OPINIÓN

¿Cuál es el secreto de los grandes maestros?

Cada año la Fundación Compartir elige un Gran Maestro y tres ilustres. Partiendo del estudio que realizó como jurado del concurso, el pedagogo Julián De Zubiría reflexiona sobre las características comunes a ellos y propone convertir a los elegidos durante las dos décadas anteriores en maestros de docentes.

Julián De, Julián De
17 de junio de 2019

Por veinte años consecutivos la Fundación Compartir ha elegido al mejor maestro del país. Es una oportunidad para rendir homenaje a docentes que, haciéndole el quite a dificultades generadas por el contexto familiar en el que viven sus estudiantes, a la violencia que azota estas regiones y a las condiciones de infraestructura y dotación de las instituciones educativas, con enorme esfuerzo logran transformar las vidas de sus muchachos. Al hacerlo impulsan procesos de movilidad social en estos territorios.

Lo primero que hay que llamar la atención es que son pocos los maestros que transforman para siempre la vida de los jóvenes bajo su orientación. Cuando se le otorgó a Albert Camus el Premio Nobel de Literatura, evocó al profesor que le enseñó a leer. Cuando lo he preguntado en seminarios, me han respondido que entre tres y siete docentes han impactado sus vidas, lo cual es muy poco respecto del alto número de docentes que hoy en día intervienen en la vida de un joven. Pero también es cierto que todos los recordamos con inmenso cariño. A partir de las reflexiones que hice luego de haber estudiado las propuestas de quienes aspiraban al título de Gran Maestro en Colombia, quisiera destacar algunas de sus características principales. Hay que tener en cuenta que, en 2019, 1.074 profes aspiraron al premio.

En primer lugar, todos son líderes sociales. Los maestros que más se destacan en el país, movilizan a las comunidades en las que viven, visitan y dialogan con frecuencia con los padres de sus estudiantes e investigan a profundidad sus contextos. Todos ellos asumen como si fueran propios algunos de los problemas ambientales, tecnológicos o sociales en sus regiones e involucran a sus estudiantes en la investigación de dichas problemáticas. Lo claro es que, trabajan con la comunidad, la investigan, e intentan implementar algunas soluciones. Hacen exactamente lo contrario a lo que pretendía el senador Edward Rodríguez del Centro Democrático al intentar prohibir la libertad de cátedra. Ellos son ejemplo vivo de la más amplia libertad para investigar, reflexionar, pensar, hablar y cuestionar. Es más, asumen la libertad y la autonomía como la bandera en sus procesos formativos. El ejemplo más claro de ello es Carlos Enrique Arias, ganador del Premio a Mejor Maestro, quien logró que 94% de los egresados de su Institución Educativa en Montelíbano, ingresaran a la educación superior, cuando antes solo lo hacía el 20%. De esta manera, la educación estimula la movilidad social y permite a los jóvenes superar el círculo vicioso de la miseria. Tarea que debe valorarse aún más, si se tiene en cuenta que han estudiado en medio de las balas de todos los actores que han participado en el cruento conflicto armado vivido en Córdoba desde hace varias décadas.

Lo más triste es que dado el indiscutible liderazgo social alcanzado por los docentes, han sido blanco de estigmatización, persecución y amenazas por parte de los grupos políticos que tienen el control regional sobre la población, la tierra y la riqueza. Con frecuencia, fueron declarados objetivo militar por los paramilitares. Es así, como un muy reciente informe de la Fundación Compartir sobre la educación rural incluye un dato escalofriante: 1.579 maestros han sido asesinados durante el conflicto armado. Muchos de ellos, sin duda, fueron excepcionales docentes que dieron su vida por la educación. El liderazgo social de los maestros, los ha convertido en un objetivo político, cuando no militar, de sus contradictores.

La pasión es la segunda característica que encuentro en los docentes excepcionales. Todos gozan enseñando y agregan horas de acompañamiento a las que les exige su contrato. Su compromiso es ilimitado con los niños, los jóvenes y el entorno. Preparan minuciosamente sus clases y sus salidas de campo. Los grandes docentes sienten –como solía decir Freire-, que están cambiando a las personas que cambiarán el mundo. Hay mucho de mística en su tarea diaria. Se sienten misioneros de un cambio social. La esperanza, el entusiasmo y el sueño de vivir en un mundo mejor, los anima en su labor cotidiana.

La pasión –como el llanto-, se contagia, y por ello, los estudiantes se nutren de ella. Beben del compromiso de estos maestros y terminan dedicando varias horas a la lectura y la investigación. Bajo el liderazgo de un líder transformador, los estudiantes trabajan motivados y en equipo, ya que las tareas que les señalan, les resultan altamente pertinentes para sus vidas y para el contexto en el que viven.

