OPINIÓN

Venezuela traducida a los colombianos

El único que da la talla en una comparación con Chávez es Uribe, el negativo ideológico del Comandante, pero su gemelo en maneras.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
15 de julio de 2017

Pedagógico y constructivo como soy –y modesto y humilde, de paso-, me gusta recurrir al atajo educativo de explicar lo que sucede en el mundo con una traducción elaborada a la medida de los colombianos: explicar, por ejemplo, que el horror de Trump  para los Estados Unidos equivale a que Alejandro Ordóñez gane la Presidencia de la República y haga las mismas demostraciones de intransigencia y brutalidad que su homólogo gringo, como seguro ocurriría: construir un muro en la frontera con Venezuela (y que lo paguen los venezolanos), lanzar la madre de todas las bombas en el corazón de Chapinero, incluso aliarse con la Unión Soviética de María Fernanda Cabal para derrotar en las elecciones a Tutina de Santos, que sería nuestra Hillary.

También serviría comparar a Juan Manuel Santos con algún personaje extranjero (¿Tony Blair?, ¿el Grinch?) igual de vanidoso y de liviano; o a Petro con, no sé, con Pericles, o con el Ché Guevara, pero mentiría porque Petro no es un hombre: es un pueblo. Un pueblo tipo Anolaima, es verdad: pero un pueblo. Inclusive sería útil explicar el caso de Emmanuel Macron imaginando que un político joven tipo Rodrigo Lara, se casa con una profesora mayor que él (¿una Diana Uribe, una Vicky Hernández) y obtiene la Presidencia tras unas elecciones polarizadas en las que se enfrenta a la hija de Ordóñez, la nieta de Enrique Gómez Hurtado o la bisnieta de José Galat: alguna heredera, en fin, de la ultraderecha colombiana a la que consigue derrotar con su donosura de siempre.

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Imaginaba que podría hacer lo mismo con el caso de Venezuela, e intenté un ejercicio de traducción: imaginemos, pensé, el caso venezolano volcado a nuestro país.

Y lo intenté a fondo. Pero fue en vano.

Comencé suponiendo que, en Colombia, el régimen más parecido al de Chávez fue la presidencia de Uribe: no hablo en términos de doctrina, naturalmente, porque en ese caso acudiría a la deschavez-tada Piedad Córdoba, o al menos a Petro, el sexto mejor émulo de Chávez del mundo, pero, como ya se dijo, Petro no es un hombre: es un río. El río Bogotá, quizás, pero un río.

De modo que el único que da la talla en una comparación con Chávez es Uribe, el negativo ideológico del Comandante, pero su gemelo en maneras: ambos comparten el mismo ímpetu mesiánico e idénticos deseo de perpetuarse en el poder para defender los intereses superiores de la patria, los cuales son, básicamente, ser gobernada por ellos.

Bien. La historia diría que Uribe se retira del poder ya no digamos que por una enfermedad mortal, toquemos madera, sino porque pierde del todo la memoria, como le viene sucediendo desde hace meses, como cuando se opuso a la venta de Isagén, pese a que él mismo la intentó vender cuando era Presidente, o como cuando resultó aliándose con Pastrana, de quien antes decía que le había entregado el país a las Farc.

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Uribe se retira, pues, y se va a tomar café con Guerra Tulena en las fincas de Sucre, donde los dos recuerden sus momentos en el poder:

- Oístes, yo fui presidente de Colombia.

- Y yo Gobernador de Córdoba.

- ¿Córdoba? ¿Y eso dónde queda?

- En Colombia.

- ¿Colombia? Yo fui presidente de Colombia: eso era mío.

- Y yo Gobernador de Córdoba.

Y en medio de sus brumas, escoge un émulo –el que diga Uribe- de limitado estrato intelectual. En ese sentido podría ser cualquiera: María Fernanda Cabal, por ejemplo, o Ernesto Macías. Pero esta vez vamos a darle la confianza a Pachito Santos, por justicia poética, porque siempre lo viven blanqueando. Y porque Pachito y Maduro fueron vicepresidentes de sus patrones. (Digamos, para el caso, que su nombramiento desata una pugna dentro del partido, pero que recibe el apoyo decisivo del Diosdado Cabello de ellos, es decir, de José Obdulio, a cambio de que le permita ejercer el poder en la sombra).

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La oposición es una amalgama de dirigentes de diversas tendencias que no consiguen ponerse de acuerdo: Rafael Pardo, Mauricio Cárdenas, Jorge Robledo, Sergio Fajardo. (A Fajardo, incluso, el régimen lo mete preso, y su esposa, doña Lucrecia, lo visita en la Modelo hasta que consigue que le den la casa por cárcel).

Pero, después de perder tiempo en peleas intestinas, se organizan en el propósito central de derrocar al régimen de Pachito, que ya para ese entonces afirma que habla de tú a tú con animales, para desgracia de los animales, y pide multiplicar los penes y los panes, mientras evoca la figura de Uribe para salvar su popularidad, tan caída como su propia capul.

Las protestas, a diferencia de Pachito, maduran en la calle, y el dictador, entre tanto, decide innovar con armas no letales, “como esas pistolas en que les lanzan rayos a los muchachos” y el muchacho convulsiona en la calle, pero no muere.

En este punto de la traducción me varé, para ser franco: Pachito llegaría hasta ahí.  Sería injusto compararlos. La verdad es que Maduro es único en su especie; no tiene parangón.

Por eso, aspiro a que la oposición consiga tumbarlo del poder limpiamente: sin exigir a nadie que lo maten, ni salvaje que fuera, e inspirada únicamente en los principios de igualdad, fraternidad y legalidad que legó al mundo la patria de Rodrigo Lara y señora, Vicky Hernández.

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