OPINIÓN

Lo que se nos viene

No me equivoqué: en los dos años del gobierno Duque el país ha ido retrocediendo en todos los terrenos en los que habíamos avanzado.

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
4 de enero de 2020

No voté por Iván Duque porque me aterraba que pudiera llegar a presidente una persona cuyo único mérito fuese el de haber sido escogido por Uribe. Su inexperiencia en el arte de gobernar y su desconocimiento de Colombia me parecían un mal augurio para un país que acababa de firmar un acuerdo de paz con la guerrilla más grande de América Latina. Eso, sumado a la liviandad de sus ideas y a la precariedad de su liderazgo, me parecía una osadía que desnudaba cierta insolencia y descaro.

No me equivoqué: en los dos años del gobierno Duque el país ha ido retrocediendo en todos los terrenos en los que habíamos avanzado. La política exterior colombiana volvió a ser el fiel reflejo de los intereses de Washington en América del Sur. Es decir, volvió a ser un chiste.

En esta era trumpista, Washington parece tener ojos solo para Venezuela. Y Duque, que no podía desentonar, se propuso en sus dos primeros años convertir el Ministerio de Relaciones Exteriores colombiano en la cancillería de Guaidó, hasta que lo consiguió. Todo parece indicar que en los años que le quedan tiene como meta afinar la política de expulsión de venezolanos para que sean rápidamente deportados y separados brutalmente de sus familias, como lo hizo en su momento el gobierno Trump con las familias de los inmigrantes ilegales que llegaban por la frontera mexicana.

Si Duque se pone las pilas, puede lograr que este 2020 sea el año de la xenofobia en Colombia. Solo falta que se prenda de veras la chispa del odio contra los venezolanos para que comience el incendio. Un intelectual venezolano al que admiro me preguntó hace unos meses de dónde iba a venir el primer brote xenófobo contra los venezolanos. Yo le dije sin dudar que del gobierno de Duque. Me miró incrédulo. Los gobiernos más proclives a los atropellos de los derechos humanos no solo son los autoritarios, también lo son los gobiernos débiles pero arrogantes como el de Duque.

En materia económica, 2020 parece que va a ser el año de Alberto Carrasquilla, el todopoderoso ministro de Hacienda que más ha pescado en el río revuelto. Según Salomón Kalmanovitz, su meta es llegar a ser el gerente del Emisor, para lo cual está moviendo desde ya sus fichas con el propósito de que no se reelija a Juan José Echavarría.

No me equivoqué: en los dos años del gobierno Duque el país ha ido retrocediendo en todos los terrenos en los que habíamos avanzado.

La primera jugada habría sido la salida sorpresiva de José Antonio Ocampo de la junta del Banco, quien fue reemplazado por un reconocido economista muy cercano a Carrasquilla. Lo que afirma Kalmanovitz me lo han confirmado otros economistas que coinciden en decir que de los siete miembros que tiene la junta del banco, Carrasquilla —o sea Duque, o sea Uribe— podría llegar a tener alineados a cinco de ellos en un futuro no muy lejano. Si esto sucede y el banco termina en manos de Carrasquilla y del Centro Democrático (el partido de Gobierno), la independencia del Banco quedaría totalmente comprometida. En un gobierno tan débil hay reyezuelos que terminan reinando más que el rey. Ese parece ser el caso de Carrasquilla.

Pero aquí no para todo este desbarajuste. Este 2020 pinta como el año en que puede morir por asfixia el acuerdo de paz. Ya 2019 fue el peor año en materia de asesinatos de excombatientes de las Farc, para no hablar del número de líderes asesinados que sigue en aumento.

No lo va a hacer trizas, como lo prometió. Solo le bastará con dejar de hacer lo que debía haber hecho. Con ese frenazo, el acuerdo de paz queda condenado a una muerte lenta, inhumana y trágica.

Luego de dos años de gobierno, la paz nos está dejando, como lo prueba lo que está sucediendo en Bojayá, cuya población teme ser víctima de nuevas tomas y de nuevas masacres. Y la culpa no es de Santos, ni del foro de São Paulo, ni mucho menos de los venezolanos que están llegando al país huyendo de las ignominias impuestas por un régimen antidemocrático como el de Maduro. La culpa es de Iván Duque y de su juego de siempre. En el exterior se presenta como el gran defensor del acuerdo de paz, pero internamente desata una guerra a muerte contra la JEP, insiste en reanudar las fumigaciones con glifosato pese a que la Corte Constitucional ya se pronunció sobre los efectos que este herbicida tiene en la salud y se hace el de la vista gorda con la contrarreforma que tiene en salmuera el Centro Democrático que busca acabar con la ley de restitución de tierras.

Su falta de liderazgo tiene a la Policía sumida en una crisis profunda, al Ejército volviendo a incorporar los mismos parámetros de evaluación de éxito de las tropas que causaron los falsos positivos y a la Fiscalía allanando galerías de arte porque exhiben obras en las que aparece Duque pintado como el personaje Porky. Nunca el país había estado tan falto de guía. Y a lo mejor por esta orfandad es que Claudia, nuestra recién posesionada alcaldesa, brilla como si fuera la presidenta y Duque su convidado de piedra.

Lo que temíamos ya está pasando: el vacío dejado por las Farc lo están llenando nuevos grupos ilegales, y mientras Duque, Carrasquilla y Uribe se reparten el poder, nuestro país se devuelve en el tiempo.

Como devolverse en la historia para quedar atrapado por ella. Así será recordado el presidente Duque, experto en el arte de la inexperiencia.

Saludemos este 2020 antes de que nos deje sin aliento.

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