Opinión
Congreso zángano
Nuestra resignación les cae como anillo al dedo a quienes se acostumbraron a considerar a la mayoría de los colombianos como un perro que ladra, pero no muerde.
Era una noticia de no creer. Después de las más grandes movilizaciones juveniles que recuerde la historia de Colombia, una comisión del congreso integrada por 13 miembros, de los cuales estaban presentes apenas siete, votó 5 a 2 para hundir un proyecto que consagraba el costo cero de la matrícula para los estudiantes universitarios durante el próximo año y medio. Es bien revelador que una de las atribuciones de la comisión de marras sea el legislar para las calamidades públicas.
¿Y qué más calamidad que esta peste que ha confirmado de manera contundente la relación entre desigualdad, pobreza y falta de oportunidades? Pero quizá la verdadera calamidad es un congreso servil con el ejecutivo y que solo trabaja para sí mismo y los intereses de la hiperprivilegiada minoría que representa.
De manera desobligante, los votos del no salieron a justificarse diciendo que no había plata y su titiritero, el gobierno, comentó balbuceante que tenía en la gaveta un proyecto que sí podía financiar. ¿Y por qué –para ganar tiempo– no mejoraron la ley que estaba en discusión? Claramente, porque el conjunto de los mandamases se aisló de tal manera del resto de la sociedad que ya ni la entienden ni la representan. Son demasiadas décadas comprando votos impunemente, lo que los libera de cualquier responsabilidad ante sus electores, a quienes desprecian.
Qué les importa Colombia mientras vayan entronizados en sus carros blindados, que les pagamos con nuestros impuestos; escondidos tras sus vidrios polarizados, uniformados en sus privilegios de casta zángana. ¿Se han dado cuenta ustedes de que todos esos blindados son del mismo color y de la misma marca de 4x4 japonesas?
Contra toda evidencia, tanto el gobierno como sus mayorías de bolsillo en el congreso se negaron a entender el mensaje de la rebelión juvenil. Solo en Bogotá, miles de jóvenes del noroccidente se reunían festivamente, cada noche, alrededor del monumento a los héroes de la independencia sudamericana, dedicado a muchachos como ellos que también lucharon por sus derechos y su dignidad hace ya más de doscientos años. No en vano en Perú, los jóvenes que salieron a protestar contra la corrupción del régimen hace unos meses han sido llamados la Generación del Bicentenario.
Pero nada de eso le importa a la casta que nos gobierna. Ellos ya tienen arreglado su futuro y el de sus descendientes, de tal manera que cínicamente confían en que tras la bajamar de las marchas podrán seguir manejando el país a su antojo. El grupo dirigente piensa, con demencial soberbia, que bultos de plata durante la campaña y el mismo cascado repertorio de promesas le permitirá seguir orondo en el poder.
Y lo que nos enseña nuestra historia es que lo lograrán… salvo que los ciudadanos asuman que quienes sostienen esa putrefacta manera de hacer política son ellos mismos, con su indiferencia o con su inercia de criticar antes de elecciones y después, en estas, volver a agachar una y otra vez la cerviz. De nada sirve que uno pose de histérico indignado si no impide que le pisoteen su dignidad. Y en democracia, los ciudadanos defienden su dignidad no votando por quienes los mantienen en una condición de servidumbre, les arrebatan sus derechos y les cierran los caminos que les permitirían el despliegue de sus capacidades.
No podemos seguir engañándonos. Sin la indiferencia, la pasividad, el servilismo, la complicidad de muchos ciudadanos una política tan depredadora no habría tenido jamás tan larga vida. Chile era, junto con Colombia, el país que tenía los más altos salarios de congresistas de la Ocde. La insurrección popular de octubre de 2019 en aquel país obligó a los congresistas a bajarse el salario, después de seis años de mamarle gallo a esa decisión. Al final, la ley sancionada en mayo del año pasado redujo los sueldos del presidente, parlamentarios, ministros, subsecretarios, intendentes, gobernadores y altos funcionarios. Refrenda la insolidaridad desmedida de la mayoría de los parlamentarios colombianos que, en medio del empobrecimiento general, mantenga sus multimillonarios sueldos. Ninguna empresa privada que cuidase sus recursos, les regalaría a tantas personas salarios tan estratosféricos a cambio de hacer poco casi nada.
Muchos ciudadanos contribuyen a que se mantenga tan agobiante nivel de abuso e injusticia repitiendo inercialmente, cual endemoniado mantra, que aquí nunca pasa nada y nada pasará. Hemos de tener presente que un elemento fundamental en una sociedad moderna es la convicción de que está en nuestras manos cambiar un estado de cosas que consideramos injusto. Nuestra resignación les cae como anillo al dedo a quienes se acostumbraron a considerar a la mayoría de los colombianos como un perro que ladra, pero no muerde.