OPINIÓN
Naranja no, mango biche
No se necesita ser joven para advertir que esta también es una medida profundamente anacrónica que nos devuelve como sociedad y que le abre campo a esa doble moral que siempre ha campeado en Colombia.
Con tantas necesidades reales que no parecen dar espera –están en veremos la reforma rural, la tributaria, la pensional–, sorprende que en estos dos meses que lleva de presidente el gran acto de gobierno de Duque haya sido el decreto que le pone freno a la dosis mínima de droga.
Pero resulta aún más audaz la manera como ha presentado este decreto tan retardatario. Según Duque, quien se precia de ser un presidente joven, lo que busca con esta medida es dar un revolcón a la política por la juventud, como si el problema crucial de los jóvenes en Colombia fuera el consumo ocasional de drogas y no la falta de oportunidades educativas y laborales (que a su vez tienen asidero en la falta de reformas).
Tampoco es cierto lo que dijo el congresista Gabriel Santos, del Centro Democrático, otro joven que parece viejo, cuando argumentó su apoyó a este decreto con la tesis estrafalaria de que esta medida no iba a afectar a los consumidores ocasionales del Chicó porque estaba dirigida a la captura de jíbaros.
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Desde que el decreto entró en vigencia la semana pasada, volvieron las redadas de la Policía, los retenes y con ellos el bajo mundo corrupto de los pagos bajo cuerda. Desde hace unos días, todas las estaciones de Policía –no solo las del Chicó– se llenaron de consumidores ocasionales castigados, de kilos de droga decomisada (vaya uno a saber dónde va a parar)… pero no de jíbaros.
No se necesita ser joven para advertir que esta también es una medida profundamente anacrónica que nos devuelve como sociedad y que le abre campo a esa doble moral que siempre ha campeado en Colombia.
La Policía cambió su foco: ya no está para enfrentar los problemas estructurales de la seguridad en las grandes ciudades porque ahora se desgasta parando taxis, carros y transeúntes, con base en ciertos fenotipos parecidos a los que utilizan los agentes de la aduana norteamericana cuando un colombiano entra a Estados Unidos.
Solo falta que nos digan que con este decreto que restringe la dosis mínima se fortalece la familia cristiana y católica, otro tema innecesario que Duque ha decidido convertir en relevante. Es decir, encima de que ya no se puede ser un consumidor ocasional también se tiene que seguir un código moral preciso. Duque se está convirtiendo en la paradoja de un gobernante que invita (a la fuerza) a los jóvenes a construir su mundo con un códice firmado por Ordóñez.
Ese es el gran logro de este gobierno en sus primeros dos meses: forzar a los jóvenes a fumar su marihuana a escondidas y convertir la lucha contra el consumo ocasional en el problema más grave de todos los que enfrentamos; mayor que la bomba pensional, que la necesidad de una reforma tributaria o de una reforma rural y política que permita la implementación de los acuerdos de paz.
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Semejante distorsión de la realidad ya la están notando hasta quienes votaron por él. “¿Si será que eso es lo que más necesita Colombia?”, me expresó con desconcierto una alta ejecutiva de una empresa paisa, en una comida en Medellín esta semana, refiriéndose al decreto que constriñe la dosis personal.
Yo le respondería: es claro que ese decreto no es ni necesario ni es parte de las reformas urgentes que el país está en mora de hacer. Es tan solo una medida populista que esboza un gobierno no de color naranja, sino mango biche, amarillo, amarillista.
Pero además: no se necesita ser joven para advertir que esta es también una medida profundamente anacrónica que nos devuelve como sociedad y que le abre campo a esa doble moral que siempre ha campeado en Colombia.
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La moral y las buenas costumbres y la urbanidad de Carreño están de vuelta. Esos son los grandes pilares del discurso renovador de Iván Duque, el presidente más joven que ha tenido Colombia. Bienvenidos al pasado.
CODA: hemos sabido que la Policia también tiene orden de incautar cremas a base de canabis y de coca. Vaya estupidez.