Opinión
Debate decisivo
“¿Si Biden fuera presidente de cualquier corporación en el Fortune 500, se le podría mantener como CEO después de una presentación como la de ayer? Tal vez la respuesta es no”: Joe Scarborough.
Los debates presidenciales en Estados Unidos se viven con la intensidad de las finales de la Copa del Mundo o de un Super Bowl. El diálogo entre los candidatos está precedido por varias transmisiones televisivas en las que se habla, como en los juegos de fútbol, de las tácticas y estrategias necesarias para ganar en la supuesta batalla de las discusiones y las ideas. Pero lo más impresionante ocurre al final, cuando en una sala adyacente al lugar del debate, conocida como el Spinroom, se aglomeran los medios de comunicación a la espera de que los voceros de los partidos den sus apreciaciones de lo que acaba de suceder.
Precisamente ahí, en el Spinroom de Atlanta, las caras de los delegados del presidente Biden y de la mayoría de los miembros de la prensa local e internacional que cubrían el evento revelaron rápidamente la debacle que estaba sufriendo el mandatario en su intercambio con Donald Trump. En apenas un cuarto de hora, el presidente ya había trastabillado varias veces, confundido palabras y apenas se le entendía debido a un tono de discurso tipo murmullo que utilizó durante casi toda su presentación.
Durante una hora y media, se desarrolló lo que los analistas y estrategas demócratas temían: el jefe de Estado se veía débil, perdido y lo suficientemente envejecido como para que los votantes independientes no le otorgaran una segunda oportunidad.
Por otro lado, Donald Trump hizo lo que sus estrategas esperaban: no parecer un hombre iracundo, descontrolado, violento y vengativo al que no se le podría permitir nuevamente llegar al poder.
El debate de Atlanta fue una derrota para Biden, no una victoria para Trump. Este último continuó con muchas de sus mentiras, exageraciones y señalamientos peligrosos, como la invención del término “crimen migrante”, sugiriendo que todos los actos delictivos cometidos por inmigrantes son más graves o violentos que los perpetrados por los nacidos en Estados Unidos, alimentando una peligrosa narrativa racista y excluyente que pone en peligro a millones de personas que llegan a este país de manera honesta con el único objetivo de mejorar sus condiciones y contribuir a la sociedad.
No es que Trump, gracias al debate, deje de ser un hombre convicto y lleno de cuestionamientos éticos y morales, sino que Biden no logró ser un rival lo suficientemente fuerte como para recordarnos quién es el republicano y cómo se comporta.
Horas después, Joe Scarborough, en su programa Morning Joe, de la cadena CNBC, una estación de cable de corte liberal y afín al presidente, se hacía la pregunta: “¿Si Biden fuera presidente de cualquier corporación en el Fortune 500, se le podría mantener como CEO después de una presentación como la de ayer? Tal vez la respuesta es no”, concluía de forma lapidaria e incluso entre sollozos.
Es importante reconocer que el hecho de que Donald Trump estuviera empatado con Biden en las encuestas antes del debate, a pesar de todos sus escándalos judiciales, y que ahora, tras el descalabro del evento probablemente supere al exmandatario en los sondeos, no es necesariamente producto de sus logros o virtudes, sino de las debilidades y errores del actual presidente. Que Trump esté más vivo que nunca en su búsqueda por la Casa Blanca, a pesar de que su rival tiene a su servicio todo el aparato del Estado y gran parte de la prensa, habla muy mal del mandatario y de la actual administración.
El debate de la semana pasada puede pasar a la historia como el peor que un candidato haya realizado, pero lo más grave es que las consecuencias de esa hora y media probablemente definirán el destino de la nación más poderosa del mundo en momentos en que Rusia está más fuerte que nunca, China se fortalece con el paso de los días, Israel se ve acorralado por Irán y las democracias en América Latina parecen sin rumbo ni un destino claro que emular.