OPINIÓN
Cosas disímiles que se parecen
Las sociedades requieren liderazgos éticos con proyectos realistas de redención social que las encausen por el camino de la defensa de la vida y la deliberación razonada de las cuestiones públicas.
En Francia militarizan colegios y en Estados Unidos puestos de votación, ambos en prevención de posibles atentados contra civiles inermes por parte de fundamentalistas radicales. En Colombia llega la marcha de los reincorporados de las Farc como antes la minga, reclamando la defensa de sus vidas, mientras que defensores y defensoras repudian con impotencia cada nuevo asesinato de quienes enarbolan las causas sentidas de sus comunidades.
El mundo atraviesa retos inconcebibles hasta hace poco tiempo. El país que se ha presentado al mundo como modelo de democracia enfrenta a un presidente que en campaña anunció que se resistiría a entregar el poder si no ganaba las elecciones. Un discurso del presidente francés, Emanuel Macron, en honor a un maestro decapitado por haber mostrado las caricaturas ofensivas de Mahoma, ha provocado la ira del radicalismo musulmán al punto de que el presidente de Turquía ha llamado al boicot de los productos franceses.
En Colombia donde parece haberse normalizado la violencia como herramienta para conseguir fines políticos y económicos, las cifras son augurio de lo que se puede estar fermentando en los países de Occidente que se sentían inmunes a las peores manifestaciones del subdesarrollo. Durante los primeros diez meses de 2020 se han cometido setenta masacres y han sido asesinados 78 líderes campesinos, 89 líderes y lideresas sociales y 49 excombatientes de las Farc. Desde la firma de los acuerdos de paz, los asesinatos suman 364 líderes campesinos, 642 líderes y defensores y 240 reincorporados firmantes de los acuerdos de paz, la mayor parte durante el Gobierno Duque.
Se pueden avanzar diversas interpretaciones sobre las causas profundas de la exacerbación simultánea de tantos fundamentalismos religiosos, ideológicos, culturales, nacionalistas y raciales en casi todo el mundo. Una de ellas es la crisis en los liderazgos políticos. El eficientismo, el debilitamiento de lo público y el endiosamiento del ánimo de lucro se han instalado en la esfera pública donde ahora campea el pragmatismo. Pareciera que el modelo económico ha pervertido la política.
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Atrás quedaron las causas y las convicciones y, de más en más, los lugares de mando aparecen ocupados, con o sin elecciones, por políticos pragmáticos, asesorados por expertos en embaucar electores con viejas y nuevas técnicas de manipulación. Son buscadores de poder por el poder que acuden a estimular los odios, el miedo y los atavismos culturales o religiosos para conseguir votos y acceso a cargos públicos, en función de carreras personales y no de proyectos sociales.
Max Weber resaltaba en el político de talla tres características indispensables: la convicción, la responsabilidad y la mesura. Cuando en su lugar busca el poder por el poder, sin convicción mayor a la de su propio avance, el político descabeza, por así decirlo, a la sociedad que queda a la deriva. Es este el campo fértil para las demagogias oportunistas en las que caen presa, incluso personas cultas, de los extremismos de supremacistas blancos, religiosos y hasta criminales.
Las sociedades requieren liderazgos éticos con proyectos realistas de redención social que las encausen por el camino de la defensa de la vida y la deliberación razonada de las cuestiones públicas. Regresando a Weber, se buscan líderes que conjuguen la ética de la convicción con la ética de la responsabilidad buscando el equilibrio en que se pueda sustentar la convivencia de culturas, clases y razas diferentes, sin exclusiones injustas, ni señalamientos odiosos.
Sin duda las circunstancias específicas de Francia, que se enfrenta al fundamentalismo religioso, son distintas a las de Estados Unidos con un presidente candidato autoritario que desmiente su tradición democrática; o de Colombia, que no supera el síndrome del plebiscito cuando se propició que la gente votara “emberracada”. El trasfondo común de estos tres dilemas está en liderazgos tóxicos que en interés particular involucionan complejos avances sociales. Francia se debate sobre cómo conciliar la libertad de expresión con el respeto a ciudadanos de sus antiguas colonias que encuentra extraños. Los Estados Unidos ve debilitada la democracia en que finca su sueño americano y Colombia ve incrédula cómo se disuelve el logro del acuerdo de paz. Son cosas disímiles que se parecen.