OPINIÓN

Cuando no es Colombia, es Venezuela

Si bien es cierto que la situación en la frontera con Venezuela es bastante compleja para los jóvenes, su capacidad de resiliencia y deseo por participar en la toma de decisiones, representan precisamente la construcción de una esperanza para la región. Sin embargo, para este propósito, es necesario menos diagnósticos y más acción, menos promesas con intentos fallidos y más confianza en sus líderes.

Alejandro Cheyne, Alejandro Cheyne
4 de octubre de 2019

La última semana de septiembre estuvimos en la Ruta País UR (jornadas que realiza la Universidad del Rosario en diferentes regiones de Colombia), que esta vez se desarrolló en Cúcuta. Tuvimos la oportunidad, además, de visitar la frontera entre Colombia y Venezuela, un reflejo de la situación económica, social y política que se vive en este territorio. Sin duda, los jóvenes cucuteños agradecen toda la atención del gobierno colombiano durante los últimos meses, así como las estrategias de política pública para buscar soluciones definitivas. Sin embargo, en su vida cotidiana, se ven obligados a enfrentar desafíos complejos, muchas veces sin la esperanza de un feliz término.

Durante la jornada, la expresión de uno de los jóvenes me dejó atónito: “Cuando no es Colombia, es Venezuela”, decía, refiriéndose a las problemáticas que se viven en los dos países. Por un lado, la escasez de alimentos, la imposibilidad de conseguir medicamentos y un olvido notorio por parte del Estado; por el otro, la violencia ocasionada por grupos armados y una creciente crisis migratoria que genera desempleo y problemas en el sistema de salud. Esta migración, de ninguna manera era previsible en su magnitud, pues según cifras de Migración Colombia (2019), más de 1,4 millones de ciudadanos venezolanos se han radicado en nuestro país, superando la población de Barranquilla, la cuarta ciudad más grande de Colombia.

Ni trabajo ni salud

El desempleo en Cúcuta (16,5 % en el trimestre junio-agosto de 2019, según el Dane) y en Norte de Santander (16,2% en el trimestre mayo-julio de 2019, de acuerdo con el Ministerio de Trabajo), refleja la imposibilidad de adquirir un empleo que garantice ingresos estables y un trabajo decente. Como lo menciona la Organización Internacional del Trabajo (OIT), un empleo decente debe cumplir con criterios básicos: ingreso justo, protección social, seguridad en el trabajo y, muy especialmente, la generación de condiciones necesarias para la optimización de los talentos en todas las dimensiones, en este caso, para los jóvenes.

Adicionalmente, de acuerdo con cifras del Dane, la informalidad en Cúcuta supera el 70%. Lo anterior confirma, una vez más, la estrecha relación entre informalidad y las regiones en donde existe alta migración, como es el caso del departamento de Norte de Santander. 

La preocupación debido a la migración alarmante en la frontera durante los últimos años, también se debe al sistema de salud. El Plan de Respuesta del Sector Salud al Fenómeno Migratorio, afirma que en el 2017 las personas provenientes de Venezuela fueron atendidas en su mayoría en Norte de Santander (35,8%). Tanto el número creciente de personas, como la atención de enfermedades que ya se consideraban erradicadas en Colombia (como el sarampión) o el aumento de casos de VIH – sida, llevan a pensar que el sistema de salud del departamento podría colapsar.

Migración y violencia

La migración pendular, que componen los ciudadanos residentes en zona de frontera que se mueven habitualmente entre los dos países, es 30 mil entradas diarias con el uso de la Tarjeta de Movilidad Fronteriza (según cifras de Migración Colombia, 2018). Esta cifra es un buen testimonio de cómo los jóvenes cruzan permanentemente la frontera como parte de su vida cotidiana.

A pesar de que la frontera debería ser vista como una ventaja comparativa para todos, y por tanto un espacio de oportunidades, esta se convirtió en un territorio hostil en donde las personas deben soportar, en algunas ocasiones, maltratos de las autoridades venezolanas. Asimismo, en los pasos irregulares, se encuentran con toda clase de abusos por parte de bandas criminales, presentándose desapariciones y asesinatos cada vez de manera más frecuente.

La presencia de grupos criminales en la frontera se convirtió en una constante. El narcotráfico, el negocio del paso de migrantes, el tráfico de armas, las disputas por los territorios, el contrabando, las masacres y extorsiones, entre muchos otros flagelos, representan una amenaza permanente. De acuerdo con el estudio Forensis de Medicina Legal, en el 2018 Norte de Santander fue uno de los departamentos con mayor tasa de homicidios (39,17). Además, en el 2019, se han registrado más de 160 homicidios en Cúcuta, siendo la quinta ciudad capital con más asesinatos en lo que va del año.

Pero, tal vez la principal maldición para los jóvenes del departamento es el intento de los grupos al margen de la ley por seducirlos para que sean parte activa de la espiral de violencia. Estos se presentan como una “fuente de empleo” para obtener ingresos en medio de la crisis económica, lo cual podría convertirlos no solo en víctimas, sino en victimarios.

Si bien es cierto que la situación en la frontera con Venezuela es bastante compleja para los jóvenes, su capacidad de resiliencia y deseo por participar en la toma de decisiones, representan precisamente la construcción de una esperanza para la región. Sin embargo, para este propósito, es necesario menos diagnósticos y más acción, menos promesas con intentos fallidos y más confianza en sus líderes. 

Ahora bien, lo más importante es que requieren de un mayor acompañamiento, ayuda en el manejo de sus emociones, estrategias de fortalecimiento de su salud mental, mayor financiación para el acceso a la educación y, por supuesto, de un mayor número de oportunidades laborales y de emprendimiento, para que puedan así cumplir el sueño de quedarse en su región y contribuir en una agenda de fortalecimiento del bienestar.

Rector de la Universidad del Rosario*

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