OPINIÓN
Cubrir el animalismo
Los medios deberían cubrir el animalismo con más distancia y objetividad.
Una reconocida concejal animalista agradece en Instagram a los periodistas por ser, según ella, sus aliados en “la defensa de los animales”. Medios nacionales y globales muy respetados destacan en primer plano noticias sobre perritos que ladran, gatitos que maúllan o parroquianos que alimentan con salchichas legiones de mapaches. Un reportero del medio día explica emocionado cómo un ciudadano se hizo “amigo” de un gallinazo al que alimenta, como si los ejemplares silvestres fueran mascotas.
Las salas de redacción apuran notas sobre un cazador que fue devorado por leones durante un safari. Las redes sociales se quejan de las corridas de toros, pero aplauden en tiempo real esta nueva versión del circo romano.
Un esperanzador proyecto de uso sostenible de piel de caimán aguja por parte de comunidades del Caribe colombiano, reconocido internacionalmente, recibió en redes intensas presiones para ser cancelado, que fueron amplificadas por varios medios y periodistas reconocidos.
Las redes explotan con denuncias sobre maltrato animal sin mucho contexto, pero eso sí, con nombre propio. Con frecuencia, son recogidas en titulares que apelan al sensacionalismo. Sin respeto por la presunción de inocencia ni el debido proceso, dan lugar a linchamientos mediáticos que pueden terminar en escraches físicos contra los acusados.
Políticos tradicionales se lavan la cara por lo que han hecho ellos, sus partidos y sus familias al erario, con fotos de mascotas adoptadas, sesiones de yoga y jornadas de esterilización que registran muy bien en la prensa. Los paneles de opinión sobre especies invasoras invitan, “por equilibrio”, a discutir con biólogos y ecólogos a políticos animalistas. Estos últimos aprovechan para promover sus proyectos de ley y así ganan nuevos electores sin pagar un centavo por publicidad. Están en campaña permanente.
Ciertas propuestas de políticos animalistas son reproducidas, muchas veces, sin consultar otras voces, o preguntar, por ejemplo, si está bien que un concejal pago por un Distrito promueva en el Congreso leyes para gallinas, o si es de su competencia lo que pase en el Magdalena Medio con los hipopótamos de Escobar.
Al parecer, esto se ha agudizado en la era digital y se ha apoderado del cubrimiento de todo aquello que tenga que ver con animales: entre más tierno, polémico o divertido, mejor. Mientras tanto, las plantas, los hongos o la botánica, tan importantes para el futuro del planeta, son invisibles en el debate público, porque toda la atención se la llevan los animales más carismáticos, especialmente las mascotas. Estas últimas, por cierto, tienen enormes impactos ambientales.
Las consecuencias están a la orden del día: autoridades ambientales que no hacen su trabajo con las especies invasoras por miedo a una opinión pública desinformada; ecólogos amenazados por sugerir medidas de control; estigmatización del mundo rural y sus medios de vida; distorsiones absurdas en la política criminal; funcionarios de áreas protegidas intimidados por no rescatar animales que por pura ecología de poblaciones mueren naturalmente; leyes de protección animal aprobadas sin mayor discusión, anti técnicas y contrarias a la Constitución.
El animalismo es un factor de poder muy influyente y con apetito de votos que llegó para quedarse. Debería ser cubierto como tal: con vocación de objetividad, veracidad, independencia, contrastando fuentes, proporcionando contexto, y, sobre todo, con una sana distancia. La buena noticia es que hay medios y periodistas que lo siguen haciendo así. Pero a veces da la impresión de que son minoría.