OPINIÓN

Retrato del pez-ñalosa

Son las doce del mediodía cuando el alcalde Peñalosa recibe una llamada de su secretario de ambiente, Francisco Cruz.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
14 de enero de 2017

–Hola, Enrique: para reportarte que estoy en el centro comercial Atlantis…

–¿Y?

–Y vieras la belleza de cosas que hay acá…

–¿Pero ya empezaron los descuentos?

–No. No todavía. Pero te mantendré informado.

–Sí, por favor…

En ese momento, Miguel Uribe, su joven secretario de Gobierno, ingresa al despacho para discutir la forma como cooptarán el apoyo del concejal Venus Albeiro Silva, quien, como lo mostró Noticias Uno, suele ausentarse de las plenarias con el pretexto de que le deben practicar colonoscopias, aparentemente por ingerir el mismo sabajón que envía de regalo a los periodistas en cada Navidad.

–Alcalde, maic, si no contamos con ese apoyo, no nos aprueban el metro ligero.

–¿Te refieres a que no nos lo aprueban rápido?

–No, a que nos aprueben un metro aéreo, que no sea ñero…

–¿Eh?

–Un subway light, mejor dicho.

–¡Ah, OK!

–¿O lo hacemos subterráneo?

–¡No: quedaría rastrero, como Petro!

En ese momento, el celular del alcalde timbra de nuevo.

–¿Aló?

–Otra vez con Pacho Cruz: para informarle que todavía no hay descuentos, pero un ambientalista está armando un escándalo tremendo porque hay un acuario gigante con unos peces divinos…

–Mmmm: no me gusta nada –duda el alcalde–: averigüe si es de Petro.

El alcalde procura reiniciar su reunión, pero a los pocos minutos el teléfono timbra de nuevo.

–Alcalde: ¡encontraron peces león, cardenales! ¡El acuario parece un partido de Santa Fe!

–¿Y están en descuento?


–No, pero debemos protegerlos, y de paso sacarlos de acá, porque me dicen son como plagas…

–¿Venden Herbalife, acaso?

–¡Peor! ¡Acaban con todo, como el petrismo! ¡La directora de Silvicultura me lo advirtió!

–¿Silvicultura?

–Sí, una Secretaría creada por la Administración anterior para analizar las letras de Silvio Rodríguez…
–Malditos mamertos…

–…Ella dice que estos peces acaban nuestro hábitat: el agua del acuario puede afectar las heces y los químicos de nuestros ríos…

–¿Me está diciendo usted que pueden contaminar el río Bogotá, matar a nuestros venados?

–Sí, alcalde: o atacar a los vendedores ambulantes de la Caracas…

–Dios mío –exclama el alcalde–: ¡llame a Daniel Mejía y que los detenga! ¡Y también a los peces!

Un escuadrón de agentes ambientales, entrenados por el Esmad, irrumpe en Atlantis y confina las especies en bolsas plásticas. Rodeado de pantallas y asesores, el alcalde sigue el operativo en la sala de crisis, en un ambiente semejante al de la cacería a Bin Laden.

–Alcalde, ¡los tenemos! –informa, tras una hora, el comandante.

Los asesores revientan en júbilo y se felicitan abrazándose. El alcalde continúa recibiendo el informe.

–… Pero se escapó un tiburón bambú, imagino que de madera –le informa–: al parecer lo contrató el Junior; ¿qué hacemos con los demás?
El alcalde frunce el ceño y pide silencio a sus asesores con la mano.

–¿Cómo así que qué hacemos con los peces? ¡¿Y yo qué voy a saber?!

El alcalde, entonces, sopesa con su equipo las posibilidades, ávido por demostrar que la improvisación no es recurso exclusivo de su archirrival político.

–¿Y si los regalamos a Santa Marta? –se atreve su secretaria privada–. Hay un acuario que los recibe…

–No regales un pescado, dice la Biblia –responde, suficiente, el alcalde.

Las bolsas plásticas comienzan a desbordarse, al igual que la crisis. En un rapto de iluminación, el alcalde recuerda que en el gabinete de su antecesor abundaban los animales exóticos, y procura imitarlo:

–¿Qué especies encontraron? –pregunta con autoridad
.

–Pues hay un pez payaso…

–Podría ingresar a la Secretaría de Gobierno –piensa en voz alta el alcalde…

–O promover un restaurante de corrientazos –mete la cucharada el pequeño Miguel, temeroso de ser reemplazado.

–También hay un camarón limpiador –informa un asesor.

–¡Asígnenlo en la Uaesp, ueón!

–Y un pez cirujano.

–Nómbrenlo en el San Juan de Dios, aunque esté quebrado: ¿no hay una rémora, como Hollman Morris? ¿Un delfín, para reemplazar a Carlos Fernando?
–Alcalde: pero usted mismo ordenó congelar las contrataciones…

–Ah, OK: es cierto.

El silencio reina de nuevo en el despacho. El alcalde se pasea con la mano en la barbilla.

–¿Y si los enviamos a una reserva natural? –arriesga un asesor.

–Pues sería a la Van der Hammen –interviene el secretario de Ambiente.

–¡Eso es! –exclama el alcalde–: ¡que crezcan allá, felices, corriendo entre potreros y pilotes!

–Sería inhumano –interviene, tímida, la secretaria de Integración.

–¡Pero si es una reserva natural! Es para vacas, para peces… ¡para obras! ¿No hay un pez constructor?

–Alcalde –susurra el secretario de Obras–: no podrían vivir entre las avenidas que haremos en la reserva; es mejor inducirlos al suicidio, o dormirlos.
–Entonces duérmanlos –le ordena, autoritario.

–Pero ¿con qué? –pregunta el secretario de Salud.

–Con el sabajón de Venus Albeiro –clama el alcalde–: así, de paso, no se vuelve a ausentar en las plenarias.

La reunión se levanta. El alcalde sonríe, satisfecho de haber salvado unos peces para matarlos, y de superar, una vez más, una crisis de gobierno. n

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