OPINIÓN

Los premios Óscar de Odebrecht

Petro en Ferragamo de 4 millones de pesos. ¿La coherencia no comienza por los zapatos? es como si Gaviria tuviera unas botas machita.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
25 de febrero de 2017

Desde que soy papá, ir a cine es un gustico que raras veces me puedo dar. Y cuando hablo de “gustico” no me refiero a esos asuntos inmorales que, por recomendación de su honorable progenitor, los hijos de Uribe aplazaron hasta convertirse en ese par de buenos muchachos que ahora son; no, nada de eso. 

Me refiero a que, a estas alturas de mi vida, ir a cine, y mirar en calma una película adulta, carente de monitos animados o de coreografías infantiles, que me saque de la realidad nacional, es un placer al que rara vez tengo acceso. No soy como otras personas que sí se dan sus lujos, como, por decir algo, el exalcalde Petro: un líder de la izquierda radical que monta en bicicleta enfundado en unos zapatos marca Ferragamo de 4 millones de pesos, según circuló foto en las redes sociales: ¿no es aquel un placer inconsistente? ¿La coherencia no comienza por los zapatos? Es como si Gaviria tuviera unas botas Machita. Hasta Peñalosa, el alcalde sexi que confunde la definición de metro subterráneo con la de Congreso y uretra (“es un nido de ratas”, dijo, “es un túnel que huele a orines”), usa unos zapatos sencillos, a pesar de que lo está haciendo todo con los pies. Mal que bien, Uribe usa Crocs, que son deslenguados, como él; Marta Lucía Ramírez, Converse, en español, que es lo más hace; Paloma Valencia, zapatos sin velcro, es decir, de atar, como ella. En esa medida, uno esperaba que Petro tuviera botas Hevea de gamuza, distintivo inequívoco del ser de izquierdas. Pero ya ven que no: ya ven que tira Ferragamo, en un derroche de lujo únicamente comparable a lo que significa para mí escaparme con mi mujer a cine, como solía hacerlo cuando era dueño de mis domingos y ni siquiera sabía que existía Violetta.

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Tengo poco chance de ver cine para grandes. El monopolio general de mi vida lo tienen mis hijas: ellas son las Vargas Lleras de la relación. Si reviro, vuelan coscorrones y sopapos por todas partes. Mi sentido de autoridad parece heredado de Mockus. Una vez me disfracé de zanahoria para que se durmieran. Les coreaba El sueño es sagrado. Todavía están despiertas. En fin.

Como papá, estoy que tiro la toalla: que saco el culo, para seguir con la analogía –con perdón– mockusiana. Como una forma de remanso, por eso, desde hace un mes planeamos extraditar a mis hijas a donde mi querida y paciente suegra, y volarnos a ver una película, al menos una, de las que aspiran al Óscar. 

Mi objetivo era desconectarme de la realidad nacional: que el cine sirviera como la abstracción que es, una puerta de escape para no saber nada de política: nada de Uribe, nada de Santos, nada, ¡ay!, de Odebrecht, al menos por dos horas.

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Pero digo la verdad: elegir la película, sin que rebotara de alguna manera en la dolorosa realidad nacional, parecía una ‘Misión imposible’.

– ¿Vamos a Talentos ocultos? -sugirió mi mujer.

– No –le rogué– me recuerda a Daniel García en la época en que trabajaba con Uribe…

– ¿Qué tal esta, entonces: El cliente?

– Menos –me quejé-: así trata Néstor Humberto a los que ahora tiene que investigar: trabajó con todos.

– ¡Mira!: -exclamó entonces mi mujer-: esta es de las favoritas: ¡La La Land, un musical!

– Cómo se te ocurre –renegué-: parece que se llamara Land pero la hubiera bautizado Santos en un momento de nerviosismo: además, ¿cómo vamos a ir a un musical para olvidar el escándalo de Odebrecht, en el que justamente falta mucha gente por cantar?

Sugestionado, como vivo, los títulos no me ayudaban a escapar de la realidad, sino a recordarla: no vimos La llegada porque la asociaba con la película de mi excolega Alejandra Omaña, la periodista que se convirtió en actriz porno: no la juzgo, los periodistas necesitamos reinventarnos. La crisis nos lleva a tomar medidas desesperadas. Yo mismo me convertí en youtuber. Poncho Rentería promueve en volantes apartamentos de Chapinero. ¡Hasta Mauricio Vargas ya funge de jefe de prensa de Vargas Lleras, se convirtió en su escolta Ahumada editorial!

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No íbamos, pues, a ver La llegada, pero tampoco Sin nada que perder, que me hacía pensar en la candidatura de Iván Duque; mucho menos Luz de luna, porque suponía que de esa forma se podría llamar la esposa del ministro de las TIC; ni Jackie, basada, según mi neurosis, en la vida de mi tía política, la esposa de mi tío Ernesto (que es, a su vez, mi tío político).

–¿Y qué tal Regreso a casa? –indagó ella.

– Antes muerto –le dije-: me recuerda la futura extradición de Andrés Felipe Arias… 

Decidimos descartar las que aspiraban al Óscar, porque las nominaciones me recordaban lo que somos: mejor reparto, Otto Bula; mejor edición, Zuluaga en el video del hacker; mejor maquillaje: los balances oficiales de las campañas presidenciales, que nunca se pasan de los topes. 

– ¿No habrá ninguna nacional? –pregunté. 

– Pues está la nueva de Víctor Gaviria: La mujer del animal.

– ¿Hicieron una película sobre doña Lina?

Al final la convencí de que entráramos a Heidi, cosa que hicimos en secreto: es para niños, es tierna, es bucólica. La gozamos como nunca. Si mis hijas se enteran de que fuimos sin ellas, quedaríamos como un zapato. Ojalá de marca Ferragamo.

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