DIANA SARAY GIRALDO Columna Semana

OpiNión

Decrétese la igualdad

Que no vaya a ser que los colombianos empecemos a ver cómo se distorsionan nuestras instituciones en afanes populistas y que tengamos que vivir hechos como el de nuestro vecino país, cuyo presidente no tiene ningún problema en ordenar: “Decrétese la felicidad”.

Diana Giraldo
22 de julio de 2023

Ya con la noche detrás y el rumor de las olas golpeando el muelle de Riohacha, la vicepresidenta Francia Márquez apareció entre una multitud que la aplaudía. Tras varias presentaciones de grupos musicales y ante los emocionados asistentes, Francia Márquez recibió de las manos del presidente de la república, Gustavo Petro, los decretos que por fin daban forma al ministerio que le fue prometido desde campaña: el de la Igualdad y la Equidad. Por fin, Francia Márquez encontraba el lugar que quería desde el inicio y se abría la posibilidad de que liderara un ente con el que este Gobierno ha reiterado se corregirán las desigualdades sociales y las discriminaciones en Colombia.

De esto ya va un mes, y más allá de estos anuncios no ha pasado nada. Aún no comienza la estructuración de este ministerio, cuya conformación ha generado todo tipo de críticas. La nueva entidad tendrá cinco viceministerios: de la juventud; de las mujeres; de los pueblos étnicos y campesinos; para las poblaciones y territorios excluidos y de superación de la pobreza; y el de las diversidades. La nueva entidad tendrá una planta de personal de 20 directores técnicos, 461 profesionales universitarios, 32 directores técnicos territoriales para la igualdad y la equidad, nueve asesores, entre otros profesionales, que suman un total de 744 cargos nuevos cargos.

Dentro de las distintas direcciones que se crean, hay varias bien llamativas como la dirección de autonomía económica de las mujeres, la dirección para quienes ejerzan actividades sexuales pagas, otra para las madres cabeza de familia y otra para el barrismo. También hay dirección para la superación de la pobreza, para el cuidado, para la población migrante, para el acceso igualitario al agua en territorios marginados y excluidos, para personas en situación de calle, para personas mayores… la lista sigue.

A pesar de estos ambiciosos anuncios y de que este ministerio, junto con el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, el Instituto Nacional para Sordos y el Instituto Nacional para Ciegos, pasarán a integrar lo que el Gobierno denominó el Sector Administrativo de Igualdad y Equidad, no se conoce cuándo comenzará esta transformación burocrática, ni si se hará por etapas o cómo serán los procesos de nombramientos de funcionarios. ¿Será este ministerio una entidad que exista por largo tiempo solo en el papel?

Es imposible no hablar de la conformación de este nuevo ente gubernamental sin pensar en el momento en el que el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, anunció la creación del Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo.

Era el 24 de octubre de 2013, cuando entre aplausos y vivas, Nicolás Maduro anunció en una alocución presidencial la creación de este Viceministerio de la Felicidad, y le entregó la misión de coordinar las cerca de 30 misiones o programas sociales de su Gobierno “y de atender a los viejitos y viejitas, y niños y niñas, para atender a lo más sublime y amado del pueblo revolucionario”, según dijo el mandatario. La tarea de este viceministerio era muy ambiciosa: lograr coordinar toda la entrega de asistencia social del Estado, para que ningún venezolano estuviera desprotegido. Algo tan ambicioso como crear una entidad para que no haya desigualdad, ni violencia en el barrismo deportivo, ni explotación sexual de mujeres, ni exclusión de la población LGBTI.

Años después, tal entidad del país vecino no ha servido sino para generar burocracia, inflar el gasto público y sumar entidades inútiles a un Estado inoperante como el venezolano. Ah, y para impulsar la votación a favor del Gobierno en época electoral.

El mismo temor se gesta ahora con el nuevo Ministerio de la Igualdad. Para su funcionamiento, se ha dispuesto de un presupuesto anual de 500.000 millones de pesos, lo cual suena incoherente frente a un Gobierno que ha insistido en reducir el gasto. Las críticas frente a este nuevo ente han venido de orillas tan diversas, como del exministro José Antonio Ocampo, que dijo en su cuenta de Twitter: “La estructura propuesta para el Ministerio de la Igualdad no tiene precedentes y debe ser simplificada radicalmente…

No cinco, sino máximo dos viceministros, como en otros ministerios, no 20 direcciones generales, sino unas cinco; y ningún delegado en los departamentos”, o del ELN, que afirmó en su página web que no se podía lograr mitigar la desigualdad con “instituciones paquidérmicas” ni funcionarios que ganan nueve veces un salario mínimo. Y concluyó que este ministerio no estaba acorde con un “Gobierno del cambio”.

Pero además de la burocracia, otra de las críticas a esta estructura es que crea direcciones con el fin específico de superar la pobreza y la desigualdad social. ¿No es esta una misión del Departamento Administrativo para la Prosperidad Social? ¿No se están duplicando sus funciones? Y lo mismo ocurre con el ICBF, ¿pasará a formar parte de este ministerio sin modificaciones? ¿O seguirá siendo una estructura aparte?

Nada es claro aún, porque aún no se pasa del papel.

La creación del Ministerio de la Igualdad será una prueba de fuego del actual Gobierno. La primera a prueba será la vicepresidenta Francia Márquez, que no ha podido hacer ninguna gestión relevante en la silla de la vicepresidencia. Ahora sí tendrá la responsabilidad de liderar la creación de toda una política pública de atención a la mujer, la infancia, la población LGTBI. Pero sobre todo será un reto demostrar que era este el camino correcto y no una simple promesa de campaña, de esas que arrancan muchos aplausos como los de Riohacha, pero que no tienen ninguna viabilidad en la práctica.

Que no vaya a ser que los colombianos empecemos a ver cómo se distorsionan nuestras instituciones en afanes populistas y que tengamos que vivir hechos como el de nuestro vecino país, cuyo presidente no tiene ningún problema en ordenar: “Decrétese la felicidad”.

Dios quiera que aquí no estemos cerca de gritar: “Decrétese la igualdad”.

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