OPINIÓN
Del ciudadano de bien y otras reflexiones
12 días de profundo desasosiego, de absoluta incertidumbre y terror. Es necesario que de una vez por todas salgamos de esta situación, de lo contrario este será el reflejo de nuestra cotidianidad hasta las próximas elecciones… si es que nada extraordinario pasa, estamos en urgencia manifiesta.
Los hechos de los últimos días nos llevan a realizar una profunda reflexión sobre la aguda situación en la que nos encontramos inermes desde el pasado 28 de abril, es decir 12 días, en los que sumados a una preocupante ocupación en Bogotá del 96 % de las unidades de cuidados intensivos por covid, donde el desasosiego y la zozobra no han dado tregua, cada día se hace más angustioso que el anterior. Hemos visto cómo las calles de nuestras ciudades se han tornado en campos de batalla, imágenes que parecen sacadas de archivos fílmicos de guerras en el Medio Oriente, el terrible impacto del paro nacional ha llegado a límites que están lejos de cualquier escenario de contemplación, sin embargo, lo que más preocupa es que no se vislumbra viso de solución, desafortunadamente, más allá de la perenne discusión de hasta dónde llega el derecho constitucional de la legítima protesta, y cuándo esta se torna en un escenario de conflicto o de violencia. No hemos logrado fijar un punto de inicio, de diálogo y más allá de toda comprensión lógica, parece que tras bambalinas y de manera oculta hay quienes están sacando provecho de todo este caos y tensión, pues cualquiera que sea la fórmula de arreglo, va a tener al otro lado un pelotón de fusilamiento que no permitirá acuerdo alguno.
El manejo de la información se ha tornado en otro elemento más de desestabilización y de confrontación, los mensajes falsos de un lado y del otro hacen que los ánimos nunca se disipen, así mismo, las redes sociales pierden su enfoque y se terminan transformando en lodazales de injurias, calumnias y de conductas que sin duda pueden ser focos de verdadero peligro ciudadano. Por ejemplo, independientemente de lo que haya pasado, nadie tiene el derecho de referirse a la persona de Lucas Villa, no le corresponde a nadie salir a emitir juicios de valor o de alguna macabra manera intentar justificar un hecho bárbaro, argumentando que se trató de un “accidente”, y a la vez señalando que si el joven no hubiera estado bloqueando las vías y boicoteando el suministro de bienes para la ciudad, no hubiera pasado lo que pasó. Esto ya demuestra que nuestra forma de ver y entender la vida está infectada por la más terrible inmundicia, para nadie puede ser un accidente recibir ocho balazos, el discurso de la confusión y del odio visceral nos está causando más daño del que posiblemente nos logremos imaginar.
Debemos como colombianos entender que cada muerto es una historia que se apaga y se extingue en el más inconmensurable dolor, nuestro problema como sociedad y como cultura es que desde hace décadas nos acostumbramos a la muerte, al caos, a la destrucción y cada vez somos más indolentes, pero a la vez, cada vez más dogmáticos, y más verticales con nuestras posiciones. Es hora de apelar a la reconciliación, no podemos permitir que el sinónimo de “ciudadano de bien” sea quien va con una pistola en las calles ejerciendo justicia con su propia mano, ese concepto del ciudadano de bien, diferente de lo que muchos consideran, se enmarca por el absoluto respeto a la legalidad, a los derechos fundamentales, a la diversidad, al apego a la ética, a la capacidad del debate, a la mesura y sobre todo a la altura en el diálogo. Desafortunadamente en Colombia pensamos que el buen ciudadano es aquel que anda en un vehículo de alta gama, y que por su capacidad adquisitiva puede hacer lo que se le venga en gana, sin embargo, es menester recordar que, de conformidad con nuestra Constitución, los ciudadanos somos todos; indígenas, raizales, afros, absolutamente todos los casi 50 millones que habitamos este país y que en su infinita mayoría somos buenos ciudadanos.
En medio de tanta dificultad, le llegó el momento al Gobierno nacional de salir del incomprensible silencio e inercia en el que lleva sumido durante estos 12 días, llegó el momento de ver en acción al presidente de la república, primero llamando a la reconciliación imperativa, una convocatoria general, inclusiva y eficiente, en la que no se deje a nadie afuera, no pueden quedarse los jóvenes, las organizaciones sociales, los microempresarios, los maestros, los campesinos, al margen, pues es precisamente esa la cuenta de cobro que está viva en las calles de Colombia, los sectores históricamente marginados, son los que ponen los muertos, los que viven sumidos en la pobreza, aquellos que después de décadas de graduados de la universidad deben seguir pagando las cuotas e intereses moratorios del Icetex.
Le tocó a Iván Duque salir del confort de su programa televisivo a oír a la gente, pero lo más importante: a comportarse como jefe de gobierno, como un estadista, no puede entenderse cómo en medio del terrible caos que vivió Cali el fin de semana, el presidente haya ido a hacer una inspección nocturna, y no se haya quedado al frente de la ciudad en ejercicio de las facultades que le reviste ser la primera autoridad del país.
No nos queda duda de que tras los escenarios de suma crudeza por los que atravesamos, existen manos que están sacando rédito de ello, solo el Gobierno nacional es capaz de lograr dirimir una situación de estas, pero reiteramos, mediante un manejo eficiente y pragmático de la realidad, no se puede apagar el incendio con un bidón de gasolina, es decir, los mensajes en momentos como estos no pueden ser equívocos o confusos, tal y como le ocurrió al fiscal general de la nación, quien en una insólita pifia, salió enfáticamente a amenazar con la expropiación de los vehículos que bloqueaban las vías, precisamente son estos los yerros que no se pueden cometer cuando la tormenta está encima, la función de la fiscalía, más allá de quimeras y exabruptos jurídicos, debería centrarse en revisar a la mayor brevedad posible las cantidades de videos y de grabaciones en las que se identifican a los “ciudadanos de bien” que pretendían incinerar un CAI con miembros de la fuerza pública adentro, o a aquellos ilustres ciudadanos, que en sus camionetas blindadas expresaron sus desacuerdos armados hasta los dientes, tal como patéticos remedos de los seguidores de Donald Trump en el asalto al capitolio de Estados Unidos, con la diferencia de que estos “ciudadanos de bien” fueron grabados disparándoles a otras personas, en un verdadero gesto de desprecio por la vida humana, una conducta sencillamente brutal y despiadada.
El Gobierno debe, antes que nada, convocar y dialogar con todos los sectores, establecer una discusión condicionada y centrada en los matices del Estado Social de Derecho, para así buscar una salida eficiente a este difícil momento. Presidente, convoque la participación de países amigos o de organizaciones internacionales, para evitar a toda costa la violencia, pero sobre todo, para darle punto final a esta discusión, de lo contrario este caos se prolongará de manera indefinida, amenazando los cimientos de nuestra república y sobre todo de su añeja democracia.