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Si Duque me oyera…

La última vez que había sentido aprecio por un conjunto fue por el Binomio de Oro, un conjunto vallenato. Pero ahora el binomio de oro son Duque y Uribe: ellos son los que están inspirando la protesta más grande de los últimos tiempos.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
30 de noviembre de 2019

Eran las dos de la mañana del viernes pasado cuando salí a la calle vestido de piyama y pantuflas y armado con un palo de escoba. Decenas de mensajes de WhatsApp advertían que los vándalos ya estaban a punto de ingresar en el conjunto residencial, y, en medio del delirio de las redes, alcancé a leer un convincente trino de María Fernanda Cabal que invitaba a eso: a que los vecinos organizáramos una defensa de la propiedad, de la casa, del auto. Una autodefensa, mejor dicho.

–Ya vengo; quédate acá –le dije a mi esposa mientras me incorporaba de la cama y me retiraba con cuidado los pepinillos de los ojos.

–¿A dónde vas? –respondió, dormida.

–A defender el conjunto, maestro –le dije, inspirado en el general Plazas Vega.

Me armé entonces no solo de valor, sino del palo de escoba; me puse una olleta en la cabeza, como alguna vez lo hizo Juan Manuel Santos cuando visitó Tumaco, y salí a la puerta del conjunto para incorporarme a un ejército de señoras con marrones, ancianos en bata y amas de casa en sudadera que estaban dispuestas a dar la vida.

La situación era dramática:

–¡Ya están asaltando el conjunto del lado! –gritó la señora de la casa 5, mientras leía su chat.

–¡Que se vengan esos venezolanos! –imprecaba el señor López, a quien realmente desconocí.

–¿Y cómo sabemos que son venezolanos? –pregunté.

–Porque en el chat dicen que son venezolanos –me explicó.

–Parece que son los mismos del Grupo de Río, como lo pronosticó Uribe –dijo la uribista de la casa 2.

–Del Foro de São Paulo –la corregí.

–Mejor voy por un bate –gritó de nuevo el señor López, mientras yo imaginaba que lo decía porque los venezolanos son grandes jugadores de béisbol.

Nos organizamos por cuadrillas para hacer rondas de vigilancia. Sobre la madrugada arrumamos los palos de escoba y los juntamos con algunas declaraciones de Petro para armar una hoguera que nos resguardara del frío.

Fue la noche más extraña de mi vida: la noche del miedo, la noche en que supe que muchos vecinos lucen una xenofobia tan horrible como sus piyamas.

La última vez que había sentido aprecio por un conjunto fue por el Binomio de Oro, un conjunto vallenato. Pero ahora el binomio de oro son Duque y Uribe: ellos son los que están inspirando la protesta más grande de los últimos tiempos.

Al día siguiente me enteré de que, inducidos a una estrategia de pánico colectivo, fuimos víctimas de un tenebroso juego de espejos: los vecinos del conjunto de al lado nos grababan creyendo que nosotros éramos los encapuchados, y viceversa, y todos subíamos videos diciendo “allá vienen los vándalos con palos de escoba, y algunos con marrones”.

La última vez que había sentido aprecio por un conjunto fue por el Binomio de Oro, un conjunto vallenato. Pero ahora el binomio de oro son Duque y Uribe: ellos son los que están inspirando la protesta más grande de los últimos tiempos; y aquella noche era apenas el oscuro presagio de lo que se vendría en la semana: el Esmad mató a un estudiante; la ministra del Interior dijo que en realidad fue un accidente, casi otro forcejeo; Fernando Londoño criticó a Duque; Duque dijo que el responsable del paro se escribe con P, de Polombia, porque es Petro, y nombró a Marta Lucía Ramírez para que iniciara un diálogo social que, con un afinado sentido de la urgencia, puede prolongarse uno o dos años: si la interlocutora es Marta Lucía, en marzo apenas estará terminando de hablar ella misma. Y un juez soltó a la vandálica Epa Colombia con el argumento de que no hace daño a la sociedad porque mide 1,50: ojalá nunca le corresponda juzgar a Álvaro Uribe.

Nada de eso sabíamos todavía los vecinos: apenas esperábamos a que clareara mientras tomábamos tinto, cortesía de la casa del señor López.

–Ya quisiera yo ver a cualquiera de los críticos de Duque en su lugar –dijo la uribista, cansada pero aún en guardia.

Y tenía razón: yo también quisiera saber cuántas cabecitas es capaz de hacer un líder sindical sin dejar caer el balón.

–Pero Duque no se ayuda –la contradije–: en lugar de garantizar la implementación del proceso de paz y erradicar la pesca de aletas de tiburón, garantiza la pesca de aletas de tiburón. Y erradica el proceso de paz.

Los ánimos comenzaron a caldearse, y yo me aferraba a mi posición: y eso que para entonces todavía no sabía que, como gran concesión a la presión social, Duque propuso tres días sin IVA: la única solicitud que no estaba inscrita en pancarta alguna. ¿Por qué no lanza ideas audaces como proponer tres días al año sin Uribe, por ejemplo? ¿O tres sin Petro? ¿Por qué no ejerce él mismo como presidente durante tres días al año? Pueden ser seguidos: puede ser un puente.

Algo semejante le dije a la vecina cuando ya cantaban los gallos.

–Si Duque me oyera, le diría que tienda puentes, o no salimos de esta.

–¿Y qué es tender puentes? –dijo ella.

–Oír, convocar otros sectores, nombrar un nuevo gabinete…

–¿Y poner a Epa Colombia como ministra de Cultura? –me respondió, alevosa.

–O al director del Esmad como comisionado para los derechos humanos –le devolví la ironía.

Nos salvó de la pelea la salida del sol. Cuando nos retirábamos a las casas, parecíamos un surrealista ejército de zombis: somnolientos vecinos en pantuflas, tan trasnochados como las medidas del Gobierno. Algunos seguían armados con bates, como el señor López, que aquella noche nos salvó del Grupo de Río.

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