OPINIÓN

Formas de reducir a Petro

Con este Che Guevara zipaquireño ganaríamos un mandatario diferente, que hablaría ya no de la “ciudat”, sino de la “nacionalidat”

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
3 de junio de 2017

Me di cuenta del hecho político de la semana mientras estaba felizmente enfundado en la cama, aferrado a mi cobijita especial, y veía el noticiero: allí, en una de sus notas, informaban que Sergio Fajardo había invitado a un ajiaco en su casa a Claudia López, Navarro Wolff y Jorge Robledo –y a un señor que nadie reconocía, que al parecer era otro líder muy importante, o quizás un vecino– para plantear una alianza de cara a las próximas elecciones.
La misma nota informaba de la reacción de Gustavo Petro, quien, triste y excluido, se quejó con un trino inolvidable:


La noticia me impactó por múltiples razones. La primera, porque servir ajiaco de noche es inhumano. Así es imposible adelgazar. Es la misma dieta del ministro de Defensa. La segunda, porque –qué paradoja- el “Seguimos” de Petro parecía inspirarse en el que dijo Fajardo ante los platos humeantes:

– Seguimos. O se nos enfría.

Pero, sobre todo, porque gracias al puchero del ahora sexto mejor líder excluido del mundo, comprendí que yo también he estado reduciéndolo:
– Tiene razón Gustavo –le comenté a mi mujer-: no hemos hecho otra cosa que reducir a Petro…

– ¿De qué hablas? –me respondió, molesta, mientras intentaba oír las noticias.

– De que somos unos fascistas de la ultraderecha.

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Releía el trino de Petro y, como la justicia lo hará con él, la culpa me embargaba: ¿de manera que durante todo este tiempo he estado reduciendo a Petro sin siquiera saberlo?, me recriminaba: sacar a mis hijas a la ruta, jugar solitario, dar un paseo a los perros sin la compañía del líder progresista: ¿eran todas maneras de reducirlo, de permitir que Colombia siga con “la mismo de los mismo”?

Comprendí, entonces, que vivir sin Petro ha sido mi forma de ningunearlo: de sumarme a la persecución a este líder genial, disruptivo y brillante, al que las fuerzas políticas sin excepción procuran dejar al margen para preservar el statu quo y hacer que el país sea “la mismo de los mismo”.

He tenido diferencias  con  el exalcalde, no digo que no: desconfío de su pendenciero carácter de caudillo, opuesto pero idéntico al de Uribe, y de la forma en que cree, como el Señor del Ubérrimo, que todo orbita en torno suyo.

Pero esta semana comprendí la gran conspiración de que es víctima, pobre: ahora se lo saltan, incluso, los políticos alternativos, temerosos de un gobierno petrista que refunde la patria a su manera: ya no con terratenientes sospechosos, como Uribe,  sino con amigos del Mustang suelto y del tinto en vasito de icopor, con los cuales empuje desde abajo un Cambio Radical, si se me permite la expresión: un gobierno transformador, una Colombia Humana que reinvente de ceros la administración pública, en la cual el Ministerio de Defensa recoja la basura, se nacionalicen ya no digamos la industria, sino aún las embajadas de los países extranjeros, y la gente hable de sí misma en tercera persona, de manera feliz.

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Para algunos sería embarcarse en una aventura similar a la de Chávez; y yo mismo visualizo las transmisiones en los canales nacionales con don Gus tirando línea en sudadera todos los sábados, mientras incuba a Hollman Morris, ministro de Propaganda, como si fuera su Maduro.

Pero a lo mejor con este Che Guevara zipaquireño ganaríamos un mandatario diferente, que hablaría ya no de la “ciudat”, sino de la “nacionalidat”, y que impediría que Colombia sea “la mismo de los mismo”.

Petro nos produce miedo, reflexionaba, pero a Jesucristo tampoco lo comprendían en su momento: y eso que Jesucristo no gritaba desde un balcón, megáfono en mano, que “de los pobres es el reino de los cielos” mientras estrenaba unos zapatos Ferragamo de 2 millones de pesos, y María Magdalena posaba al lado suyo con carteras Louis Vuitton.

Pero, así como Jesucristo cambió la historia de la humanidad, Petro podría cambiar la historia de Colombia (y quizás de la misma humanidad: instauraría la Humanidad Humana), y en su gobierno el país brillaría de otra manera.

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– Qué torpes hemos sido –le comenté a mi mujer-: por no invitar a Petro, estamos haciéndole el juego a la derecha.

– ¿Perdón?

– Sí -le insití-: deberíamos estar con él en este momento: no hacerle el feo, como las mafias de los políticos independientes, tipo Claudia López. 
– Pero si estamos en la cama, a punto de dormirnos.

– ¿Y? Gustavo estaría arrunchado acá mismo, sin sentirse excluido, mirando con nosotros el noticiero de “Yamit Amad” (porque quien cambia una D por una T, también cambia una T por una D: y Petro no le teme al cambio).

– Gracias, pero a nuestra cama no entra nadie –dijo lacónica-: ni Claudia López.

– Está bien -concedí-: pero al menos llevémoslo este domingo a donde tu mamá.

Se quedó dormida, pero yo me desvelé avergonzado de lo discriminatorios que hemos sido con don Tavo. Ojalá los líderes de la esperanzadora alianza que comienza a abrirse paso reflexionen: llegó el momento de reducir, si no a Petro, al menos la porción de los ajiacos nocturnos; llegó la hora de que, en la próxima comida que convoque, Fajardo cambie el menú y no ofrezca “la mismo de los mismo”. Seguimos.

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