislar selectivamente a los contagiados; y establecer protocolos de funcionamiento y movilización de los trabajadores para reducir riesgos en los sitios de trabajo y en los medios públicos de transporte. Todo esto debe tenerse con antelación a la apertura. En Colombia no es claro que los tengamos.
Modulación regional. Como lo dijo el Gobierno nacional, la llave de la apertura la tienen los mandatarios locales. Eso es correcto, pero va a suscitar tensiones, como ya lo hemos visto en el caso de Bogotá y las diferencias entre la alcaldesa y el presidente. También puede traer contradicciones y descoordinaciones por la diferencia de velocidad y la amplitud de las liberaciones que cada gobernador y cada alcalde escojan. Esto además de ser confuso, puede acarrear problemas pues actividades económicas que dependen de otras regiones bien sea para sus insumos o para sus mercados, enfrentarán cuellos de botella imposibles de resolver. En algunos países como Francia o Ecuador, se está poniendo en marcha un sistema de semáforos por departamento o provincia para que se puedan mantener las medidas o se impongan nuevamente restricciones. Colombia debería pensar en hacer algo similar.
Modulación por actividades. Los países que han iniciado el fin del confinamiento han escogido algunos sectores económicos, los menos riesgosos, para empezar. Ese análisis debe hacerse industria por industria y que los gremios presenten sus propuestas de protocolos para reiniciar actividades de manera segura. Camacol lo ha hecho de manera juiciosa y responsable, aún cuando el tema del transporte de los trabajadores queda aún sin detallar. La apertura segmentada presenta igualmente el problema de las cadenas de producción, distribución y venta. Como lo dijeron voceros de curtiembres y marroquineras, no sirve de nada producir si no hay un mercado donde vender.
Hay además actividades que se vuelven verdaderos dilemas. La educación es el mejor ejemplo. Para cientos de miles, sino millones de estudiantes de colegios públicos y privados, la educación virtual no es una opción real pues no disponen de computadores o acceso a internet. Los profesores no tienen clases diseñadas para ello. El cierre de escuelas afecta el desarrollo de los niños en general y de los más vulnerables en particular, ampliando aún más las brechas de desigualdad social. Así que retomar las clases sería en muchos sentidos lo más apropiado, pero el riesgo de hacerlo es inmenso.
Por último, la preparación. Así como ordenar a la gente quedarse en sus casas necesitó preparación, volver a salir es más exigente aún en materia de planeación y organización. En Francia, el Gobierno presentó el martes pasado, su plan para empezar el proceso el 11 de mayo, o sea dentro de quince días. En España, las medidas anunciadas se inician el 2 de mayo. En Colombia, la decisión fue anunciada a menos de tres días de su aplicación y acompañada de la prolongación de la cuarentena por quince días. La confusión, la falta de preparación y de reglas claras puede convertirse en el peor enemigo de la voluntad del Gobierno de iniciar el proceso de manera ordenada, eficaz y segura.
Pensar que estamos cerca de superar el desafío del coronavirus sería un error. Esta ha sido apenas la primera batalla. Como dijo Winston Churchill después de la primera victoria de los aliados contra el nazismo, en 1942 “Este no es el final, ni siquiera el principio del fin, pero quizás sea el fin del principio”. Fueron necesarios otros dos años y medio de guerra para llegar al fin de la guerra. El mundo tiene todavía mucho camino por recorrer para poder decir que superamos realmente esta crisis sanitaria, económica y social. Se necesitan planes cuidadosos, decisiones difíciles y mucha cooperación a todos los niveles para lograrlo.