OPINIÓN
El avión
Nadie se explicaba –y hoy sigue sin explicarse– cuál valioso servicio podía prestar el joven abogado para que los licitantes Nule le pagaran 800.000 dólares por una asesoría.
Colombia tiene abogados muy destacados y exitosos. Algunos de ellos perciben abultados honorarios por su trabajo. Asesoran multinacionales o interponen millonarias demandas sobre las cuales cobran importantes porcentajes. Muchos de esos abogados son ricos por cuenta de su trabajo, pero solo conozco un abogado colombiano con jet privado.
Se trata de Abelardo de la Espriella Otero. Un penalista que saltó a la palestra en el año 2006, en esta misma columna, cuando los proponentes de la licitación para la ampliación del aeropuerto El Dorado tuvieron que revelar las firmas de abogados que los asesoraban y los honorarios que les pagaban.
En esa licitación, al lado de los bufetes jurídicos más prestigiosos de Colombia, apareció una desconocida firma llamada Lawyers Enterprise, que el año anterior había tenido una utilidad apenas superior a un millón de pesos. Las sorpresas no pararon ahí, la pequeña Lawyers estaba cobrando los honorarios más altos de la licitación. Su generoso cliente era el consorcio ASA Internacional, del que hacían parte los Nule.
El dueño de la firma resultó ser Abelardo de la Espriella, de 28 años de edad. El doctor De la Espriella no era conocido, en ese tiempo, por sus logros jurídicos. Su escasa fama estaba ligada al proceso de paz con los paramilitares y a una fundación que pedía prohibir la extradición y que el Estado le reconociera el mismo estatus a todos los actores armados. Ustedes pueden leer la columna que relata estos hechos en Semana.com. (Lea la columna aquí)
Nadie se explicaba -y hoy sigue sin explicarse- cuál valioso servicio podía prestar el joven abogado para que los licitantes Nule le pagaran 800.000 dólares por una asesoría.
Poco tiempo después Abelardo de la Espriella saltaría a la fama por su inteligencia y habilidad -innegables-, pero sobre todo por su manera de buscar reconocimiento en los medios de comunicación y también en las redes sociales.
En esas redes el abogado viene publicando fotos suyas y de su jet. Una de ellas lo retrata posando con distraída mirada al horizonte, en el ángulo perfecto para que se vean las turbinas, mientras él baja la escalerilla con un maletín Louis Vuitton en la mano.
Otra tomada en el interior de la aeronave lo deja ver con la mano derecha en el ala del sombrero y con un vaso en la otra mano que sube un poquito, apenas lo suficiente para que se levante la manga de su camisa y deje ver su reloj de oro. Un Audemars Piguet Royal Oaks Offshore (de verdad, se llama así) cuyo precio supera los 84.000 dólares, según catálogo. Algo así como 250 millones de pesos para adornarse la muñeca.
El avión es un jet Dassault-Breguet Falcon 50 de tres turbinas. Tiene la matrícula estadounidense N963JN y está registrado a nombre de una compañía llamada Delaware Trust Co Trustee, en el estado del mismo nombre que opera con características de paraíso fiscal dentro de Estados Unidos.
Cuando le pregunté al doctor De la Espriella, hace unas semanas, de quién era el avión me respondió “De un amigo socio y mío”. No me reveló la identidad de su socio, ni me contó cuánto costaba su jet: “No tengo que dar explicación sobre esas cosas”.
Los récords públicos muestran que el jet además de sus destinos favoritos de Bogotá, Barranquilla y el sur de la Florida, ha volado a Caracas, Venezuela; a Bonaire, en las Antillas Holandesas; y a los paraísos fiscales de Nassau, en las Bahamas, y George Town, en Grand Cayman.
En la conversación, el doctor De la Espriella también me contó que recientemente había estado en Cuba, pero no había volado en su jet sino en el de un amigo, cuya identidad tampoco podía revelar.
Me aseguró que se trató de una visita exclusivamente turística de apenas un día y que no se reunió allá con nadie de interés. Tampoco me podía contar quiénes lo acompañaron en su viaje relámpago a la isla donde nació el castrochavismo que él tanto desprecia.
Como sea, la vida de billonario que se da el doctor Abelardo de la Espriella, parece ser más interesante que la que lleva en los estrados colombianos. O quizás no.