OPINIÓN
Néstor H: el fiscal que perseguirá a Santos
Arrinconado por los resultados de 2018 Santos aún no sabe si lanzarse a la alcadía de Anapoima o si huir del país, como sus amigos.
Es 2018 y el doctor Vargas Lleras ha tomado posesión de la Presidencia de la República, tras ganar las elecciones. Su fórmula electoral, Alejandro Ordóñez, fue determinante para consolidar una opción de mano firme, al menos de mano completa, una vez el resultado del plebiscito fue adverso al gobierno de Juan Manuel Santos.
De falange franquista, el doctor Ordóñez ofrecía justamente eso que le faltaba al candidato. Literalmente. Apoyada por el uribismo, la fórmula venció con facilidad a la de Sergio Fajardo y Humberto de la Calle, quien hoy padece el exilio en el apartamento canadiense de Luis Carlos Restrepo, con el cual intercambió domicilios.
Nadie imaginaba que una particular mezcla de circunstancias conduciría a la desaprobación en urnas de los acuerdos con las Farc. Ahora resulta fácil explicar que la efectiva capacidad de difamación de Álvaro Uribe, sumada a detalles menores, pero no menos determinantes, como el retraso de los tamales del senador Ñoño Elías, el silencio de doña Mechas y el apoyo inmóvil de los amigos del Sí, que proliferó en redes sociales, pero no en las urnas, determinaron unas elecciones que anularon de modo increíble el proceso de paz mejor logrado en la historia de Colombia.
Y aunque semejante resultado pareció menos insólito después del referendo separatista de Reino Unido, sucedido por aquel entonces, para el país civilista aquel revés resultó tan súbito como letal.
Desde el primer momento, el gobierno Vargas mostró su compromiso con la ejecución al obligar a los ministros a asistir con cascos a los consejos, asunto que el mandatario también hace, acompañado de Elsa Noguera, su secretaria privada, la única capaz de hablar al oído del presidente, no solo por su cercanía, sino porque este la suele cargar sobre su hombro, a manera de loro.
Con el nuevo gobierno, vino también una burocracia de alto nivel semejante a la de la administración anterior. Fuad Char fue nombrado superministro de Contratación Estatal; Mauricio Vargas, alto consejero de Imagen y vocero oficial, dignidad que disputó a muerte con Juan Lozano, quien finalmente aceptó a regañadientes el Superministerio para Asuntos Nasales y Paranasales. María Eugenia Carreño, por su parte, fue nombrada zarina para la Oración Diaria, cargo creado para satisfacer los intereses del vicepresidente Ordóñez.
El ministro del Gobierno, Carlos Fernando Galán, dio bienvenida pública a los nuevos miembros de la coalición de gobierno, encabezada por Armando Benedetti, nuevo mejor amigo del presidente; Roy Barreras, quien destacó ante la prensa su origen vargasllerista, y el propio Ñoño Elías, quien puso a disposición de su nuevo jefe una producción de tamales frescos para futuras elecciones.
La vehemencia presidencial se hizo evidente desde el primer día de gobierno, cuando el presidente se tranzó en un cruce de palabras gruesas con el primer mandatario venezolano Diosdado Cabello, quien amenazó con cerrar, o abrir, según el estado en que estuviera, la frontera con Colombia.
El ministro de Defensa, Álvaro Uribe (quien entró al gobierno porque, según dijo, él también cree en la importancia de ejecutar, y cuya primera medida fue abogar por una reforma tributaria para enfrentar la guerra urbana con las Farc) ordenó el envío de su pelotón de confianza, es decir, Francisco Santos, a la zona limítrofe. Por fortuna, el canciller, y a la vez superintendente de Vigilancia, Rodrigo Lara, calmó las aguas al plantarse como boxeador ante el presidente venezolano y mover las paletas de la espalda, como si le fuera a lanzar un golpe. Eso permitió que los presentes estallaran de risa y el ambiente se calmara.
A los medios amigos del gobierno no sorprendió el nombramiento de Luis Carlos Sarmiento como superintendente bancario, ni de Kiko Gómez como alto consejero para La Guajira, ni de Oneida Pinto como directora del ICBF, ni de Mauricio Lizcano como zar anticorrupción.
Pero nadie imaginaba que, desde el cambio de gobierno, Néstor Humberto Martínez perseguiría con tanta ferocidad a las huestes santistas, cuando fue justamente el santismo el que montó una gran obra de teatro para que pudiera ser ungido como fiscal: lo incluyó en un listado de 155 personas que creyeron en una supuesta convocatoria de méritos, y posteriormente en la terna de la que, tras tandas de disimulo, resultó elegido: el doctor Néstor Humberto tenía tantas incompatibilidades éticas para ser elegido fiscal, que en Colombia no podía suceder nada distinto a que, efectivamente, fuera elegido fiscal.
Arrinconado por las circunstancias, Juan Manuel Santos aún no sabe si lanzarse a la Alcaldía de Anapoima para fundar desde esa plataforma una resistencia contra el gobierno, o si huir del país, como lo han hecho sus amigos.
Salvo María Lorena Gutiérrez, actual gerente de la fábrica de almendras Ítalo, el sanedrín del santismo se halla exiliado: María Ángela Holguín, en Cuba; Gina Parody, en Miami, marica; todos los exministros de Ambiente, en la luna, como siempre, y Luis Carlos Villegas, en Venezuela. “Imposible que allá no baje de peso”, dijo llorando, mientras Juan Lozano le enviaba uno de los pañuelos asignados a su cargo, como gesto humanitario.