OPINIÓN

De monstruos y fantasmas

A lo largo de la historia, monstruos y fantasmas han poblado los relatos de una cultura a otra, tanto en el mundo occidental como en el oriental.

Angélica Raigoso Rubio
14 de julio de 2020

Según el pensador israelí Yuval Noah Harari, la capacidad de construir narrativas acerca de objetos o sucesos inexistentes es una característica clave del proceso evolutivo que diferenció a nuestra especie del resto de sus parientes homínidos hoy desaparecidos. Importante distinción que, entre otras cosas, explica por qué nos encantan los seres fantásticos de toda clase. 

A lo largo de la historia, monstruos y fantasmas han poblado los relatos de una cultura a otra. Así, un texto del año 300 antes de nuestra era definió el carácter de los primeros como desviaciones del orden regular de la naturaleza. Por su parte, las apariciones de seres de ultratumba han estado presentes desde la noche de los tiempos en las leyendas y poblaron luego la literatura mundial.

En el mundo occidental, el encuentro con la biodiversidad y las culturas de otras regiones, como consecuencia de la expansión de las rutas de conquista y comercio de Europa a partir del final de la Edad Media, sin duda contribuyó a afianzar esta fascinación. El surgimiento de la historia natural fue en gran medida el resultado de la catalogación de portentos iniciada con los primeros bestiarios. 

Por esta razón, los textos tempranos acerca de lo que hoy llamamos biodiversidad no hacían una separación tajante entre seres reales e imaginarios y trataban, con el mismo rigor, animales familiares (perros, caballos o palomas), otros recién “descubiertos” (rinocerontes, cocodrilos o hipopótamos) y otros más, provenientes de leyendas (el grifo, la mantícora o el unicornio). 

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El deslinde entre la zoología y la teratología el estudio de los monstruos es relativamente reciente y nunca logró apagar del todo la pasión por los seres sobrenaturales. Aún hay muchos adeptos a la criptozoología, empeñados en demostrar la existencia de criaturas como el yeti, el monstruo del lago Ness o el chupacabras, y, de cuando en cuando, nos los recuerdan en los medios.

Pero a pesar de ese interés latente, apenas si nos percatamos de la existencia de muchos otros seres extraordinarios. Si, como dicen los diccionarios, los monstruos son producciones contra el orden regular de la naturaleza y los fantasmas son criaturas muertas que se aparecen a los vivos causándoles espanto, en estos tiempos de aceleración del Antropoceno nos encontramos en un festival teratológico de acuerdo con los autores de una colección de ensayos publicada hace tres años bajo el título The Arts of Living on a Damaged Planet

La traslocación de especies entre diferentes biomas hace de ellas un ejemplo de monstruos reales. Las especies invasoras son seres irregulares porque son relativamente invulnerables a los depredadores que viven en sus nuevos ambientes y también porque tienen una capacidad desmedida para atacar o suplantar a muchas especies con las que ahora conviven y que carecen de medios de defensa frente a ellas. 

De igual forma, las consecuencias indeseables de la extinción de especies son otro ejemplo de monstruosidad contemporánea. Por ejemplo, la desaparición de un depredador disminuye las tasas de mortalidad de sus presas, quienes al incrementar su población pueden convertirse en herbívoros anómalos que modifican la composición y la estructura de la vegetación, afectando a muchos otros organismos.

La reaparición de enfermedades, a medida que los virus y las bacterias se hacen inmunes a nuestras vacunas y antibióticos, y la aparición de nuevas epidemias, nos enfrentan a un tercer elenco de monstruos. Tal y como empezamos a entender recientemente de manera dolorosa, el desencadenamiento de zoonosis por cuenta de la deforestación y el comercio de fauna silvestre es apenas un atisbo de lo que pudiera suceder en un futuro no muy lejano si el deshielo del permafrost en el Ártico libera nuevos agentes patógenos. 

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Y, finalmente, están los fantasmas. La destrucción y modificación a gran escala de los ecosistemas ha convertido grandes paisajes en colchas de retazos de ecosistemas que hoy son apenas espectros del pasado. Otros, que fueron arrasados por el avance de la civilización, pueden “resucitar” causando grandes desastres, como es el caso de ríos desviados artificialmente o humedales que fueron desecados y recuperan su espacio durante las inundaciones ocasionadas por eventos climáticos extremos.

Así mismo, cada vez es más frecuente la ocurrencia de otro tipo de espectros del pasado. Las plantas, cuyos polinizadores han desaparecido para siempre, son verdaderos muertos vivientes, ya que perdieron el mecanismo que hacía posible su reproducción. Y otro tanto ocurre con árboles que hoy en día carecen de agentes dispersores después de que estos se extinguieron, pues en ocasiones la germinación de sus semillas requiere la intermediación de estos animales.

Es posible que nuestra habilidad para construir ficciones y creer en ellas pueda servirnos para advertir la existencia de los muchos monstruos y fantasmas reales con los que el ingenio humano ha poblado el mundo que hoy habitamos. De ser así, tal vez estaremos mejor preparados para enfrentar dichos engendros y prevenir las pesadillas que pudieran traer consigo.