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Opinión

Cumplir lo prometido

El mundo cambió cuando la palabra dejó de tener valor.

David René Moreno Moreno
30 de enero de 2025

La dialéctica de los ‘progres’ introdujo para la pasada campaña electoral varios temas anzuelo, buscando ganar adeptos entre los ingenuos y los ilusos, promesas de campaña que no tendrán solución con este gobierno incompetente; los principales aspectos se relacionan con la paz total, con el cambio y con el combate a la corrupción, temas que no muestran el menor progreso, sino más bien, cada día se observa con preocupación cómo el mal avanza sin cuartel, como un cáncer terminal.

La famosa paz total, gancho populista empleado para engañar a muchos idealistas, ha sido todo un fiasco; al igual que Santos con la falsa paz acordada con las Farc, hoy comprobamos que en lugar de progresar en la solución del problema de la violencia, de la inseguridad y en la neutralización de sus principales componentes, como el narcotráfico, el país se encuentra enfrentando una guerra entre bandidos que cada día ganan terreno asesinando, produciendo más cocaína y sembrando terror.

El fortalecimiento de los delincuentes gracias al dinero del narcotráfico, de la extorsión, de las vacunas a industriales, comerciantes, ganaderos y agricultores, es impactante, así como el debilitamiento de la Fuerza Pública, emprendido posiblemente como política desde el primer día de este gobierno, descabezando a sus mandos y afectando la moral de las tropas; todo esto sumado a los reducidos presupuestos para mantener, operar y renovar el equipo, así como al temor de una justicia politizada, desemboca en la disminución de las capacidades de las fuerzas legítimas del Estado para combatir las amenazas a la seguridad de los colombianos.

Circula en las redes sociales una entrevista al hoy jefe de gobierno en la que manifestó: “Mi gobierno es para hacer la paz, si no hicimos la paz, que me tumben. Es más, yo mismo renuncio porque no sirvo” (ojalá no sea producto de la IA). Han pasado 30 meses de este gobierno y la paz no ha llegado, por el contrario, se ha incrementado el poder de los bandidos consolidando lo que podría llamarse las ‘repúblicas independientes del Catatumbo y del Cauca’, solo por citar algunas regiones. Como se observa, el jefe de gobierno no cumple lo que manifiesta; sigue engañando a quienes lo escuchan y no le interesa que se destruya el país. Por favor, que las palabras no se las lleve el viento.

El cambio propuesto por la cabeza del Ejecutivo ha sido igualmente una farsa; un ejemplo de ello es el poder de la autocracia con el nombramiento de ‘los dueños de los secretos de campaña’ en cargos de gran responsabilidad, para los cuales seguramente no están preparados, afectando la credibilidad y el desempeño del Gobierno en los escenarios nacionales e internacionales. Es muy fácil comprender que para mantener el secreto de los entuertos y proteger a los personajes frente a las gestiones de las cortes se les ofrezca resguardo legal y disfrutar de la dulce miel del poder.

Se siente dolor de patria al observar el que puede ser considerado como el cuadro de mando del actual gobierno, pues varios de sus inmediatos colaboradores no son el ejemplo o el dechado de virtudes, como decían las abuelas, que deberían ser el ejemplo a seguir por los colombianos. Uno de ellos es el ministro de Cultura, que rechaza a los representantes del Gobierno español por lo que pudieron hacer hace cinco siglos sus antepasados. Más bien que rechace los asesinatos y masacres de las Farc, el ELN, el M-19 y otras bandas criminales que han hecho correr ríos de sangre en el país.

Las personas del común se preguntan si el ministro de Educación, José Daniel Rojas, personaje ampliamente criticado por su lenguaje soez, ofensivo y grosero en las redes sociales, falto de formación y experiencia en el campo académico, puede desempeñar con idoneidad el cargo y si puede llegar a ser un ejemplo a seguir por la juventud. Lo mismo sucede con personajes que reconocen su adicción a las drogas y se desempeñan como asesores directos de la primera magistratura. Qué vergüenza.

Es imposible tapar el sol con las manos cuando se habla de la corrupción que ha sido ampliamente denunciada durante el actual período de gobierno. Lo que más impacta, no solo a los colombianos, sino a la opinión internacional, es la falta de resultados frente a las numerosas acusaciones, especialmente cuando estas se relacionan con personas muy cercanas al Palacio de Nariño. Lamentablemente, la justicia no ha servido como disuasivo frente al delito.

Ojalá no suceda con las elecciones de 2026 lo que pasó en el vecino país, donde ante los ojos del mundo se mantuvo la dictadura en el poder y la comunidad internacional sigue insistiendo en no intervenir en los problemas internos de los estados. ¿Por qué no hay interés de la comunidad internacional para defender la democracia donde está ha sido violentada? Esto nos puede suceder en Colombia si no abrimos los ojos y si no nos unimos bajo un solo propósito de mantener las libertades y fortalecer nuestra democracia.

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