La tercera característica, siempre la he encontrado presente en los estudios nacionales e internacionales sobre el tema. Los buenos maestros no se limitan a enseñar; sino que generan preguntas, impulsan debates y promueven la reflexión. Los maestros excepcionales enseñan a pensar y a leer de manera crítica. Eso halló Bain estudiando a los docentes excepcionales en las universidades en Estados Unidos. Eso mismo concluyó Sandra García, profesora de la Universidad de los Andes, estudiando las características comunes de los ganadores en los veinte años del concurso. Y una vez más, lo he vuelto a encontrar al estudiar los proyectos de los mejores docentes en Colombia que aspiraban a ganar el Premio Compartir en 2019. Son docentes que enfrentan a los estudiantes a problemas contextuales, los cuales hay que comprender, interpretar y resolver. Al hacerlo, les enseñan a pensar, leer y convivir. Son docentes que han transformado el modelo pedagógico tradicional por otro más reflexivo, dialogante y contextualizado, el cual, impacta de manera estructural el desarrollo de sus estudiantes.

Para poder hacerlo, los mismos docentes se vuelven más reflexivos, más autónomos y más críticos de sí mismos y del contexto. Al fin y al cabo, “nadie da lo que no tiene”. Ellos tienen de sobra la independencia y la autonomía que buscan fortalecer en sus estudiantes. Han reflexionado previamente sobre sus prácticas, una y otra vez las han evaluado e investigado. Bain concluye que los muy buenos docentes identifican los obstáculos a los que se enfrentarán sus estudiantes. En términos más técnicos, diríamos que los docentes excepcionales, tienen muy buenos niveles de metacognición sobre sus prácticas educativas. Por oposición, los docentes tradicionales, no se detienen a pensar para qué enseñan lo que enseñan, ni qué hicieron mal en dicho proceso. Dada la falta de reflexión, con el paso de los años, estos últimos se vuelven, cada vez, peores docentes, ya que, no aprehenden de su experiencia.

La cuarta y última característica que encontré en los docentes excepcionales es que retan a sus estudiantes, les exigen, les ponen problemas complejos para resolver. Al mismo tiempo, siempre les ponen andamios para que puedan resolverlos. Con estos docentes, los estudiantes trabajan mucho más: leen, piensan y se esfuerzan, ya que sienten que vale la pena hacerlo.

Ningún Ministerio de Educación logrará mejorar la calidad, si no cuenta con maestros apasionados, que hayan abandonado los modelos tradicionales y que enseñen a pensar y leer de manera crítica. Ninguno. El problema grave es que la gran mayoría de docentes de Colombia no son como ellos. Tienen excelente actitud y han llegado a la docencia por vocación, pero no tuvieron la formación adecuada para desarrollar las competencias que pretenden lograr en sus estudiantes. Les falta formación, autonomía, trabajo en equipo, lectura y pensamiento crítico. Es especialmente triste para mí decirlo, pero los docentes que están saliendo de las facultades de educación, presentan los niveles más bajos en lectura crítica y razonamiento numérico, entre todos los egresados de la educación superior. Es una triste realidad que tendremos que enfrentar de manera creativa y autocrítica, si en verdad queremos brindarles a las próximas generaciones la educación que necesitan ellos y la nación, para avanzar en el desarrollo humano.

Solo cuando el país se decida a transformar las Normales y las Facultades de educación, podremos pensar en mejorar la calidad de la educación. Esta meta no fue incluida en el Plan de Desarrollo del actual gobierno. Por tanto, es poco lo que podemos esperar al respecto durante los próximos tres años. La Fundación Compartir ya propuso priorizar la formación. Esa una propuesta muy pertinente, pero permanece engavetada. Aun así, se quedó corta en algo esencial: el país necesita fortalecer la formación in situ, necesita garantizar que haya reuniones de docentes semanales que cuenten con equipos de calidad de las secretarías para que las apoyen. De lo contrario, nunca cambiaremos el currículo fragmentado que hoy domina la educación, nunca superaremos un modelo pedagógico centrado en la trasmisión de informaciones y nunca consolidaremos en los docentes las competencias que ellos tendrán que desarrollar en sus estudiantes.

Maestras como Adriana González están llevando a pensar a jóvenes que la ciencia si debe ser cosa de mujeres. Maestras como Esmeralda Ortiz están recuperando la historia ancestral de la población afrodescendiente en Jumbo. Maestros como Adilson Barahona está generando preguntas científicas y tecnológicas altamente permitentes a jóvenes de la población de Sandoná en Nariño. Todos ellos deberían ser un referente para la formación de futuros docentes en Colombia. Debería el MEN retirarlos de sus aulas y convertirlos en maestros de docentes. Al fin y al cabo, nada mejor que ser formado por un maestro excepcional. Si lo hacemos, multiplicaremos por todo el país, la pasión, el compromiso, la lectura y el pensamiento crítico, que a ellos les sobra.

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