OpiNión
De Petro y Rodolfo, y de cómo Gaviria peló el cobre
Nos guste o no, el mundo es el que es y en todo el planeta soplan vientos populistas.
Qué fácil resulta hacer campaña proclamando una orgía de mentiras. Uno oye a Petro y queda petrificado por la facilidad con que vende imposibles. Sería un excelente comerciante de frasquitos curativos en ferias campesinas. Miente con aplomo, sin asomo de pudor, con convincente oratoria.
Promete cambiar el tejido económico para crear “empresas de la gente”, y remarca “gente” como si los dueños de cualquier negocito fuesen billonarios chupasangre. Igual que su propuesta de subir aranceles para proteger la producción nacional. Preocupa que alguien de su preparación suelte semejante mamarrachada a sabiendas de que existen pactos que no podrá romper y países que pagarían con la misma moneda a lo “made in Colombia”.
El problema para sus oponentes es que ni pueden competir con la horda de insensateces ni tienen tan claro el discurso.
Fajardo deambula como alma en pena, sin la frescura de antaño, como sabiendo que la suya es una candidatura condenada al fracaso. Podrá ganar en esa singular coalición pegada con babas, pero no llegará a nada. Suena a discurso gastado, repetido al infinito, el de un señor cuyo principal oficio es ser candidato a la hoguera.
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La misma en que quemó su vanidad Alejandro Gaviria. Su ataque a Íngrid en el debate El Tiempo-SEMANA evidenció su inmadurez y su desbordante soberbia. No pudo contenerse y pasó de la discusión política a los dardos personales.
Debe ser muy duro para él, que creía que le llevarían a Casa Nariño bajo palio –idéntico error al de su amigo De la Calle hace cuatro años–, para comprobar que solo compite con los bajos índices de Fajardo. Que necesita el empujón de Gaviria, de Cambio Radical o de quien le aúpe a la cabeza de su grupo. Pero en realidad, y dudo que se atrevan a decírselo, camina desnudo.
Si Íngrid, que es dura de fondo e impecable en las formas, le saca de quicio, qué haría ante una de las mil crisis diarias que confronta un presidente en esta Colombia cargada de problemas crónicos. Las alabanzas de los “opinadores” cachacos y el papel periódico no maduran a nadie a las carreras. Sigue biche y, pese a los seis años de Gobierno santista, le quedó gigante el reto.
Y se equivoca si cree que le servirán las mañas que le aprendió a Santos, en especial los capítulos “Traiciona y vencerás” y “Todo vale”. Incluso si ganara con ellas en marzo, sería una victoria pírrica porque esa coalición hace aguas por todas partes. Solo Íngrid la resucitó unos días, pero está tan cadavérica que necesita algo más que levante al muerto. Con apelar al antifuribismo y a la famosa frase falaz de “hacer trizas la paz”, así los avale la sesgada y politiquera Corte Constitucional, no será suficiente.
Tampoco anda sobrado Zuluaga. Tuvo suerte de que la irresponsabilidad de acudir a un debate sabiendo que podía tener covid no le pasara factura. Pero sigue remando sin fuerza, lleva pintada la palabra derrota en el semblante. Puede ser injusto, igual que le ocurre a Fajardo, pero su tiempo es del pasado, y un Uribe desgastado, acosado por esas altas cortes que los detestan y meten la mano en las elecciones, no podrá salvarlo de la quema. No pasará a segunda vuelta.
El camino de la derecha y de los que temen a Petro quedaría despejado para Federico Gutiérrez, un aspirante que sumaría a ambos grupos. Pero le sigue faltando peso o carisma, no sé, da la impresión de que necesita más fuerza para rematar la faena. Tal vez no sepa aterrizar su pragmatismo, necesario en el próximo Gobierno donde nadie tendrá mayoría parlamentaria. Si no se prepara mejor, aunque ganara en marzo a sus rivales, incluido al jefe de la maquinaria costeña, será Rodolfo Hernández el que les devore votantes.
Nos guste o no, el mundo es el que es y en todo el planeta soplan vientos populistas. Las redes son más decisivas que nunca en las presidenciales (en las legislativas sigue mandando la plata), igual que los mensajes breves sin mucho fondo. Y el exalcalde bumangués está haciendo una hábil campaña.
Cada día oigo más su nombre por todas partes, representa el antipolítico tradicional y muchos lo ven como el único freno al tsunami de extrema izquierda que invade la región. Dicen: no necesita robar porque es millonario. No se casa con nadie. Es empresario, luego sabe hacer plata y no expropiará a nadie. Madrea, insulta y pega porque le provocan los corruptos. Todo se lo perdonan. Y su oferta de negociar con el ELN, que algunos jamás aceptaríamos, no será un punto decisivo en las urnas. La preocupación es la inseguridad urbana y la economía.
Parecemos condenados a escoger entre dos populismos. El depredador de las libertades, el que aún confía en el intervencionismo estatal que arruina países; y el gestor eficiente que sabe que no necesita ni partidos ni muchas ideas para alzarse con la presidencia.
A la hora del té, de pronto solo quedará elegir entre lo devastador y lo menos malo.